Columnista:
María José Ordóñez Iglesias
No he leído pocos fragmentos de libros en los que, expresamente, se ha precisado la existencia de una violencia inherente al personaje individual colombiano; considero que esta tendencia arrolladora e inexplicable, puede dar razón de cientos de miles de atropellos injustificados que conocemos y que incluso hasta desconocemos.
De esa forma me permito remitirme al tramo oscuro y lleno de advenimientos netamente negativos; dualidad entre guerrilleros y paramilitares, ¿por qué?, ¿cómo? Los primeros nacieron a razón de un malestar social generado por la omisión de sus necesidades y derechos por parte del Gobierno de ese entonces, pero estos, en el transcurso de su historia, se empezaron a mover y a trasmitir por su negatividad absoluta; abusaron de sus preliminares facultades y perdieron el sentido. Recibieron apoyo de múltiples sectores y se llevaron a una gran cantidad de país por delante. Los otros, y no menos importantes, nacieron a raíz de llevar a cabo un exterminio de los primeros, representando una extrapolación de sus facultades y recibiendo apoyo de políticos, empresarios y personas del común. Paulatinamente, fueron perdiendo el sentido y su horizonte. Su respectiva extensión fue tan trascendental que laboraban de forma mancomunada con el Ejército y la Fuerza Pública de Colombia, con total aval de la jerarquía institucional y la jerarquía gubernamental.
Resultaría moralmente inconsistente comparar la gravedad de ambos grupos subversivos ilegítimos para con el fin de determinar cuál de estos fue peor, y digo que hacer un comparativo significaría moralmente inconsistente, puesto que ambos, en la ejecución de sus medidas, faltaron a la verdad, a los valores y a la ética. Faltaron a la vida. Sin embargo, en el permisivo análisis de los fenómenos, a mí me resulta peor, en su mayoría, aquel que se movía con luz verde por parte de varios supuestos garantes de derechos humanos y constitucionales de nuestra nación, ya que se permitió, en gran proporción, la materialización de un agravante estipulado; las ejecuciones extrajudiciales.
Murieron personas inocentes a conocimiento y orden precisa de las jerarquías organizacionales del país. Personas que sus familiares reclamaban y como respuesta recibían afirmaciones completamente inverosímiles.
No vivencié esas épocas, pero el estudio de las mismas me permite expresarme al respecto. Por eso puedo afirmar —todo bajo mi concepto—, que, gracias a un presidente con talante y decisión, se pudo establecer un proceso de paz que, en su corta implementación, ha proporcionado cifras y cambios relevantes y trascendentales a la historia reciente del país.
Esos cambios pueden figurarse, por ejemplo, con la creación de la Justicia Especial para la Paz; mecanismo que le ha permitido al país el acceso paulatino a la verdad. Solo a la verdad; exmilitares y exgenerales confiesan, en conjunto, sus delitos alrededor de la realización de ejecuciones extrajudiciales, y sus afirmaciones, sin variaciones, con respecto a la ineludible realidad de las órdenes expresas dadas por los altos mandos.
Lo cierto es que los falsos positivos trascienden cualquier ideología, afiliación o fanatismo político. Los falsos positivos fueron, y son, un conflicto interno que se transformó en un aquejo explosivo con responsabilidad social colectiva. Los falsos positivos son un crimen y un arremetimiento tan colombiano, que nos cuesta estimarlo, creerlo e idealizarlo. Incluso llega a ser tan horrorizante, que no tenemos casi espejos comparativos. En otros países, otras fuerzas militares en medio de sus guerras se empeñaban en maquillar cifras para proporcionar supuestos, pero en Colombia se basaron en vidas inocentes para cumplir con sus metas; metas exigidas e impuestas.
Bien me indicó un profesor de Teoría del Estado, la existencia de dos tipos de delincuentes; están los delincuentes revolucionarios (la guerrilla) y están los delincuentes comunes (los paramilitares), ambos siempre moviéndose por sus intereses, bien sean colectivos o particulares. Por esa razón, y otras varias, siempre he sido fiel creyente de la existencia de una justicia aproximada; lejana pero aproximada, y no dudo de que algún día, realmente, puedan pagar ambos conglomerados criminales, EN SU TOTALIDAD, por estos acontecimientos atroces.