Columnista:
Juan Esteba Mazo González
Por supuesto, dicen quienes cada cuatro años, apoyando a sus candidatos políticos, esperan su triunfo para hacerse con los puestos burocráticos de la alcaldía, gobernación, del Congreso, etc. Otros, que son mayoría, contestan con un rotundo «no sé» —estos hacen parte de esa muchedumbre que se le negó la posibilidad de acceder a la educación (primaria, secundaria y superior)—. Educación que la realidad de este país impide concebir como un derecho; muy por el contrario, va siendo hora de catalogarlo como un privilegio. Y hay quienes, en su calidad de privilegiados (como yo) se niegan a aceptar como democrático un Estado que reprime la marcha pacífica, estigmatiza y elimina las ideas contrarias a las del gobierno, y no menos importante, un Estado que poco le interesa la paz, como derecho constitucional.
La democracia en Colombia, como concepto filosófico-político, se convierte en requisito fundamental en el análisis de las coyunturas políticas que han antecedido la actualidad. Además, se hace necesario dar un mínimo de consideraciones y esclarecer, bajo análisis socio-históricos, qué se ha entendido y se entiende por este concepto a lo largo y ancho del país, cómo se ha implementado —si es el caso— y cuál es su estado actual.
Posterior a la emancipación del reino español, agosto 7 de 1819 (Batalla de Boyacá), nuestro destino político fue asumido por los personajes más ilustres de la época: los denominados padres fundadores. En ese orden de ideas, la política en Colombia durante su trasegar histórico ha sido y sigue siendo asumida por quienes se sienten dueños del destino del país, dueños de su riqueza; como también han sido los grandes linajes, entre ellos: los Gómez, los Santos, los Lleras, los López, los Pastrana, los Uribe, por mencionar solamente algunos. Y no siendo suficiente, han inculcado al pueblo que, la democracia se reduce, netamente, al derecho a elegir, y en la medida de lo posible, a ser elegido. Lo que se conoce en teoría política como democracia representativa.
Este tipo de democracia, y lo menciono con inmensa vergüenza, no se alcanza a ejecutar de manera transparente, ni mucho menos imparcial, en esta sociedad resignada e inmoral. Para sustentar lo anterior, solo mencionaré, verbigracia, el asesinato sistemático de líderes sociales y ambientales, candidatos (as) a concejos municipales, a alcaldías municipales, al Congreso de la República, como también a excandidatos presidenciales (Gaitán, Pardo Leal, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro, en el siglo anterior). Asimismo, y no menos importante, es conocido que culturalmente la compra de votos se ha arraigado en la práctica política, haciendo de este sistema, entre otras cosas, algo inviable para el avance en la modernización, tanto de la sociedad como del Estado colombiano.
Dicho lo anterior, la democracia, si bien debe tener como uno de sus fundamentos el derecho irrestricto a elegir y a ser elegido, no puede quedarse simplemente en este aspecto. Pues el derecho a la vida, a la libre expresión, las condiciones dignas para afrontar un proyecto de vida, protección de la integridad física, condiciones adecuadas para fomentar la educación, la abolición de todo dogma impuesto que impida la disertación de las realidades sociales en las cuales se desarrolla el ser humano y, más importante aún, el respeto por quienes piensan y actúan diferente deben ser el complemento idóneo para iniciar la construcción de una sociedad medianamente democrática. Lo anterior es recogido por el maestro Estanislao Zuleta (2020) en las siguientes palabras: «la democracia es modestia, disposición a cambiar, disposición a la reflexión autocrítica y a oír al otro».
Sintetizando, pues, diré para finalizar que hace falta —y esto es un trabajo del individuo colombiano—, iniciar una valoración de sus patrones culturales, un intento por problematizar sus conductas, las formas en las que piensa y actúa. También, el análisis de las maneras en que se relaciona, su capacidad de respeto, empatía y solidaridad. De esa manera, lograr una reducción dentro del territorio en el conflicto a muerte, por un conflicto netamente de diálogo, de ideas; donde el pilar fundamental para iniciar las discusiones sea el respeto a las ideas del contrario, pero no la obligación de someterse a ellas. Esto no debe imposibilitar el ejercicio del debate, muy por el contario, debe exhortarlo.
P. D. Siendo medianamente realista, debo aseverar, no sin desazón que, el pueblo colombiano no se encuentra aún preparado para aplicar este tipo de democracia (la del respeto y la ecuanimidad). Por lo tanto, hago un llamado a todos (as) para que empiecen a divisar la importancia política para el país de las próximas elecciones, tanto de Congreso como las presidenciales. Es allí donde se puede dar el primer paso para iniciar la transformación anhelada. Pero no lo olviden, la política colombiana es la representación del bagaje cultural que poseemos como sociedad: la cultura del «avión», del «pillo», del «avispado». Así pues, una cultura corrupta.
Fuente:
Zuleta, E. (2020). Educación y democracia . Bogotá: Editorial Planeta Colombia S. A.