El sacrificio de Rodrigo Lara Bonilla es una espinita que nos lacera el corazón. Su muerte temprana y absolutamente infame es un dolor que algunos, no muchos, hemos llevado a lo largo de estos años en el corazón y en el ánimo.
Lara Bonilla era el dirigente más insigne del Nuevo Liberalismo en comienzos de los años ochentas. Más esclarecido incluso que Luis Carlos Galán, quien pese a todo, soportaba un bagaje harto pesado por haber sido ministro de Educación de un gobierno cuestionado y cuestionable, como el de Misael Pastrana Borrero. Galán tuvo que sortear muy diversas situaciones en su paso por el Ministerio, no todas con la cabal fortuna, ni mucho menos, con el mejor de los aciertos.
En cambio, Lara Bonilla era un hombre puro. De convicciones morales integérrimas. Amigo y conmilitón de Galán, le ganaba en profundidad política, en la mirada punzante de la realidad, en el sincero compromiso con los principios liberales, populares, de avanzada. Lara era un hombre de izquierda radical. Democrática, pacífica, pero muy profunda.
Lara Bonilla hubiera sido un enorme Presidente de la República. Su imagen solo es comparable con la del Mariscal Antonio José de Sucre, por la grandeza y la entrega en la causa.
El narcotráfico, pero no solo el narcotráfico, dieron temprana y dolorosa cuenta de esa existencia pulcra y digna. Ahora, por fin, se ha llamado a cuentas por ese magnicidio, no solo a Alberto Santofimio Botero, sino a un oscuro personaje, del cual, en mala, hora el país se olvidó, llamado Jairo Ortega Ramírez, para que se entiendan con la Justicia.
Tardío, pero justo e imprescindible llamado
Ortega Ramírez fue, por decirlo de la manera más honorable y decente, el alcahueta del capo de tutti capi, del delincuente por excelencia, Pablo Escobar, a quien llevó como suplente en la lista electoral para la Cámara de Representantes, con quién colaboró y coordinó, en asocio con el estado mayor de la mafia, todas las triquiñuelas para matar, primero, moralmente a Lara Bonilla su denunciante, su inquisidor, su cuestionador.
Treinta y cuatro años han trascurrido desde la muerte del Ministro Lara y Jairo Ortega Ramírez no ha recibido, ni siquiera, la visita de los investigadores de la Fiscalía. Pese a que él orquestó toda la farsa de los cheques de Evaristo Porras, narcotraficante confeso del Amazonas, quien compró unos insumos en el almacén de la familia de Lara y extendió el cheque por un millón de pesos a su nombre, para luego exhibirlo, de manera infame y triunfante, como prueba de la proclividad de Rodrigo, en un debate en el Congreso de la República, en medio de una maniobra de manipulación asaz similar a las que ejecuta hoy día cierto expresidente cuestionado y, por cierto, muy cercano en su época a los amigos de Ortega Ramírez y Santofimio Botero.
Ortega Ramírez fue quien se prestó, a sabiendas de su falsedad y su pérfida, para la proditoria maniobra de la exhibición en un debate en el Congreso de la República, de unas cintas magnetofónicas amañadas, con las cuales se pretendió enlodar la reputación del Ministro incómodo, que se había comprometido a desarticular las mafias de narcotraficantes, no solo en la política, sino en actividades supuestamente inocentes como el fútbol y, lo más relevante, a entregarlos a la justicia extranjera, mediante procedimientos de extradición.
El narcotraficante Carlos Lehder Rivas organizó manifestaciones pagadas, para tratar de pulverizar la estatura moral de Lara Bonilla. En vano, porque Rodrigo era un hombre limpio, como ya no se ve.
A Rodrigo Lara lo mataron porque no pudieron con él. No pudieron derrotar su pulcritud y su limpieza. Y su muerte, fue la de la República. Una vez que lo eliminaron, a poco andar lograron cooptar el Estado. Se enquistaron en él. Primero en el Congreso de la República, como que el propio Salvatore Mancuso reconoció, en un discurso pronunciado en el Capitolio, que en esa institución, en tiempos del hijo de Salgar, los paramilitares y narcos controlaban el 30% de sus curules.
Y luego las demás instituciones del Estado, sin omitir ninguna. Al punto de que, por la puerta falsa de la Casa de Nari, entraban y salían sujetos de muy dudosa ortografía. Y en los círculos del poder se compraba votos para favorecer la reelección del titular del poder ejecutivo.
Han pasado treinta y cuatro años desde el sacrificio de Rodrigo Lara. Su hijo mayor, dando tumbos, ha servido indistintamente a ideales y credos que su padre jamás habría apoyado. El partido que lo llevó al Ministerio, terminó disuelto y sus militantes dispersos, defendiendo causas completamente contrarias al credo que él inspiró.
Sin embargo, la Administración de Justicia, al cabo de las quinientas, como se dice popularmente, ha venido a retomar, por donde es, la investigación y ahora llama a rendir cuentas de sus actos a quienes tienen mucho que decir.
Ojalá ellos se vincularan a la JEP, pues allí, bajo la presión de la exigencia de decir la verdad, de contarnos qué y cómo pasaron las cosas, podrían obtener algunos beneficios. La ciudadanía debe estar dispuesta a hacer algunas concesiones: con tal de que cuenten quiénes participaron, así como la verdad de cómo se organizó y orquestó el magnicidio de Rodrigo Lara, bien podría hacérseles una rebaja de pena.
Aqui necesitamos es que esta muerte y la de muchos lideres honestos, se concluya, que fue el estado y las grandes mafias oligarcas, la que han contribuido para la guerra en Colombia , el estado ha sido el mayor asesino de los lideres en este país .. Esa es la verdad triste de este país ….los disque buenos resultaron siendo peores que demonios !!! y el pueblo inmune y creyendo es un estado que no sirve!!!!!!
Y pensar que el socio de Pablo Escobar, es hoy el amo y señor de colombia
El asesinato de Lara, fue el primer ejercicio de las modernas autodefensas. Los pájaros habían Sido desmantelados por sustraccion de materia, los nuevos paramilitares, al servicio de los intereses de los nuevos ricos que tenían a la amenaza de la insurgencia que financiaba la guerra con la vacuna a los traficantes. Ya el gobierno había Sido permeado por esta nueva clase millonaria, Turbay Ayala había pedido la certificación gringa para que dijeran que él no era narco. Lo demás lo relata UD profesor con una claridad meridiana. El cordón umbilical que une a todos estos personajes de llamo en su época:Julio César Turbay Ayala. Aún hoy AUV mantiene a sus descendientes vivos en política. Incluye al secretario del interior de Bogotá y un excontralor permisivos con EL