¿Cuánto pesa una desacreditación de alta calidad?

Una desacreditación de alta calidad pesa, pero mucho más a quienes confiaron en un proyecto que no esperaban podría tambalearse, y pesa más para quienes se guiaron por una reputación que está en entredicho.  

Opina - Educación

2022-09-19

¿Cuánto pesa una desacreditación de alta calidad?

Columnista:

Diana  Abril

 

Con todo esto que ha sucedido en relación con la Universidad Sergio Arboleda debo agregar algunas opiniones que tengo al respecto. Puede que para algunos no sea tan relevante el tema de la acreditación institucional de alta calidad, pero para mí significa mucho. En algún momento de mi vida estudié Derecho, llegué incluso a décimo semestre con tesis culminada y sustentada y con dos materias y unos módulos por terminar. La universidad en la que estudié (Corporación Universitaria Rafael Núñez) estaba siendo investigada por los delitos de abuso de confianza calificado y agravado, en concurso material heterogéneo y sucesivo, con el de enriquecimiento ilícito de particulares. Aunque no se trataba de pérdida de acreditación de alta calidad, el tema era mucho más grave. 

En esos años, entre 2013 y 2014, leía las columnas de Salud Hernández-Mora, y de las que leí, la periodista hizo referencia a lo que estaba sucediendo con la universidad, y a que «Si la Rafael Núñez fuese una empresa privada destinada a hacer negocios, no habría nada que alegar»; parafraseándola, al no tener ánimo de lucro, no era nada presentable hacer uso de los dineros de los estudiantes para fines familiares. En ese momento le tenía gran admiración a la periodista, sin embargo, debo aclarar que mi admiración hacia ella cambió. Aunque, después del escándalo de la universidad, solo hubo intentos por parte de la prensa arrodillada para lavarle la imagen y todavía quedan en el aire denuncias y demandas, por supuesto, se agrega que se denotó un esfuerzo e inversión en los estudiantes e instalaciones que lograron que todos se olvidaran del problema que casi pone en la cárcel a su fundador, el exrector Miguel Henríquez Emiliani, y ahora presidente del Consejo Superior de la Corporación, mientras que el problema de la San Martín sí nos quedó en la memoria a todos.

Ese lío con la Rafael Núñez, en aquel momento, me desmotivó mucho, pero no fue la causa principal por la que no culminara mi carrera, hubo otros motivos adicionales, como un traslado de ciudad y lo que para esa época me interesaba más, que era terminar Administración Pública; pregrado que cursaba al mismo tiempo en la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP). Un establecimiento público de carácter universitario al que le tengo un aprecio enorme porque me ha dado oportunidades de trabajo a través de convocatorias que me han costado «sangre, sudor y lágrimas». Gracias a ese establecimiento he aprendido una gran parte de los conocimientos académicos que hasta el momento poseo, y tengo que agregar que también ha tenido sus escándalos. 

Después de un tiempo, comprendí que es importante la reputación institucional (tanto como la personal), bien lo dice mi madre y es un adagio popular: «cría fama y échate a dormir». Por lo tanto, al hacer, posteriormente, una inscripción a un posgrado, me percaté, primero que todo que la institución estuviese bien escalafonada y acreditada, aunque parece que esto último se puede perder en cualquier momento. Hoy —muchos años después— no tengo ningún arrepentimiento, porque, finalmente, mi vida giró en otro sentido y mucho más alto, además, los aprendizajes jurídicos quedaron, los he retroalimentado y han servido en el desempeño de mis labores y de mi vida en general, pues, de esa Corporación de la que les hablo y, que la mayoría ni conoce, también aprendí bastante.

Lo que sí es cierto es que no saben el daño que le hace el «negocio de la educación» a los estudiantes que invierten años de su vida y dinero (suyo o de sus familiares) a un proyecto que, quién sabe si va a culminar bien, porque por malos manejos administrativos o por la ambición de algunos dirigentes que incluye lo anterior y resulta afectando al que más le ha costado y más se ha sacrificado, en medio de esta incertidumbre económica, de esta inestabilidad laboral, de esta competencia eterna en la que se tienen que mostrar miles de cartones para que otros entiendan que uno sí sabe, y que, de ese modo, no se dude de las capacidades con las que se cuenta, aunque la única forma de demostrarlas es, a través de un papel que bien podría arrugarse, mojarse, quemarse, desvanecerse, y no significaría nada, no obstante, representa un esfuerzo importante.

Es por ello por lo que, mal lo hacen quienes pretenden hacer creer que esa desacreditación de alta calidad es una bobada: que es un problema del común, que se puede arreglar en dos patadas, que puede subsanarse con dos palabras. Hasta eso logró Duque: no solo desacreditó a su partido, sino que lo hizo con su «alma máter»; aquella que le otorgó su «cartón» del que ahora no creo que se sienta tan orgulloso.

Para los que sabemos que la vida es corta y que cada minuto cuenta tanto como aquel dicho que reza que «el tiempo es oro»; una situación como la que vive la Universidad Sergio Arboleda y otras instituciones que han pasado por problemas similares, que afecta más que todo a sus matriculados, no es fácil de asumir.

A estas alturas del partido, cuando muchos tratan de subir de a poco a los peldaños que coloca la vida, una «desacreditación de alta calidad» pesa. Y pesa tanto que sería difícil tratar de consolar a los involucrados que apenas iniciaron, van en la mitad o culminando. En medio de la perplejidad del panorama nacional y mundial, se esmeran por salir adelante y por los medios que sea: a través de una beca, de uno o alguno de los padres, del abuelo que lo ha dado todo por su nieto, del tío acomedido que se ofreció a pagar la carrera, del esfuerzo que se hizo por sí mismo o con ayuda (al pagar de contado la matrícula cada semestre) o del crédito interminable adquirido con el ICETEX.

Esa situación no la entenderán los que su única ambición es llegar al podio sin sacrificios y sin trasnochos por un parcial o por un trabajo que se debía presentar al otro día y a primera hora; tampoco lo harán quienes pasaron un fin de semana estudiando, mientras otros rumbeaban; no lo harán quienes no tuvieron que trabajar y estudiar al mismo tiempo; mucho menos lo comprenderán los que no tuvieron devoluciones del proyecto de grado ‘cincuenta mil veces’, debido a problemas de forma o de fondo (como le suelen denominar). Eso no es nada para quienes —como varios en el poder—, han llegado a él por palanca y no por talento, o por hablar cháchara como loros y hacer creer al docente que son pilos, contrario a muchos de nosotros, que hemos tenido que luchar, con la única opción que es aprender con base en empeño constante y, al mismo tiempo, demostrar y acreditar nuestros saberes con una universidad que, finalmente, podría terminar «altamente desacreditada».

¿Cómo hago entender que son ciertas las maravillas de las que hablo y no es pura fachada? ¿Cómo le compruebo que lo que aparento es lo que es? Ese es el tema… El agravio que le hacen a muchos, que van por la vida ilusionados por un mejor futuro y que por confiar en una imagen se tropezaron con esto. Lo que viene es difícil, porque cuánto cuesta convencer de nuevo a quién ha sido desconvencido, y aquí aplicaría el onus probandi (carga de la prueba) que expresa que «lo normal se entiende que está probado, lo anormal se prueba». Como replicaba un profesor, de acuerdo con uno de los principios generales del derecho: «el que afirma tiene que probar, el que niega no». En ese sentido, esta vez le tocará al centro académico probar lo que afirma que tiene y recuperar lo que acaba de perder, y eso es lo complicado. 

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Diana Abril
Exbecaria de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Magíster en Tecnologías Digitales Aplicadas a la Educación. Administradora pública. Integrante de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo, y de su junta directiva, miembro de la Red de Investigadores Latinoamericanos, editora junior de la revista Justicia y Derecho de la Universidad del Cauca, asesora y consultora académica, investigadora (nivel II), de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP) y par evaluador ocasional de la revista Nova et Vetera (ESAP).