Columnista:
Fredy Chaverra
En el reciente capítulo de censura y hostigamiento que viene sacudiendo las relaciones de Daniel Quintero con la prensa, resalta un audio filtrado del actual gerente de Telemedellín, Deninson Mendoza, el mismo que afirmó que el canal —sustentado con recursos de todos los contribuyentes— era propiedad de Quintero y se debía enfocar en cuidar su imagen. En el audio, el gerente afirma que «lo que al jefe le gusta, a mí me encanta», que le «encanta hacer caso» y hasta que «cambió de equipo de fútbol» para hacerse hincha del equipo favorito del jefe.
Más allá del patetismo implícito en esas frases, encierran una característica que puede llegar a ser habitual y crónica en nuestra historia republicana: la lagartería y el servilismo.
A los dirigentes autoritarios poco les importa tener equipos diversos o autocríticos; por regla general, se rodean de incondicionales, leales obnubilados y deslumbrados sin mayor criterio. A un dirigente autoritario le incomodan las voces disonantes o alejadas del redil, ya que es algo que a largo plazo se podría interpretar como un factor de inestabilidad a su estatus o condición de poder.
En Quintero es algo más marcado porque también es empresario, así que asume el gobierno desde la lógica funcional de agente privado que, sin entrar a considerar la importancia de equilibrios o contrapesos de tipo democrático, prioriza la efectividad —su efectividad— del gerente-alcalde sobre cualquier otra consideración.
De ahí que los comentarios de Mendoza, expongan sin filtro, la certeza de quienes vienen rodeando a un mandatario hostil e imprevisible. Pues Quintero más que de un equipo dinámico, se rodea de incondicionales que lo ven como un «salvador» o «su salvador», me explico. En la primera categoría se incluyen quienes lo acompañan ciegamente en su actitud confrontacional con ciertas élites políticas y empresariales locales; ocasionalmente, cayendo en la descalificación, la paranoia y el seguidismo. Son la contracara fáctica y temporal del fanatismo uribista.
En la segunda categoría y estrechamente relacionada con la primera, se encuentra una diversidad de funcionarios deslumbrados, especialmente jóvenes, que vieron en su cercanía personal o política con el alcalde la oportunidad de gestionarse un rápido ascenso social, ocupando puestos de nivel intermedio y devengando salarios que no se encontraban en sus inmediatas proyecciones de vida. Son apuestas legítimas, pues no las pretendo valorar bajo criterios morales, solo las quiero proyectar sobre la visión de ciudad de un alcalde divisorio y ciertamente autoritario.
A Quintero le incomoda la oposición, la crítica y que lo cuestionen. Es algo a lo que no está acostumbrado, pues en todas sus relaciones está habituado a erigirse como un eje articulador o un prominente factor de movilidad, de ahí que su descalificación de la oposición como aquellos que no lo quieren «dejar trabajar» resulte ajustada a su propia autopercepción frente a lo público. Es como si asumiera el gobierno bajo una lógica empresarial y asociada a una efectividad instrumental; es decir, a la toma de decisiones sustentadas en un principio de obediencia. Algo que explicaría el «me encanta hacer caso» del gerente Mendoza.
Para reforzar la incondicionalidad, también resulta importante que su equipo se apropie sin desacato a su estrecha perspectiva confrontacional de la correlación de fuerzas, es su disputa con una porción del empresariado local y el uribismo, tan publicitada y expuesta desde las redes sociales. Por eso, no es extraño que sus colaboradores aticen tendencias, casen peleas en Twitter o descalifiquen a los que critican la administración reduciéndolos al mote de uribistas o pro-GEA. Esa es la esencia emocional de «la ciudad ya no les pertenece» o «el futuro se parece a nosotros». Algo que explicaría el cambio de equipo de fútbol del gerente Mendoza.
La prensa crítica y autónoma es el único factor que se sale de esos cálculos. Es la única que puede cuestionar al alcalde de frente y sin zonas grises. Tal vez por eso le genera malestar y viene echando mano de la pauta como si fuera un regulador de lealtad o afinidades. Es el único factor que no podría asimilar la administración de lo público desde la actitud servil y «agradecida» de Mendoza. El carrusel de despidos y la inestabilidad que se ha vuelto crónica en algunas dependencias de la Alcaldía, también evidencia la configuración de una rotación asociada al nivel de lealtad.
En esencia, salen los que no les gusta «lo que al jefe le gusta».
Al gerente Mendoza no lo conozco y espero no tener el gusto de hacerlo, con sus movidas y declaraciones ya me ha quedado lo suficientemente claro hasta dónde puede llegar, tan solo le agradezco por patentar expresiones tan honestas en la historia del servilismo criollo. Testimonio de su inteligencia y gran capacidad de cohesión; inclusive, en algo me recuerdan lo dicho por Andrés Felipe Arias en el cenit de su poder: «Me va tocar [sic] caer a estrategias bajas por Uribe».