Columnista:
Julián Bernal Ospina
¿Nietzsche diría que la ficción ha muerto? Los escritores de series, películas, novelas y cuentos ahora tendrían que esforzarse en narrar la realidad si quisieran contar cosas novedosas. No solo eso: quien desee escribir ficción tendría solo que narrar hechos totalmente reales. Con seguridad alguien en este momento está escribiendo el libro que cambiará la historia de una generación nada más por el hecho de que nos contará cómo eructa un hombre triste. No pienso que sea uno de esos flamantes best sellers y youtubers que hablan exactamente como eso: con la pose y el sonido gutural de un hombre triste eructando.
Facebook publicó su campaña, a propósito del cambio de nombre a Meta, de realidades paralelas en que los seres humanos dejarán de ser de carne y hueso, sangre y piel para convertirse en globos coloridos: en versiones de sí mismos como si fueran muñecos imaginados por un artista maniático, en apariencia feliz. (La cara del joven señor Zuckerberg es como si él mismo fuera una proyección animada; no nos extrañe que un día de estos nos enteremos de que él era otro hombre triste, pero de otro planeta). Seremos metaseres ocupados de vivir en nuestros disfrazados mundos de utopías; aunque, por el contrario, serán distopías, con la diferencia de que los usuarios, nosotros, seremos quienes diseñaremos nuestro feliz universo de control. Acaso sea solo una idea loca de otro hombre triste.
Poco a poco nos acercamos a nuestras mejores conspiraciones. Quién iba a decir que íbamos a estar encerrados meses por el contagio de un virus proveniente de un murciélago en China; que un beso de un amante podría ser mortal. El escritor de este mundo debe estar sintiéndose complacido por los giros narrativos que hizo en su novela. Sin embargo, los historiadores y científicos sabrán que vuelcos como estos no son tan inesperados, pues suceden cada tanto en la historia. El problema es que las personas no vivimos como ideas en libros ni como personajes de novelas que saben que son parte de un juego misterioso y secreto. La mayoría a duras penas si somos conscientes de que respiramos.
A lo mejor siempre ha sido así: el mundo es más fantástico de lo que creemos y tiene tantas realidades paralelas como seres que lo habitan. Seres no solo humanos; también los otros animales: hace poco una amiga escritora me contaba que este planeta es un mundo en el que las cucarachas reinan: millones de millones en selvas y ciudades, capaces de alimentarse de cualquier cosa. Seguramente una cucaracha pasará sobre el cadáver del último ser humano. Por eso, ¿cómo verán el mundo ellas?, ¿cuáles son las realidades que crean en sus cabezas diminutas? No considero que sea menor esta preocupación.
Yo respondería la pregunta del principio de este modo: el dios de la ficción no ha muerto, por más de que la realidad nos muestre sus imágenes irreales, y de que se disfrace de novela de ciencia ficción. Ella misma se encarga de enrostrarnos la locura que nosotros mismos creamos: los inventores de mundos tendrán que esforzarse –quizá como siempre lo han hecho– en mirarla y mirarla, por detrás y por delante, para ver si son capaces de mostrar algo que sea digno de ser verdadero: una réplica de la historia. Inventores que en su autenticidad sean iguales a sus antecesores. Inventores que no inventan nada, o que inventan una nueva invención de otros: inventores capaces de observar la fantasía en los eructos de los hombres tristes, y que se aterren con la idea de una invención novedosa de mundos utópicos de seres felices.