Columnista:
César Augusto Guapacha Ospina
Han sido más dos meses trepidantes, históricos, estructurales, icónicos y sobre todo, esperanzadores. Hoy no habrá temas ambientales en esta columna; la convulsión social que ha experimentado Colombia durante semanas completas ha sido de un nivel superlativo, uno nunca visto en el país. Por esa razón, después de haber participado en marchas, conocer de primera mano historias, vivencias, experiencias, así como obtener insumos desde diferentes perspectivas, me aventuré a escribir esta columna con un enfoque más social que ambiental con el orgullo de hacer parte de esos cientos de miles de colombianos que salimos durante semanas enteras contra el gobierno más incompetente de la historia del país.
La ley de Murphy es muy clara en su adagio: si algo malo puede pasar, pasará. Eso fue exactamente lo que sucedió con la elección de Duque como presidente, el «menos barra brava», según un ilustre youtuber de 40 años. Desde el inicio casi todo ha sido una espiral inequívoca de errores reiterativos entre desconocimiento, inexperiencia e incompetencia; una suma de factores que anticipaban el desenlace de su gobierno. De igual forma, en esos azares del universo se gestaban de forma paralela las peores crisis de la historia del país: una pandemia, un estallido social sin antecedentes en magnitud y frecuencia producto, entre otras cosas, de índices de pobreza sobre el 40 %, desempleo, inseguridad y todo lo que supone la mayor estafa a los electores colombianos.
En la tragicomedia llamada Colombia, no deja de ser paradójico que las situaciones más difíciles en la historia del país converjan justo con el presidente más incompetente de todos; el hecho de superar a Pastrana, quien dejó el listón casi imposible de pasarlo, dice ya mucho de Duque y su nefasto periodo presidencial.
La gota que derramó el vaso fue una reforma tributaria en medio del hambre, una apuesta peligrosa que le salió carísima al Macron criollo. Él nunca previó la respuesta social a tal nivel de desfachatez, una respuesta que vino, en gran medida, por parte de los jóvenes de este país y en esto quiero ser enfático, porque orgullosamente hago parte de esa generación que estuvo en las calles meses en un estallido sin igual que cambió la esencia de lo que en principio era un desmonte de la reforma tributaria, pero que con el paso de los días se convirtió en una unión nacional por causas superiores cuyos límites trascendían ya una simple reforma. Se generó un proceso de autoorganización de forma trepidante, representada en todas las líneas: primera línea, línea jurídica, línea médica, línea DD. HH., línea psicológica, entre otras. Un bloque de organización social en la protesta que nunca se había visto en Colombia y que cambió para siempre la forma de protestar en el país.
Sin embargo, no todo fue positivo o esperanzador; hubo noches oscuras, llenas de sangre y zozobra en las cuales fueron asesinados, desaparecidos, torturados, abusados e intimidados cientos de jóvenes a lo largo y ancho de Colombia por parte de la fuerza pública. Bogotá, Cali, Medellín, Popayán, Pereira, Manizales, Pasto, Barranquilla, entre otros, como epicentros de esa violación sistemática de los derechos humanos por parte del Estado a la luz del reporte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en el cual constata estos hechos y hace recomendaciones al Gobierno nacional, recomendaciones rechazadas por «sesgo ideológico». En este punto, es justo preguntarse algo de forma objetiva: ¿cuál es la diferencia entre el Gobierno de Duque y una dictadura establecida? La verdad, la diferencia está en la forma, porque el «menos barra brava» resultó ser todo un digno representante del uribismo.
Yo sabía que el final de ese espectro político sería muy caótico por su talante antidemocrático, pero nunca imaginé que con solo apretarlos un poco, llegarían al punto de casi generar una guerra civil en el país solo por no ceder el poder; llevan 20 años sentados en el Palacio de Nariño y creen que vivimos en democracia. De esta experiencia de vida me quedan varias cosas que se deben rescatar: el apoyo en su gran mayoría de la ciudadanía hacia nosotros ha sido hermoso, porque estamos en la calle por ustedes también, porque se den cuenta de los errores que han cometido durante 20 años y rectifiquen. De igual forma, estoy convencido de que entramos en la etapa del posturibismo, como lo plantean Ariel Ávila y León Valencia; espero no equivocarme, por el bien de todos en el país.
Finalmente, esta columna también está pensada para honrar los nombres de todos y cada uno de los jóvenes víctimas durante estos más de dos meses de paro nacional, por las personas que dieron su vida, sus ojos, sus extremidades, sus sueños y sus sentimientos por una causa cuya esencia trasciende todo lo entendible porque les quitaron todo, hasta el miedo. Ha sido un placer y será un placer acompañarlos a ustedes en las calles.
En memoria de Lucas Villa, Santiago Murillo, Cristian Moncayo, Miguel Ángel Pinto, Edwin Villa, Yeison Angulo, Nicolás García, Alejandro Zapata, Jhon Sebastián Múnera, Michael Joan Vargas, José Mauricio Velasco, Jhon Alexander Yotengo, Jhon Erik Sei Larrahondo, Camilo Andrés Arango, Santiago Moreno, Brahian Gabriel Rojas, Jhonatan Bastó, Juan Pablo Cabrera, Luis Eduardo López, Daniel Stiven Sánchez, Yordany Rosero, Yinson Andrés Angulo, Elvis Alfredo Vivas, Jefferson Marín, Harold Rodríguez, Kevin Agudelo, Dylan Barbosa, Angie Valencia, Segundo Jaime Rojas, Cristian Delgadillo y los más de 70 asesinados durante este estallido. Sus nombres serán semillas.