Columnista
Simón Rubiños Cea
Se aproximan definiciones electorales de cara al 2022, y con esto se vienen a la memoria tantas situaciones que han ocurrido en procesos anteriores, que no viene mal echarles cabeza. Tamales, mercados, plata o contratos por voto se suman a amenazas, extorsión, maquillaje de números pequeños como números grandes y muertos que votan, entre otras, como parte de las noticias que acompañaron cada votación, y que lamentablemente es muy probable que vuelvan a pasar en las elecciones al congreso y presidencia del próximo año.
Independiente del motivo, parecieran ser vicios arraigados al quehacer político colombiano. Pero hay otra costumbre que ha acompañado procesos electorales, aunque no es exclusiva de acá, y corresponde al engaño y uso de la mentira como dispositivo de campaña. Esto con el fin de crispar ambientes preelectorales con la finalidad de favorecer determinado espectro político en desmedro de otros, sin importar que sea faltando a la verdad, porque al fin y al cabo, algo queda.
En los últimos años, estas manipulaciones han logrado su cometido en más de una ocasión, como el Brexit en el Reino Unido, o acá cuando ganó el No en el plebiscito bajo el argumento de entregar el país al castrochavismo —recurso además vacío y que se convirtió en producto de exportación. En ese entonces, los opositores promovieron un discurso basado en disparates con el que lograron rechazar el Acuerdo de Paz y que reciclaron para las elecciones de 2018, ubicando al candidato del Centro Democrático, Iván Duque Márquez, en la casa de Nariño. Lo peor de esto es que ya se observa nuevamente la difusión de mentiras para lo que viene en 2022, para así infundir miedo y afectar las opciones de quienes buscan disputar el poder.
Entre las artimañas que más se repiten, está culpar a la izquierda de todos los males que afectan al país, a pesar de que nunca ha habido un gobierno que no provenga de los partidos tradicionales —conservadores, liberales, uribismo o sus derivados—, ni el parlamento ha tenido mayoría opositora como para hacer control político efectivo. Además del castrochavismo, las alternativas políticas han sido asociadas a dictaduras, a la guerrilla y al narcotráfico, a ideas de expropiación y corrupción, e incluso algunas tan absurdas como que son responsables del agotamiento del petróleo, entre otras.
El oficialismo ha utilizado cada espacio para achacar a la oposición los efectos del mal manejo del Gobierno. Incluso, han ido más allá y han usado los poderes del Estado en contra de figuras políticas, candidaturas y civiles que se oponen a su línea política. Ejemplo último de esto son las acusaciones contra congresistas del Polo y de la Colombia Humana que terminaron archivadas o desestimadas por la justicia, o las acciones que se han adelantado en contra de jóvenes acusados de concierto para delinquir, violencia contra servidor público, afectación al transporte público e instigación para delinquir con fines terroristas por su supuesta participación en la primera línea en el paro nacional.
De hecho, los medios de comunicación han servido de tribuna para esto. En el marco del paro, la Revista Semana publicó una portada con la cara de Gustavo Petro responsabilizándolo de las marchas, la violencia, los destrozos y todo cuanto pasó, sin cuestionar los argumentos que justificaron las protestas. En su editorial, atacaron al candidato e insistieron en que mentía y que por ello mermaba sus aspiraciones presidenciales. De esta acusación hicieron y hacen eco el oficialismo y aquellos que marcan distancia con el Gobierno, pero que reman el mismo bote haciéndose llamar la Coalición de la Experiencia.
También, podríamos hablar de las veces en que los partidos tradicionales y sus derivados han torcido el sistema a su conveniencia, como Reficar, el puente Chirajara, la vía Pasto-Mocoa, la matanza de las bananeras, el Frente Nacional, los cárteles, los falsos positivos, y tantas otras que tristemente, no son cosa del pasado, ya que hoy, el Gobierno de Duque junto a los partidos de siempre, ha seguido la misma tónica:
Centros Poblados; la compra de un sistema de inteligencia para la geolocalización y el perfilamiento de usuarios de redes sociales luego de un hackeo a las páginas del Gobierno que resultó ser falsa bandera; errores en política internacional; el mal manejo de la pandemia; ministros sin experiencia; la reforma tributaria; la reconstrucción de Providencia; el aumento en las masacres y la delincuencia; la ineficiencia deliberada en la implementación del Acuerdo; la inflación y cuánto más; pero no, la culpa jamás ha sido suya sino siempre de la oposición.
Todas estas situaciones descritas han pasado en parte por hábito, porque así han hecho siempre las maquinarias; también, por corrupción, porque quienes las hacen se saben en una posición de poder y harán de todo para mantenerla o ganar un nuevo escaño; pero también se presentan por miedo, porque temen perder su poder y pasar a la irrelevancia, o a que quien llegue desenmascare algún hecho que les comprometa, o porque se ponga en evidencia la ausencia de un proyecto político-social más allá de repartir mermelada.
Pero también pasan por miedo al cambio que se representa en que año a año más personas se han volcado a las calles y urnas demandándolo, tanto porque están cansadas de vivir en un vórtice de abusos, como porque saben que existe una mejor Colombia más allá de las mentiras de siempre. Las artimañas volverán a presentarse, y por esto viene al caso la frase coja, coma y no copie, porque las fuerzas tradicionales saldrán con todo a acaparar lo que tienen, incluyendo mentir a la opinión pública.
Es necesario recordar y ser conscientes de los errores y horrores de quienes han hecho tanto daño al país. Para superar la manipulación, es crucial hacer memoria para así no creer ni copiar las mentiras e ir a votar por quienes apuestan al cambio, porque es la única forma de mostrar que no se ha perdido la esperanza de vivir en una Colombia a la altura de nuestros sueños.