Columnista:
Vanessa Vega Otaya
Tras la toma y posterior liberación de las instalaciones de la Universidad del Quindío, en el marco del paro nacional, la piscina se convirtió en el epicentro de un fenómeno social que dejó al descubierto la realidad que viven los ciudadanos en el departamento, vista desde tres perspectivas diferentes.
Si bien la realidad se define como algo que existe, se ejecuta y tiene características, leyes y esencia propia, lo cual lleva a los individuos a tener conductas y acciones basadas en la lógica de su existencia, es necesario observar las situaciones en un plano general para comprender que el Quindío territorio de paz con más de 500 mil habitantes, continúa teniendo una población que comparte un mismo territorio, pero vive en mundos distintos.
Esa universidad pública, creada del pueblo para el pueblo, nido de corrupción más apetecido del territorio y la fuente de riqueza de unos cuantos, abrió sus puertas para recibir al «pueblo» luego de la toma de la institución por parte de los miembros de la primera línea de Armenia, que pese al caos generado, permitió evidenciar quién manda, quién sirve y quién decide, no solo en la alma máter, sino en el departamento como tal; y así como en el país, los ciudadanos dejaron de ser colombianos, para ser «vándalos» o «gente de bien», «petristas» y «uribistas», en el Quindío también surgió esta división, en la que la «élite» de la capital quindiana, muy bien posicionada en el ranking de mayor índice de pobreza, pretende insultar y menospreciar con frases como «usted parece primera línea» o «vámonos que esos tienen pinta de primera línea».
Los términos «vandalismo», «delincuentes» y «terroristas» ahora tienen una connotación diferente, estigmatizando a los de un lado, mientras que del otro lado se responde con insultos y términos peyorativos en contra del ejército de saco y corbata que sí tiene dinero para pagarles a unos cuantos «corresponsales» a fin de desfigurar los acontecimientos que puedan afectarlos públicamente, y entre ambas partes, mover las masas a su antojo, en medio de un «confunde y reinarás» constante que finalmente se torna en una guerra absurda de nunca acabar.
Esa piscina olímpica, de 50 metros de largo y 22 metros de ancho, con aguas relucientes, rodeadas de escenarios deportivos envidiados por los deportistas carentes de apoyo y escenarios deportivos en buen estado, de la región, fue el epicentro de reuniones, risas, enojo, indignación, actos sexuales e infinidad de acontecimientos y sentimientos encontrados, protagonizados por «tres bandos» distintos, que vivieron o presenciaron desde su punto de vista, desde su propia realidad, los acontecimientos que se desenvolvieron allí.
Por un lado están los estudiantes, que reniegan porque no pueden usar la piscina, ahora por cuestiones de bioseguridad, antes porque era solo para quienes cumplían con sus créditos o actividades deportivas o simplemente porque no han averiguado cómo se hace para poder darse un chapuzón allí. Están también los «mandamás» que se regodean de tener una institución de impecables paredes blancas y grises, que tapan cada uno de los movimientos corruptos que se ocultan bajo la alta acreditación de la alma máter, como la elección ilegítima de rectores y directores de programas, la adjudicación direccionada de contratos que luego se reparten entre congresistas, diputados y amigos, manipulación, irregularidades en temas de contratación. «Una muy bien acertada cadena de complicidades e impunidad que incluye a medios de comunicación regionales» y por supuesto, el popular caso de las licitaciones para la construcción del edificio de Aulas de la facultad de Ciencias Económicas y Administrativas, que fue noticia nacional y que a muchos solo les quedó por decir «Echeverry, como que nos tumbaron».
Este segundo grupo le grita al mundo que la Universidad del Quindío es un territorio de paz, cuya majestuosa piscina se exhibe como un trofeo ante quienes quieren «invertir» en ella y en su educación, sin saber que más de la mitad de cada semestre, de cada carrera, jamás tocará el agua de la piscina.
Por último, está la población que nunca había ingresado a la institución, que en su vida tendrán la oportunidad de volver a ver una piscina olímpica, tan limpia, tan grande, tan bonita y ¡gratis! «Esa gente» que «vandaliza» por bañarse en la santísima y virginal piscina, sin los «protocolos y elementos adecuados» o un traje de baño de neopreno que evite que los demás se unten de gérmenes de pueblo, ellos eran los que estaban felices, grupos de niñitos diminutos con agujeros en su ropa que corrían con sus pantalonetas mojadas, hechas de un pantalón viejo y una gran sonrisa en su rostro, agradecían a quienes abrieron las puertas de la U, en donde siempre se pide carné o un motivo válido para ingresar al alma máter.
Pero ¿cuál es la realidad? Todas son las realidades, porque cada grupo representa la población, los que miran por encima del hombro y tildan de vándalo a todo aquel que reclama por sus derechos, o que diga, o haga algo que rompa los estereotipos de la «sociedad perfecta» con la venda en los ojos; la realidad de los estudiantes, a quienes les indigna que ellos no pueden jugar en la piscina, pero estos otros sí, aunque el hecho no sea que se bañen o jueguen, sino que no cuiden las instalaciones con el amor que ellos le tienen a la Universidad, que finalmente se convierte en un segundo hogar.
Y la realidad de la población vulnerable, quienes aprovecharon la oportunidad de ingresar a la Universidad, para poder distraerse, jugar, sacarse fotos en medio de una piscina enorme y gratis, y en medio de su emoción, olvidar las condiciones de vulnerabilidad a las que se enfrentan a diario, mientras a su modo se divertían, sin percatarse de los daños que ocasionaban al arrojar bicicletas a la piscina, puesto que en ese momento de euforia, solo se limitaban a disfrutar, como si nunca más se fuera a presentar el milagro de tener un balneario gratuito en el departamento del Quindío.