El voto cotiza al alza en el Atlántico colombiano

Con este texto no pretendo insultar a los costeños, ya he escrito sobre compra y venta de votos en otros departamentos y se conoce, de antemano, que sucede en el Caribe colombiano y en todo el país, pero hay que aceptar que una parte considerable de los habitantes del Atlántico compran y venden votos, que para las próximas elecciones, cotizarán al alza.

Infórmate - Corrupción

2021-09-04

El voto cotiza al alza en el Atlántico colombiano

Autora:

Diana Abril 

Conocí lo de la compra de votos viviendo en Barranquilla, pues una vez, hace más de doce años, me ofrecieron un trabajo de llevar en carro a los votantes de Barranquilla a Soledad y retornarlos a sus viviendas el día de las elecciones y lo acepté, porque no sabía cuál era el fin; era inocente en ese tema de la política y de lo oscuro que de ella se desprendía. Ese día de elecciones me di cuenta del engaño y me percaté, además, de que el que no se quema es porque bastantes votos compró. En esos comicios, los votantes antes de ir a su puesto de votación llegaban a una casa x, entregaban su cédula, llenaban y firmaban la respectiva planilla. Cuando regresaban, al comprobar que ya habían votado, les daban $40 000.

Se trató de toda una logística programada para cometer un delito, pero no por el sufragante, pues no está tipificada ese estilo particular de elegir, sino la forma en la que se paga para ser elegido, dentro de los 16 delitos electorales actuales, estipulado en el artículo 390 del Código Penal, como «Corrupción al sufragante». Aunque, al final de la jornada, no me quedé sin decirles a los votantes que transporté sobre el error que cometían al vender su voto, las implicaciones políticas y sociales que ello traería cuya única respuesta fue un largo silencio.

Hace algunos años estudié con políticos reconocidos en la capital atlanticense y percibí que allá todo lo manejaban de esa forma, por palanca y gracias a amistades de renombre. En la universidad, de igual modo, me di cuenta de cómo llegaban compañeros con las famosas planillas a pedir firmas y datos, con el objetivo de comprometerlo a uno con ciertos candidatos. Esa es la situación en la «Arenosa», lugar del que no me arrepiento de haber experimentado una parte de mi vida y del que, además, recibí los mejores momentos y grandes amigos. Pero de lo que con toda seguridad digo: la corrupción que se observa con la compra y venta de votos es tal, que uno no puede creer cómo es posible que esa «cultura» exista. Incluso, muchos viven de ello. Aída Merlano se quedó corta con lo que confesó, porque es inclusive peor y es claro que ella solo fue una ficha de los politiqueros que creen que los asuntos en la política pueden resolverse a punta de billete.

Aquí no se trata de juzgar y tampoco soy quién para dar clases de moral, pero me veo en la necesidad de que, de algún modo, se genere consciencia al que no entiende la importancia de la dignidad y de que de la decisión de un solo individuo depende el gozo o el padecimiento de muchos. En mi caso, mi dignidad tiene un precio bastante alto, que como dice el dicho, con dinero no se puede comprar. Aunque, en realidad la cuestión sobre la dignidad es algo así como lo que citó hace unos días, Cecilia Orozco, en Twitter respondiéndole a Semana: «Los que no tienen dignidad no sienten vergüenza» (Iván Velásquez). Es cierto, este es un país de sinvergüenzas.

Es así la forma en la que funciona parte sustancial de la política (sin dignidad) y uno se pregunta cómo puede ser de ese modo, cómo es posible que uno valga tan poco y los demás, «valgan» incluso menos. Sí, eso es lo que valen para los «votantes», pues por vender los votos en el Atlántico, ya sabemos las simples recompensas: unos 70 000 pesos (cotización promedio de las elecciones pasadas), un sancocho y el respectivo transporte. En un paquete, gratis y solo por marcar la casilla que se le imponga al elector, para un periodo de cuatro años en los que los elegidos harán lo mismo que hicieron para elegirse; comprarán a todo mundo, y ese primer pago, es, apenas, una pequeña muestra. Pero los que «subastan» su voto también son unas abejas, porque lo venden, sin embargo, lo hacen por el que quieran; esa es su trampa, dicen ellos.

Aunque lo que se entrega a cambio de votos, según una clasificación de 2019 que realizó la Misión de Observación Electoral (MOE) se refiere, en primera medida, a material de construcción, programas sociales, mercados y alimentos, regalos en eventos, servicios del Estado, beneficios educativos, contratos públicos entre otros. Me pregunto ¿qué les queda a los que por los medios «normales» acuden a solicitar algunos de esos beneficios?

Sin embargo, ya sabemos que el elector está detrás del político no solo por esas dádivas; se sabe que va por algo más grande. Aunque el costo de la compra y venta de votos ha variado. Diana López Zuleta escribió en su libro Lo que no borró el desierto que hubo una época, por allá en los 90, en La Guajira, en la que el voto lo compraban a millón de pesos, se imaginan, ¡a millón de pesos! Aun así, ni por todo el oro del mundo se debería regalar el futuro de una nación. Es imposible que uno venda su porvenir y el de todos en la elección de un candidato que no tiene ni tendrá las capacidades y llegará al poder con la única intención de hacer torcidos; no leves, como así lo mencionó en algún momento el alcalde mexicano Hilario Ramírez Villanueva: «Robé, sí, pero poquito». Salen a la luz, entonces, delitos contra la administración pública con datos de desfalcos enormes que de tanto en tanto llegan a sumar billones.

Pero el hecho es que es tan malo el que roba poquito como el que roba mucho. Las dos personas son iguales de pícaras y bandidas. Pues, se llega a la política es a representar los intereses del pueblo; es plata ajena, y para ello, se recibe una remuneración generosa. ¿Luego no les es suficiente? Tal parece que no, y de eso nos hemos dado cuenta a lo largo de estos últimos años.

Pues bien, con este texto no pretendo insultar a los costeños, ya he escrito sobre compra y venta de votos en otros departamentos y se conoce, de antemano, que sucede en todo el país, pero hay que aceptar que una parte considerable de los habitantes del Atlántico compran y venden votos y del tema ya se pueden encontrar textos científicos en la web. De igual modo, así lo afirmó Petro, de manera más general, al momento de las pasadas elecciones y, por ello, se le fueron encima: «… El problema estuvo en la costa Caribe. El feudalismo y la compra de votos la ha absorbido tanto que no reacciona cuando no hay dinero en las urnas».

Lo escrito por el senador dolió mucho a los que sí votan de manera consciente; no obstante, es una realidad que pretenden disimular. Aunque ese modo de «hacer política» sucede a nivel local, regional y nacional, repito, ya lo había mencionado en otro texto, a lo que reitero: «Colombia es uno de los pocos países que tiene la tan extraña desfachatez, junto con Tailandia, Venezuela y México de comprar y vender los votos». Sí, de más de 200 territorios, estamos etiquetados con solo tres al lado, por ese «peculiar modo» de elegir candidatos.

Toda esta carreta para decirles que el voto está al alza en el Atlántico; están ofreciendo a los enajenadores $200.000 (podrían ser más) para las próximas elecciones y ese valor se extiende al Caribe colombiano. La MOE en sus denuncias, por parte de los ciudadanos, afirma que los votos son comprados y vendidos, en algunos departamentos y en la capital colombiana, en un costo que oscila entre $15 000 y $500 000. Claro, con la información que recibí, en Barranquilla, en Soledad y otros municipios del Atlántico, habrá votantes que los venderán a dos o tres candidatos; es decir, por los $200 000 se pueden ganar en un día $600 000 (si es cierto que a ese precio lo pagarán). Imagínense cómo se incrementará esta absurda práctica y cuánto tendrán que invertir los promotores si lo van a comprar en $500 000. Pero, por favor, independiente del precio que cotice el voto, no le hagamos ese daño a la democracia. Colombia tiene futuro, aunque no el de Gaviria, que apenas lanzó su candidatura, él mismo puso en duda sus afirmaciones.

Merecemos un país mejor; no voten por los mismos bandidos de siempre que han saqueado a Colombia, y que por más que aparenten, es poco probable que cambien sus espantosas costumbres. Esos 50, 70, 100 o 200 o 500 000 pesos no les van a durar en la región en la que se encuentren, y menos van a servir para las horribles situaciones que tendrán que soportar por muchos años, por botar su voto con la peor de las maneras. De los candidatos que elijan dependerá la elección de funcionarios idóneos a fin de que en este territorio se recupere el desangre que le han causado por varias décadas.

P. D. Al momento de escribir sobre este tema, le consulté a amigos y conocidos del Atlántico si me podían confirmar los precios de los votos y, solo dos me respondieron, uno de profesión abogado y con información relevante. De más de 100 amigos costeños que tengo en mi Facebook, ¡solo dos me contestaron! Una vez publiqué en mi muro que me habían puesto los cachos y muchos me respondieron, reaccionaron y hasta consejos me dieron. Parece que hablar o dar información referente a la compra y venta de votos resultó ser más tabú que opinar sobre unos cuernos.

 

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Diana Abril
Exbecaria de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Magíster en Tecnologías Digitales Aplicadas a la Educación. Administradora pública. Integrante de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo, y de su junta directiva, miembro de la Red de Investigadores Latinoamericanos, editora junior de la revista Justicia y Derecho de la Universidad del Cauca, asesora y consultora académica, investigadora (nivel II), de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP) y par evaluador ocasional de la revista Nova et Vetera (ESAP).