Autor:
Andrés Arredondo
Durante la jornada de conmemoración de los 88 años del Jardín Cementerio Universal de Medellín se realizó un conversatorio denominado Memoria y sanación por la dignidad de las víctimas del conflicto, enfocado principalmente en las víctimas de desaparición forzada, que en su inmensa mayoría son, dicho sea de paso, familiares y personas cercanas, pues los sobrevivientes en carne propia de esa temible conducta criminal se cuentan con los dedos.
En medio de la charla, Amparo Sánchez, antropóloga y experta en temas de memoria, con amplia experiencia en el acompañamiento a las víctimas, afirmó que una sociedad que se dispone a afrontar en serio esta problemática deberá crear las condiciones para fortalecerse desde las comunidades y las familias; además anotó que es un proceso en el que todas y todos debemos pensar-nos para inducir las transformaciones necesarias.
Ese «pensar-nos» en común, sugiere una tarea primera relacionada con las necesidades y posibles lógicas de atención y acompañamiento a una familia y una comunidad rotas por la desaparición. Lo que conduce a la pregunta por las posibilidades de que tal rotura pueda ser recompuesta o restañada, en especial, si como sucede en Colombia el conflicto no ha cesado. Aquí entra un elemento que las golpeadas comunidades colombianas tienen como abundante patrimonio: la empatía y la resiliencia.
Esas cualidades, que no son más que la fuerza de la solidaridad para afrontar las desagracias, nos muestra el perfil de unos saberes acumulados y que la experta nombra como «creatividad frente al ser roto», pues en el vacío creado por la ausencia, las víctimas y las comunidades «cuidadoras» hacen germinar rituales, encuentros, intercambios y apoyos desde los cuales se configura una presencia en lo público que puede ser nombrada como la condición política del dolor.
Este afincamiento político deriva en un ejercicio plagado de dificultades pues la condición misma de víctimas, marca y rotula a las personas con un estigma social de seres escindidos y precarios, en cuya actuación y proyección social difícilmente podría agenciarse un hacer de lo político como expresión de la causa colectiva. Sin embargo, este impase viene a superarse en tanto las víctimas y sus organizaciones, han demostrado con creces su capacidad para «dar palabra, y así nombrar la falta misma».
En ese caminar individual de las víctimas, pero también colectivo, que abarca a toda la sociedad por más que un segmento muy grande de la misma no se sienta aludida, se encuentra el deber del encuentro, la reflexión y el abrazo para generar escenarios posibles de no repetición. O como lo expresó Amparo Sánchez, como una de las conclusiones de su intervención en el conversatorio «nos debemos muchos rituales colectivos» y en ese camino resignificar espacios, al tiempo que los arropamos y remozamos como lugares de memoria y conciencia, tal como sucede en el presente con el Jardín Cementerio Universal de Medellín.