Columnista:
Sebastián Quintero
Acá en nuestro bello (e ignorante) platanal, en plena época electoral —aunque no es solo de ahora— miles y miles de personas, candidatos y alienados salen enorgullecidos a propagar y defender su ideología con el fin de que sea la ganadora en las votaciones, para que así no se vea truncado el libre desarrollo de la democracia de un país que espera con ansias ese «cambio» que tanto se le ha prometido, pero que nunca llega.
En esta disputa de visiones poco fundamentadas del mundo, aparecen conceptos confusos a los que les atribuimos un inmenso valor intrínseco, pero que no superan lo indeterminado y poco aclaratorio. Me refiero a lo que llamamos «derecha», «izquierda» y «centro»; esos tres conceptos, son los que prácticamente consolidan la política colombiana, determinan la discordia entre un pueblo que no los entiende y son los que fungen como principal motivo de voto al candidato que se identifique con alguna de esas tres tendencias políticas.
Estas tres dimensiones ideológicas han sido uno de los grandes motivos para que estemos en disputa desde siempre (ahora se les llama derecha e izquierda, antes eran liberales y conservadores). Nos hemos matado por unas formas de entender la realidad que no aceptamos en lo más mínimo, pero que tampoco nos detenemos a entender. Seguimos en ese bucle insano en el que el otro, por ser otro, merece ser asesinado.
Y así, la carrera presidencial de este año no es más que el alineamiento a uno de estos tres conceptos simplistas, dejando así a las propuestas y el discurso en un segundo plano, ya que es más importante que el próximo presidente no nos traiga el terror comunista o que el uribismo nos salve de la realidad que el mismo uribismo nos está dejando… Cada uno de los candidatos representa o está allegado a una de estas tres dimensiones, podemos ver la eterna pelea entre progresismo y burguesía (o sea, izquierda y derecha), mientras se está proclamando otra dimensión ideológica que en el país toma fuerza: el «centro» que parece ser un escape de la polarización, no es más que una plataforma de oportunismo político en el que los candidatos ocultan sus cercanías al establecimiento y se venden como impíos políticos libres de todo adoctrinamiento comunista o burgués.
Con la aparición del «centro», vemos también la creación de dos conceptos que complican y confunden aún más el espectro político del país. Ahora no solo les basta con decir que son de «centro», sino que la tendencia es alienarse a la «centroizquierda» o «centroderecha». Ya no son tres, sino que son cinco dimensiones ideológicas las que están en disputa del poder… Todas con una característica distintiva dentro de la población electoral: la definición de cada dimensión ideológica es confusa y responde más a una cuestión emocional que a una verdadera reflexión política del vivir en sociedad.
Ahora bien, hemos hecho que las concepciones «derecha» e «izquierda» (sin hablar del «centro») sean tan poco aclaratorias que se les han atribuido definiciones equivocadas que buscan la manipulación del electorado; todo el movimiento progresista que busca generar políticas de bienestar social ha sido catalogado de insurgente y guerrillero, además se lo atribuyeron a Petro como si fuera el mandamás de toda una ideología popular que busca la igualdad y que tiene sus expresiones en el trabajo comunitario, no en las altas esferas de la política. Con la concepción conservadora hicieron creer a los «perdedores de siempre» que ese era el único camino de la salvación del castrochavismo, el resultado: un país en una profunda crisis y que está pasando hambre.
Para que las dimensiones ideológicas puedan ser útiles en el ordenamiento político de un territorio, es necesario definirlas y enmarcarlas a fin de que sean claras las posturas y así se haga un íntegro ejercicio democrático, cuestión que no pasa en el país más feliz del mundo. Lo que sucede es que cada persona hace una autoidentificación de su postura política a partir de sus rasgos pasionales y no desde un verdadero conocimiento de las dimensiones ideológicas. La comprobación de esto son los muchos años de dominio de una clase burguesa que encuentra en la política una plataforma de enriquecimiento personal en el que la corrupción y el clientelismo son los intereses de los poderosos, mientras que un pueblo oprimido sufre las consecuencias de su ignorancia.
Es paradójico que unos conceptos tomados de una asamblea constituyente en una monarquía, sean los que hoy están determinando el rumbo de un país que está en una democracia, hace más de un siglo que apareció la «derecha» y la «izquierda» en el mundo y aún siguen tan vigentes que serán los que determinen el triunfo de un presidente que tiene en su hacer salvarnos o terminarnos de hundir, esperando, que el «centro» no sea esa distracción que mantenga en el poder a esa nobleza con sus muchos privilegios. Si esa clase retrógrada y putrefacta va a ganar, que lo hagan por lo menos manteniendo su «mano firme» en la dimensión ideológica que tanto protegen.
En fin, las elecciones ya están por llegar y todo el ajedrez político se sigue moviendo en busca del triunfo, queda como reflexión que nosotros como electores y «perdedores de siempre» debemos ir más allá de una elección irracional, de una ideología que nos tiene aguantando hambre, busquemos en el discurso alternativo la elección de nuestros candidatos. Colombia en toda su historia ha sido sublevada por políticos que ven desde lo alto a un pueblo que se asesina a sí mismo, esperemos que los últimos levantamientos sociales no hayan sido en vano y que por fin veamos ese cambio político e ideológico que este país necesita.