A las tres de la mañana tomó su chaqueta y su celular y se dirigió al baño. Su pareja lo siguió después de tomarse el último trago de la mesa. Se movieron ágilmente entre las personas que bailaban con los ojos cerrados y gritando un coro que era inaudible por el fuerte ruido de los parlantes. En la puerta del baño para caballeros, se anunciaba que no había servicio, estaba averiado. No había problema, alcanzaban a llegar a la casa y usar su propio baño. Antes de salir del bar, se abrazaron y se dieron un beso, lo que sería el “pecado” más grave cometido esa noche, pues de la nada el administrador del bar con contundencia gritó sin ningún reparo: “este no es un bar de locas”. Ninguno de los dos alzó la voz, ninguno de los dos quería pelear, sólo uno de ellos pidió respeto por su orientación sexual.
El administrador que no entendía aquellas palabras-como la de todos los intolerantes de este país- pidió que desalojaran el lugar, que se fueran. Lo que parecía increíble, se complicó con la llegada de la policía, pues todo parecía un complot, una alianza de la ignorancia, pues los uniformados terminaron dándole la razón al administrador, debían irse. Salieron y caminaron algunas cuadras cuando fueron interceptados por dos hombres que los golpearon en el suelo a puntapiés, y una mujer que estaba en aquella golpiza les gritaba: “por cacorros”.[1]
Por la cantidad y las consecuencias de la golpiza, la pareja interpuso la denuncia ante la fiscalía y la personería. Me pregunto: ¿si las golpizas no hubiesen sido tan fuertes ni la sangre escandalosa, ellos habrían denunciado en la fiscalía? Me temo que la respuesta es no, como muchos integrantes de la comunidad LGBTI que no denuncian la violación de sus derechos por miedo, por la terrible sensación de que no vale la pena. Entonces el silencio se toma sus cuerpos y el maltrato y la discriminación son los reyes de una sociedad que no quiere entender que el mundo cambia, que los tiempos cambian al igual que deben cambiar las mentalidades.
“Nuestra sociedad es muy polar” dice Daniel Verástegui, pues en nuestra sociedad hay olas, momentos de gran revuelo. Tiene que suceder algo grave para que los medios y nosotros los ciudadanos del común, prestemos atención a la problemática de la comunidad LGBTI. Solo citemos el caso de Sergio Urrego, el joven que se suicidó por culpa de la homofobia de este país. Inmediatamente los medios y las personas del común, se refirieron al caso, catalogándolo de injusto, de increíble y de más consideraciones hipócritas ya que, muchos de ellos no son capaces de tolerar que dos mujeres anden cogidas de la mano en la calle. Más aún el caso de lo que fue la marcha el fin de semana pasado, todos comentaron, opinaron y muchos lanzaron voces de apoyo a la comunidad LGBTI, pero es falso, no todos los soportan, les da “asco”.
Daniel Verástegui quien dijo que eran bueno los índices que mostraba la Defensoría del Pueblo, también expone que aunque la ley 1482 de antidiscriminación sea conocida por la comunidad, algunos no son capaces de denunciar la violación de sus derechos. Y todo porque es muy difícil pelear con la cantidad de prácticas discursivas que se manejan en nuestra sociedad, discursos que trascienden los tiempos, concepciones moralistas que fueron empleadas siglos atrás y hoy en día, aparecen por ahí, destruyendo los nuevos ideales, las nuevas formas de entender el mundo.
Nuestro país que intenta mantener la bandera conservadora en lo más alto, solo ha logrado una cantidad de suicidios por discriminación, asesinatos por culpa de esos discursos machistas que ocupan la mente de hombres que creen que pueden manipular a la mujer como un trapo viejo.
La intolerancia se toma a nuestro país en cada rincón, aún tenemos conceptos absurdos por los tatuajes, alejamos de nosotros a los negros y a los pobres, aún creemos que si un joven no estudia una carrera que de dinero no es nadie en la vida, que las mujeres deben buscar tipos con buenos ingresos para que pueda sostener a la familia. Aún creemos que la homosexualidad es un virus, que viene en la sangre, que es una desgracia.
¿Cómo combatir todo esto? Daniel Verástegui expuso con mucha seguridad y confianza este camino que a mi parecer, es el más viable y puntual para reducir los índices de ignorancia e intolerancia un poquitico. “Por medios formativos como punto de trabajo para cambiar concepciones”. Desde este punto, Daniel viene trabajando en los centros comunitarios, asesorando, dirigiendo y sobre todo, concientizando a ese pequeño grupo social que los visita, para que entiendan que esto es una elección no una desgracia, no una tragedia, que ser homosexual es asunto de dignidad y de valentía, que merecen los mismos derechos y que también tienen los mismos deberes.
Como director de los centros comunitarios, Daniel ha brindado charlas a policías, madres de familia, estudiantes de colegio y a un centenar de personas con los que trabaja día a día para ayudar a la formación de una conciencia de respeto hacía el otro. Si nos encaminamos en este sentido, podremos un día decir: Adiós a la intolerancia.
[1] La noticia completa puede encontrarse en el Espectador, octubre 6 del 2015
Publicada el: 9 Jul de 2016