Columnista:
Laura Preciado
Paola Ochoa, la misma que afirmó que la leche materna es para países subdesarrollados, la que dijo que no vacunaran a los ancianos porque igual se iban a morir, es hoy la misma que afirma que la primera línea arrastra como borregos a los jóvenes restándoles la posibilidad de plantear alternativas y argumentos.
Recientemente, en una columna titulada: La ciudad de la furia: el extraño fenómeno de la primera línea, escrita para El Tiempo por Paola Ochoa, conocida por caer en falacias argumentativas una y otra vez, escribió sobre el papel que han tenido las primeras líneas en el marco del Paro Nacional 2021.
Afirma Ochoa en su columna: «Ningún otro país se ha atrevido a ser tan miope. Soga al cuello que nos echamos por torpes; por incapacidad colectiva para alzar la mirada y anticipar las enormes repercusiones internacionales que tendría tanto despelote». Y sí, tiene toda la razón. Soga al cuello que no echamos por torpes al aguantarnos tantos años de violencia, grupos armados, paramilitares, 6402 falsos positivos, desplazamientos forzados, políticos endiosados, corrupción, de la que hoy por fortuna, alzamos la mirada y decimos ¡No más, estamos cansados!
A Ochoa le inquieta de sobremanera «la mala fama mundial» como si antes no la tuviéramos y le preocupa aún más «el extraño fenómeno de la primera línea» que según ella se trata de «un movimiento inflado por los medios y una prensa cada vez más amarillista» como la que ella misma promueve y de la que hace parte. Por ejemplo, en el momento en el que sugirió la censura para controlar las manifestaciones y cuando hoy, 6 de julio de 2021, afirmó al aire en Blu Radio que los jóvenes de la primera línea son como Al Qaeda. Pero no le bastó esto, para también hacer una comparación desmedida con relación a las Farc y al clan del Golfo.
Dice, además: «Primera línea con sucursales en distintas ciudades y con todo tipo de ínfulas: oficina jurídica, objetivos pedagógicos, grupos de ideas, subdivisiones financieras, oficina contable, jardines infantiles y múltiples operaciones en distintas orillas», como si se tratara de una empresa, que evidentemente no lo es. Esto que nombra Ochoa, aunque para ella no está bien, es maravilloso. Porque con estos espacios que se generan entre los jóvenes y distintas comunidades, se crean puentes de diálogo asertivos para entender maneras de pensar, vivir y sentir realidades que para cada individuo son diferentes. Se crea y se promueve la juntanza para escuchar al otro y eso es algo que no se veía desde hace mucho tiempo.
Le preocupa también que en la primera línea: «están arrastrando como borregos a toda una generación de jóvenes, restándoles la posibilidad de plantear alternativas y argumentos, minándoles con la violencia toda posibilidad de liderazgo e influencia. Y, por qué no, arrebatándoles la posibilidad de llegar a ser alternativa presidencial en las próximas décadas», lo que es una mentira. Gracias a la protesta social y a los movimientos sociales que han surgido durante el 2021 se ha dado la oportunidad para apartarse de los pensamientos hegemónicos y poder plantear alternativas, argumentos y soluciones para los problemas que nos aquejan a los colombianos.
Este no es el extraño fenómeno de la primera línea; este es el extraño fenómeno de por qué le dicen periodista a Paola Ochoa. Ella es la representación y un eco de la sociedad clasista que le quedó grande la empatía y que no tiene noción de las realidades de un país que pide a gritos que lo salven.