Columnistas:
Aurora Folgoso y Clarissa Pertuz
Cuenta la leyenda que en un mundo utópico los políticos cumplían sus promesas, tanto las que juraron consumar ante la Constitución meses antes de que fueran elegidos como las que obligatoriamente deben ser efectuadas en nombre de la responsabilidad social que acoge su representación.
Thomas Hobbes planteaba que los gobiernos son un mal necesario, porque a pesar de que todo pueblo necesitaba de una persona que ordenara a la sociedad y estableciera leyes y normas, los «súbditos» corrían el riesgo de que les tocara un tirano individualista que solo se interesara por enriquecerse a sí mismo antes de colocar por encima las necesidades del pueblo al momento de establecerlas.
Si lo adecuamos a la realidad de Colombia, pasa algo curioso y es que al principio todos los mandatarios muestran su lado caritativo, íntegro, humano, buscan lo mejor para su país y cuando ya obtienen la confianza de los colombianos, la mayoría de ellos trabaja para enriquecer a sus partidos políticos, a sí mismos y a las empresas privadas, dejando de lado a la población más vulnerable que representa gran parte del número de votos que recibieron en elecciones.
Hablemos de lo lindo que es ayudar a las personas de escasos recursos, ingresar a sus barrios donde no hay pavimentación, agua, ni electricidad, dar alimentos en aquellos rincones alejados donde la desnutrición es un problema, entregar cemento o elementos de construcción para que ejerzan su derecho de tener una vivienda digna. Eso sería hermoso siempre y cuando tales actividades fueran por los 5 años de su candidatura política. Lástima que esta fantasía solo dure máximo 3 meses.
Meses en donde los políticos hacen malabares por «ganarse el cariño» de la gente, meses donde son esa «voz» de los que no tienen voz, meses en los que son «santos de devoción» y se quieren parecer a Jesús cuando en realidad son Judas. Meses en donde cada portón, pared o casa que estén en disposición de ser pintadas o como dicen por ahí, que encuentren «mal parqueada», será un buen espacio para adjuntar unas letras tan grandes que hasta los viejitos con astigmatismo, miopía y cataratas juntos podrían leer el: VOTE POR …
Comienza la trillada campaña de odio, miedo y mentiras, en un país caracterizado históricamente por los regionalismos, debido a su accidentada geografía, y en donde la gente no ha comprendido aún que el buen político no es el que representa a una minoría privilegiada, sino el que lucha y busca una vida mejor para todos. No es difícil identificar a algunos políticos de los otros, pues, aunque en sus discursos muchos dicen lo mismo, sus acciones, propuestas o programas e historia hablan por ellos, y no es que pretendan, precisamente, la construcción de un país en paz con justicia social.
Pero no culpo a las personas que los eligen, somos engañados por «los meses de fachada política»; en el que surgen ideas naturalizadas como el «Salvemos a Colombia», «Los jóvenes son el futuro», «Cambiemos la historia», pero como decía el gran Groucho Marx, «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». A esto se dedican los políticos.
Dirigentes políticos en Colombia han querido disfrazar la democracia y sacarla a la opinión pública como una «democracia de admirar»; lo que no hacen visible son las múltiples fallas que presenta un sistema egoísta y tiránico, como el nuestro, en el que los políticos priorizan sus intereses y solo buscan la obtención del poder.
No nos engañen más con los asuntos supuestamente importantes, hablen en serio de los grandes temas que deben consensuar y pactar. Dejen de hacer promesas, dejen de mentir, decir una cosa y hacer la contraria. No nos tomen más el pelo. Siéntense, acuerden, pacten y hagan.
Lo triste es que, desde la invasión española, todo es igual. El país es un bucle cargado de sustancias tóxicas que influyen en la toma de malas decisiones y en la elección de quién prometa el camino más fácil a tierra sin importar que no esté seguro de ello. Les gusta ser engatusados en este sistema de mentiras, de falsos juramentos, de engaños consentidos, y últimas esperanzas que se resumen en que los nuevos políticos harán un cambio, cuando son más bien un: «quítate tú para ponerme yo».
Seamos sinceros, este país ya está hundido por la mala administración de recursos y las paupérrimas calidades de vida del 60 % de su población, lo que nos conduce a citar la metáfora de que por más de 20 años hemos sido una pelotita con la que juegan los partidos políticos tradicionales, de manera que ya estamos en la olla y nada puede estar peor.
Muchos gobernantes que llegan a la «cima», suelen ser auténticos maestros del arte del engaño, la mentira y las apariencias. Tienden a ser personas sistemáticamente deshonestas con gran capacidad para no ser percibidas como tales. Buena parte de su trabajo consiste en competir por realizar promesas que no pretenden cumplir.
Así que no cabe duda de que los políticos actuales son personas a las que parece importar más el poder que el bien público; pero, los ciudadanos que desean el cambio deben organizarse y trabajar a fin de lograrlo, no dejar todo en manos de extremistas o de «grandes salvadores» que les prometen transformar el sistema. Los ciudadanos, que se dejan llevar demasiado deprisa por «esperanzas y promesas deslumbrantes», a menudo se encuentran después con que «bajo la superficie se esconde la ruina». Una ruina que ha durado más de 5 años.
La persona que está a cargo del poder debe ser autosuficiente, idónea, capaz, competente, preparada para llevar las riendas de una sociedad. Los gobiernos no son para explotar recursos y valerse de grandes cargos para enriquecerse individualmente, menos en un país como Colombia que un conflicto interno, el mal manejo de recursos y malas administraciones lo ha tenido estancado por más de 50 años. Maquiavelo afirmó que aun teniendo al mejor ejército, dinero, recursos o infinita materia prima, nada nunca será suficiente mientras lo que se persiga no esté fundamentado en la ética y la moral.
Necesitamos un momento de cambio donde parte de la ciudadanía persiga una nueva manera de hacer política sin ataduras, sin préstamos, sin favores: política ciudadana por y para las personas; un verdadero Estado social de derecho. Es imprescindible pisotear la demagogia instruyéndonos de conocimiento político y apropiándonos de los verdaderos principios de la democracia para saber elegir.