Columnista:
Santiago Becerra Tovar
La violencia, las masacres y el abuso se han tomado las calles de las ciudades colombianas; convirtiéndolas en espacios de combate, entre la ciudadanía y la Policía Nacional, donde se ha descargado la rabia e inconformidad por parte del pueblo colombiano.
El desplazamiento que han sufrido miles de colombianos por parte del Gobierno, condenados a un abandono estatal que los ha expulsado a las calles, a desahogar su ira, contra un sistema de gobierno que los ha marginado al olvido. Es esa rabia, la que se refleja en las calles, en los jóvenes de la primera línea que se encuentran en los bloqueos, en las vías, porque manifiestan que no tienen nada que perder; porque algunos, comen mejor en las ollas comunitarias que en sus propias casas. Son las precarias condiciones en las que se encuentran sus territorios lo que los ha llevado a enfrentarse contra un Estado que se ha escudado en el uso de la fuerza desmesurada para justificar masacres, desapariciones, torturas y todo aquello que hacen las «personas de bien» en espacios de empresas multilatinas.
En más de dos meses de paro, las personas asesinadas por parte de la Policía Nacional se han acumulado; ni hablar de los desaparecidos, agredidos y torturados… La cuenta se alarga, al pasar los días.
Ya no solo los campos se tiñen de rojo, ya son las montañas de Colombia, las cuales reciben muertos; ahora, por el asfalto corre sangre y por las calles de la ciudad la silueta de los jóvenes caídos se presencia al abrir la puerta de la casa. Es más de medio siglo en guerra en los campos colombianos. En 2016 se votó el plebiscito por la paz, donde quienes votaron por el sí, fueron los habitantes de aquellos territorios más golpeados por la violencia, que habían presenciado frente a sus ojos el asesinar de un ser querido falto de protagonismo en esa guerra; y quiénes votaron por el no, fueron las ciudades, las personas acomodadas que veían por encima de su hombro lo que pasaba en sus territorios. Y ahora que la violencia se tomó las calles, que a la vuelta de su casa asesinan personas y mientras están cenando se escuchan los disparos de los agentes de la Policía, ¡¿serán indiferentes?!
Estamos llamados a ser inteligentes. La disposición de negociar que ha demostrado el Gobierno de Iván Duque ha sido nula y su apatía por solucionar problemáticas estructurales resalta su cercanía a Álvaro Uribe; la lectura que el presidente ha realizado sobre la coyuntura ha sido errada, porque se ha empecinado en reprimir y hacer uso de la brutalidad policial para oprimir a un pueblo que solo clama ser escuchado y que se acaten sus necesidades.
Por otra parte, el Comité Nacional del Paro no representa a millones de colombianos que hoy se encuentran en las calles, en los bloqueos, en las ollas comunitarias y se ha demostrado una brecha generacional en quienes hoy conforman este comité y quienes resisten en las ciudades; rotura, que no solo refleja una diferencia de edades, sino de pensamiento, acción y trascendencia.
Es, precisamente, esa acción y trascendencia a la cual debemos apostarle, ya que es la ciudadanía la que se ha tomado las calles y es aquella la que debe organizarse. Es por esto por lo que, el paro nacional no debe terminar, porque el Comité haya cesado la convocatoria de marchas ni porque el Gobierno cumpla. En el caso utópico, algunas de las propuestas deben trascender a las comunas, a los barrios, a la organización política de los diferentes sectores, que hoy en día alzaron su voz; y que hoy, con sus banderas pintan el cielo junto a las demás organizaciones, grupos sociales o como los queramos llamar, que le han apostado, desde su posición a salir del closet de la apatía social. Porque la lucha, no solo se debe dar en las calles, sino en las asambleas, en los debates, en las diferentes reuniones que se programen, ya sean municipales, departamentales o nacionales, para pensarse de qué manera cada sector se representa a sí mismo y se disputan escenarios políticos. Aquí, se debe diferenciar la politiquería de la política y así tener estos dos conceptos claros, para no contaminarse en el camino.
Al final, la disputa es en las urnas, no solo en las presidenciales, sino en las departamentales, municipales y del Congreso, porque un presidente, sin un congreso que lo apoye no es nadie. Ya ven cómo el actual Gobierno cuenta con la mayoría en el Congreso y se vota no a la educación superior gratuita; no a la renta básica y no a la censura del minDefensa; pero sí a los poderes a la procuradora; sí a la reforma a la justicia.