Columnista:
Germán Ayala Osorio
Si bien el término guapo alude a una persona elegante, ostentosa, galán y lucido a la hora de vestir, en este país, su uso cotidiano apunta para describir a aquellos hombres verracos, capaces de pelear y participar de reyertas y desafíos saldados, bien a tiros o a puño limpio. Pues bien, por estos días, el Gran Macho de El Ubérrimo, Álvaro Uribe Vélez, se fue lanza en ristre contra el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, diciéndole esto: «si el alcalde de Medellín como es de guapo con quienes se preocupan por la ciudad, fuera la mitad con los violentos, no habría inseguridad». Sin duda, Uribe retó a Quintero para que le saliera al ruedo, como efectivamente lo hizo en Twitter, convertida en un cuadrilátero en donde los golpes virtuales (discursivos) vienen cargados de veneno y de adoloridos egos. En otros tiempos, ese llamado hubiera terminado en una trifulca.
Al final, como eximio macho que no soporta críticas, llamados de atención y mucho menos que le respondan como lo hizo Quintero, el 1087985 lo «bloqueó» para que aquel no pudiera continuar ripostándole y señalándole sus puntos débiles: los falsos positivos y las Convivir, a las que según el alcalde de Medellín, el expresidente quiere regresar a la capital de Antioquia, para superar sus actuales problemas de inseguridad.
Más allá de la certera respuesta que le dio el mandatario local a su contradictor político, lo que llama la atención es lo poco que hemos avanzado para superar ese discurso belicoso de estos machos cabríos acostumbrados a resolver todo a los golpes, con amenazas, es decir, a actuar como rufianes de esquina. Por supuesto que ser guapo en Colombia viene anclado a una sociedad machista que cría machos para la guerra y para «dar en la cara, marica».
Quizás sea hora de proscribir ese comportamiento, convertido en varias esferas de la sociedad, en un positivo adjetivo y una conducta digna de admiración. Incluso, hay grupos de mujeres que validan y aplauden a quienes son capaces de enfrentar los conflictos y las diferencias como energúmenos a los que el discernimiento y la capacidad de diálogo les parecen elementos propios de hombres débiles, esto es, «poco hombres, poco machos».
Cuando Uribe usa la palabra guapo para descalificar al alcalde de Medellín, sabe de antemano que hay millones de colombianos que le aplauden esa premoderna y poca civilizada forma de asumir la condición de hombre, sinónimo no solo de guapo, sino de peleonero, macho, semental, verraco, viril, varonil y bravucón. Hay que entender que este ya envejecido bravucón o «rufián de esquina» como lo calificó el entonces presidente Santos, reconoció en su momento que, para hacerse respetar en el colegio, debió apelar a los puños, en otras palabras, se acostumbró a actuar como guapo para poder «sobrevivir». Solo falta que el hijo de Salgar proponga crear una red, ya no de sapos, sino de guapos, que sean capaces de dar en la cara…