Columnista:
Gustavo Enrique Ortiz Clavijo
Es un asunto que ni la izquierda ni la derecha desean asumir para la defensa de los Acuerdos de Paz firmados en La Habana. No me da miedo hablar de esto porque en una reunión en el Metropolitan, el edificio de negocios frente al parque San Pío, en un cumpleaños de la ciudad hace unos años, un miembro del Comando General de las Fuerzas Militares (CGFM) me dice que estoy perfilado como un espíritu del Partido Comunista Clandestino Colombiano (PC3). La izquierda solariega que no contextualiza en Santander no me respeta, pero he cargado un peso mayor de anulación social y un mensaje de WhatsApp de alguien que sueña ser futuro representante donde me indican un asunto más negro: que por ejemplo existió el año antepasado.
Que en 1976 sin una ley el militar Navas Pardo haya creado las reservas para tener una imagen positiva ante la ciudadanía al establecer un vínculo directivo con líderes y empresarios nos permite hacer un análisis a través del tiempo de lo que conlleva. En un vínculo de tanto tiempo se dan inevitables influencias y traspasos de poder en la cotidianidad de los asuntos de la milicia.
En sus requerimientos de ingreso uno lee que se debe un acatamiento a los deberes y obligaciones, en las respectivas leyes que las modifican y reglamentan. En ninguna parte dice que se debe restringir el activismo político, distinto a los miembros regulares.
En un proceso social podemos ver que en las dos últimas décadas donde la figura de Álvaro Uribe, con un proyecto mesiánico con muchas dudas de lo político, se ha establecido que los reservistas de mayor rango que se reúnen con los comandantes de brigada los viernes y sábados son en casi mayoría absoluta, miembros activos del Centro Democrático, aquel burdel de egos.
Si esto es un problema serio ya, el lío es que eso que no dudo exista llamado inteligencia militar que se debatirá imagino en esas reuniones por el inevitable paso del tiempo se convierte en un arma política por lo que ya expuse que sociológicamente son las influencias de ambas partes en una estructura social cerrada. Así se configuran persecuciones. Voy a decirlo en estos tiempos justos de paro, se ven cuentas sociales de esos empresarios reservistas de alto rango —caso Santander Jorge Cote Cadena— validando la violencia, validando en otros mensajes su militancia al Ejército y regresemos a esa misión de crear una imagen positiva. Ridículo, no lo hacen, ni hacen ejercicio político, hacen ejercicio de secta.
Recordemos a aquel buen ebrio, Reinaldo Orduz, quien en sus festines en restaurantes con pistola en mano gritaba que hay que matar a la guerrilla y hasta en una revista pasquín hablaban de él como un gran empresario después de su deceso violento. Actitudes como la que rememoro de los mitos urbanos de Santander son simple paramilitarismo.
Y no los tocan porque por el paso del tiempo y en una semiósfera cultural cerrada como la de Santander, por un lado, con el poder de la logia y luego los políticos con poder muy «para» donde la gente para ascender socialmente jura obediencia a sus modos del statu quo social. Ellos impiden la paz.
La mejor forma para defender la primera línea de La Habana es con abogados políticos, un buen ejemplo, Ludwing Mantilla y con una fuerza ciudadana que no adore mártires (vean una calle de murales detrás de la iglesia San Pablo Apóstol, por ejemplo), sino que construya colectividades dialogantes solucionadora de asuntos inmediatos, de asuntos ideológicos y en nivel mayor, procesos políticos.
Los tiempos son distintos y este estallido social que duró más que el paro contra Juan Manuel Santos, nos obliga a reconocer errores sea la línea política en que vivamos, a tomar impulso en nuestras responsabilidades sociales y estudiar más. Siendo puntuales, se debe vetar el ejercicio político a los que a bien quieran ser profesionales oficiales de la Reserva.