Columnista:
Germán Ayala Osorio
Luego de las movilizaciones del 1 de mayo, Día del Trabajo, resulta pertinente conectar la ruptura de la coalición política que declaró el presidente Gustavo Petro y la madurez política que dejan en millones de colombianos el estallido social y la conquista de la Casa de Nariño por parte de la izquierda.
Estamos ante tres factores sobre los que el discurso del cambio cobra sentido. Haber roto la coalición política pone a Petro en un complejo escenario de maniobrabilidad que para bien o para mal, marcará su paso por el Solio de Bolívar.
El jefe del Estado sabe que su llegada al Palacio presidencial se lo debe, fundamentalmente, a la avaricia de una élite que se sirvió del neoliberalismo para enriquecerse y reproducir la pobreza y el malestar general que llevó a cientos de millones de colombianos, a movilizarse y levantar sus voces; también, al desastroso experimento político del expresidiario y expresidente Álvaro Uribe, al poner como presidente de la República al bufón de Iván Duque.
Al final, se reconoce que los errores cometidos por el mequetrefe que el establecimiento escogió para mantener los privilegios de unos cuantos, aportaron al triunfo electoral y político de la izquierda.
Quizás sea muy pretencioso hablar de una primavera en Colombia, pero si hay un despertar colectivo en amplias masas tradicionalmente manipuladas por una clase política que aún no dimensiona los alcances de esas tres circunstancias sociopolíticas que Petro intenta conectar a través de su llamado al pueblo a que se movilice, y al decirle a ese mismo pueblo que, desde el 7 de agosto de 2022, sus miembros tienen el poder.
El portazo a las colectividades que patrocina Sarmiento Angulo aumenta el enfrentamiento ético-político y económico entre el magnate y Gustavo Petro y, por ese camino, crece la animadversión hacia el mandatario en otros sectores de la sociedad civil acostumbradas a vivir cómodamente del Estado. Ellos mismos les aseguraron a Gaviria, Pastrana, Samper, Uribe, Santos y Duque una gobernabilidad política y económica arbitraria (Revéiz, É, 1997), con la que lograron hacer con el país lo que les vino en gana, hasta que el estallido social de hace dos años expresó el cansancio de millones de colombianos.
Ya veremos qué pasa con las reformas laboral, pensional y a la salud al interior del Congreso. Creo que la derecha tradicional no logra aún dimensionar los cambios que se produjeron en la conciencia colectiva después del estallido social y los que está dejando Petro con cada salida al balcón.
En 1997, Édgar Revéiz sentenció que «gobernar a Colombia es cada vez más complejo y riesgoso». Otros han dicho cosas parecidas, incluso en títulos de libros, como Colombia, una nación a pesar de sí misma (Bushnell, D). Otros, más procaces, se atrevieron a calificar al país como un platanal ingobernable.
Una vez pase Petro, lo más probable es que la derecha patrocinada por Sarmiento Angulo, entre otros ricos avaros, le proponga al país la necesidad de echar para atrás las reformas que logró hacer este Gobierno. Serán los tiempos de la contrarreforma y las acciones para marchitar la naciente primavera. Y el regreso a la gobernabilidad económica y política arbitraria de la que habla Édgar Revéiz, de la que se ha servido toda la vida la aviesa élite que nos tocó por desgracia. La misma que no quiere soltar al país para que por fin camine hacia la esquiva modernidad.