Autor:
Isaías Molina Jácome
Hay periodistas que trabajan para medios de comunicación, cuyos dueños son los grandes grupos económicos. Ellos reciben un pago, a cambio de obedecerle a un director, quien escucha sus opiniones para construir la agenda mediática, pero al final les impone los enfoques, las imágenes, las fuentes y el grado de cobertura de los temas.
Así funciona la producción noticiosa y al parecer no hay nada extraño; sin embargo, en su interior oculta un lado oscuro y es que el redactor depende de su salario, su posesión más preciada, aquella que lo salva de una vida indecente. En la cadena de montaje mediática el reportero repite sus rutinas laborales, una y otra vez, hasta que un buen día decide recuperar su libertad y se estrella contra un muro, pues se da cuenta de que está atrapado en una prisión invisible.
Si contradice o quiere cambiar al sistema lo despedirán y vivirá aterrorizado preguntándose ¿cuándo volveré a conseguir empleo?, eso se convierte en su mayor miedo, pero se consuela sabiendo que no solo le sucede a él, sino a todos los obreros del mundo, como lo explica el sociólogo Zygmunt Bauman, en su libro Trabajo, consumismo y nuevos pobres.
La objetividad: una estrategia para preservar la vida
Al periodista obrero, es a quien menos le pagan en la fábrica de las noticias, y como si eso no fuera suficiente, debe cuidarse de dos enemigos internos: de sus compañeros, con quienes compite; y de sus jefes, a quienes les debe demostrar su utilidad todo el tiempo. Pero también enfrenta a otro adversario, esta vez externo, de quien debe cuidarse, si no quiere perecer: los intolerantes, que podrían ofenderse con el mensaje difundido, y lo amenazarían, lo maltratarían e incluso lo asesinarían sin piedad.
Según la socióloga norteamericana, Gaye Tuchman, pionera del estudio de la producción de las noticias, dentro la sala de redacción, este comportamiento es el resultado del funcionamiento interno de los medios, donde el poder se ejerce de arriba hacia abajo como ocurre en la milicia o la iglesia. En su investigación, Tuchman, analiza el conocido discurso de la objetividad, que denominó como un ritual estratégico, pues a la vez que estructura el modo de vida del periodista, se convierte en un plan para superar los peligros de su profesión.
La objetividad termina siendo una poderosa ficción, que pretende anular la subjetividad y su beneficio principal es trasladar los errores del periodista a las fuentes, usando para ello la atribución de la información con nombre y apellido. Así, este narrador de historias finge contar la realidad como si fuese el reflejo de un espejo, tal como lo explica Lorenzo Gomis, en su obra Teoría del periodismo: cómo se forma el presente, pero la verdad es que esto no es más que un truco, pues lo que él pasa por alto es que ninguna palabra o imagen creada por el ser humano goza de neutralidad.
Los otros periodistas, sin techo y sin patrón
Por fuera de la fábrica mediática, en los extramuros, existe otra clase de periodistas, que no pudieron o no quisieron emplearse en los medios hegemónicos que terminaron arrodillados ante el poder por necesidad o ambición. Ellos, practican la misma rutina de producción del redactor obrero, pero al carecer de salario están más dispuestos a transar, no solo su talento o independencia, sino su dignidad.
Lo trágico de este relato, que ya se dirige a su fin, es que con el tiempo estos periodistas pierden el sentido de la vista: los obreros debido al brillo de su modesto salario, y los otros, sin techo y sin patrón, a causa de sus dificultades económicas. Ambos dicen defender al ciudadano, pero la cruda verdad es que solo obedecen a sus amos, quienes incluso les ordenan cómo y cuándo deben ladrar o callar, con un movimiento firme de la correa de castigo. No hay duda de que actúan como esbirros del poder y apuñalan al periodismo hasta matarlo.
Pero el tiempo del cambio llegó y trajo consigo a una nueva generación de periodistas alternativos, que no le besan los pies a nadie y son la única opción, de las ciudadanías libres; aquellas que anhelan vivir en un mundo más humano, uno en el que sus historias, por fin sean contadas.