Columnista:
Gustavo Adolfo Carreño
En la música vallenata Poncho Zuleta es hoy la voz mayor de estirpe tradicional, una especie de «cóndor legendario» dentro de este hermoso folclor, miembro de una dinastía de artistas, músicos y compositores que han engrandecido la música de acordeón. También es un uribista confeso, terrateniente, gamonal, ganadero, célebre por pregonar en un mensaje parrandero un tributo al paramilitarismo, después de las descargas de ráfagas de metralletas, Zuleta grita a todo pulmón «Nojoda, estamos en Astrea (César), tierra paramilitar, de los paracos». En ese entonces irrumpía el paramilitarismo, un proyecto de control político, económico, social y cultural con una fuerza inusitada en el Caribe y toda Colombia.
Hace unos días volvió a ser viral el cantor villanuevero con un nuevo saludo en tarima, «Nicolás, Nicolás Petro, me saludas a tu papá, Ya se volteó la arepa, Nicolás, se volteó la arepa», propiciando interpretaciones y reacciones más políticas que musicales. Algunos analistas intuyen del saludo la soledad del patriarca, su ocaso, los contados días de gloria, por lo mismo, el salto despavorido de millones de uribistas decepcionados, cansados, engañados con un proyecto que se hunde a lo Titanic, al chocar con el monumental iceberg del rechazo y hastío ciudadanos.
No creo en el voltiarepismo de Poncho, su admiración por Uribe ha sido ratificada públicamente por él mismo, un seguidor fiel que guarda mucho respeto y compromiso por el gran jefe. De todas maneras el mensaje cantado está, es claro, contundente, en clave para buenos entendedores con pocas palabras, directo al corazón y alma del pueblo, manifiesta el despertar de una nación en tan solo cuatro palabras, capacidad de síntesis que solo el arte puede tener.
Estamos ante un pueblo mamado con el patrón paisa y todos sus excesos y designios tóxicos como la pandemia, ciertamente se abusó de pueblo pacato, digno de una paciencia infinita, en medio de una democracia porosa, cansada de tanto palo, politiquería, peculado, patrañas y muchos Pastranas de pacotilla. Colombia pasa cuenta de cobro a la cultura paraca, la pobreza, rompe con las amarras de un sistema pandillesco entronizados en cerca de dos décadas de parranda y pea uribista, en hora buena, guayabo en reposo.
El país está en pleno movimiento, transformación y cambio, hastiado, golpeado, decepcionado de mesías, Macías y mafias de todos los pelambres, una Colombia abre sus alas para volar en un horizonte más libre, justo, digno, humano, progresista y feliz, construido con principios, programas, propuestas entre todos, por todos y para todos los colombianos sin distinción alguna.
Hay paroxismo en el sistema, el contagio, aceptación y poder de convocatoria de Petro no los deja dormir tranquilos, en él ven una pesadilla, un candidato con sabiduría y argumentación suficiente para dar peinadas, pencasos y pretinazos a cada uno de sus contradictores, la suya es la voz de los que no tienen voz, el portavoz de la Colombia Profunda, marginal, real.
Entender «se volteó la arepa» es comprender la inocultable realidad de un país en un punto de quiebre histórico, dispuesto a recorrer nuevos caminos, construir una nueva historia, un nuevo futuro, finalmente, los actos políticos son fundamentalmente humanos y el cambio hace parte de la vida, «todo fluye, todo cambia, nada permanece», sentenció Heráclito.
En este orden de ideas, si Poncho se decide por el Pacto Histórico, bienvenido, ya llegó Piedad, igualmente se espera con los brazos abiertos a uribistas, empresarios, campesinos, trabajadores, ateos, cristianos, ambientalistas, jóvenes, católicos, indígenas, negritudes, liberales, conservadores, diversidades sexuales y de género, ciudadanos sin partidos, con la ideología de cambio, de una nueva Colombia, en paz, digna, con mejor futuro, la profundización de la democracia y el progreso para todos.