Columnista:
Juan Camilo Giraldo
“(…) Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”: Eduardo Galeano.
La sorpresa electoral del centro – progresismo de Petro y Francia Márquez, ha dado mucho de qué hablar, pues durante décadas el país estuvo subsumido en las afrentas ideológicas provenientes del bipartidismo, las cuales parece que aún esparcen sus sombras; por lo que dicha victoria se avizoraba lejos de ocurrir en un país como Colombia.
Y es que deja mucho que desear, en un país donde el gobierno saliente, dejó funestas cifras de desaprobación en materia de gobernabilidad, distribución de recursos y la mala gestión en la pandemia, lo que se traduce en un verdadero reto para el gabinete ministerial que acompaña al presidente electo, pues las clases menos favorecidas, abogan por el amparo estatal del cual han estado desprovistos todos estos años los habitantes de la Colombia recóndita, como afros e indígenas, quienes manifiestan constantemente que han sido segregados por la desidia de un Estado indolente, pero hay que ver cómo en escenarios internacionales, el expresidente Iván Duque se mofa de los “avances del proceso de paz” y la evolución en los juicios de la JEP, tomando como propios, méritos ajenos, los cuales su partido tanto menosprecia.
Indefectiblemente, Colombia requiere una serie de cambios profundos y estructurales, no solo en materia económica, sino también social y ambiental, de la que puedan hacer parte pluralidad de vertientes ideológicas, que aseguren las pretensiones de todos los grupos poblacionales del país, y que lleven al nuevo Congreso —que se renovó en un 60 % por la llegada de parlamentarios novatos en materia legislativa, pero con significativas trayectorias políticas en sus regiones— a representar los intereses e ideales de todos los que, en su abismal descontento, dieron el beneficio de la duda a las voces que regirán los destinos de país en el próximo cuatrienio.
Esta es pues, la esperanza de: los negros, los palenques, los raizales, los indígenas, los LGBTIQ+, las mujeres, los campesinos, los jóvenes «nini», y una cantidad de sectores sociales que forman parte del ‘baile de los que sobran’, cuyas voces no han sido escuchadas a pesar del ronquido que habita en sus gargantas por los gritos incesantes de las protestas, donde vilmente, han silenciado a muchos.
Por ello, se hace necesaria la convergencia de todas las voces, todas son todas, por disímiles y complejas que parezcan, pues las moralejas de paz y reconciliación que nos han dejado las confesiones en las crudas audiencias de la JEP y, el trabajo de la Comisión de la Verdad por esclarecer, (el por qué, cómo, y cuándo) del fin de tantas vidas —que fueron sacrilegio de la humanidad de miles— deben de ser la principal razón para que hoy se consoliden acuerdos nacionales, más allá de los colores de las banderas.
De otra parte, los sistemas democráticos ecuánimes, requieren de la participación de voces antagónicas, críticas, y disidentes, que a su vez, sirvan de contrapeso en el ejercicio político, pues si bien el gobierno electo cuenta con mayorías parlamentarias, esto no es óbice para proyectar “El país de las maravillas” solo porque, la victoria electoral la protagonizaron líderes del otro lado de la democracia colombiana —que si bien, según los discursos tiende a ser más garantista y respetuosa de las libertades individuales y la protección de los derechos humanos— estos no deben ser tachados de “salvadores de la patria”, pues como bien lo dijo Walter Lippmann, “donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”.
De manera que, es sano en todas las democracias, el ejercicio de la oposición crítica, constructiva, y técnica, que manifieste el inconformismo con las reformas que van en contravía del desarrollo, la calidad de vida, y la dignidad de todos los colombianos.
Mientras tanto, la invitación es a proyectar en cada uno de nosotros los ideales de país que anhelamos, expropiando el odio y la polarización, y respaldando la materialización de proyectos que dignifiquen la existencia humana, que sean incluyentes y respetuosos de la diversidad en todas sus formas, y sean antorchas de luz, en medio del trance político que atraviesa la nación.