Columnista:
Jose Fernando Salcedo
Ilustración:
Cinta Arribas
Cada año, el mes de junio, se convierte en una fiesta, aparentemente, multicolor para conmemorar el orgullo LGBTIQ+, especialmente, cuando llega el 28, porque en esa fecha se conmemoran los disturbios de Stonewall Inn, en 1969, que fueron el hecho detonante en Occidente para el inicio de la vida pública de la lucha por el reconocimiento político y público de los derechos de las personas de la diversidad sexual y de géneros.
Sin embargo, desde siempre, la historia de la humanidad ha estado atravesada por la diversidad sexual y de géneros, desde la prehistoria hasta en la cotidianidad en las familias. No fue un invento de la cultura occidental ni de la liberación sexual, ni mucho menos de los sectores que querían acabar con las buenas costumbres o los valores familiares. ¡Siempre hemos existido, resistido y persistido en un mundo que, aunque es de colores, siempre ha privilegiado los tonos grises!
Por tanto, en pleno 2021 todavía estamos frente a una sociedad patriarcal donde la plena ciudadanía de una persona de los sectores sociales LGBTI se ve truncada por esas «opiniones», las cuales, al lastimar la dignidad humana y desconocerla son en realidad prejuicios. Parece que la ciudadanía plena solo puede ser una realidad si es servil a los intereses políticos y electorales de las elites dominantes, no «perturba» ese sistema de valores construidos bajo una lógica machista, misógina, clasista y conservadora. Solo se nos acepta cuando abrazamos la heterónoma, vivimos nuestra vida lo más privada posible y no cuestionamos cada chiste, burla y pregunta incómoda sobre nuestra orientación sexual e identidad de género. Además, debemos incluir una felicitación porque una persona heterosexual, en especial los hombres, nos diga que no tiene problemas con nuestra orientación sexual e identidad de género, que posen de aliados y hasta que sus voces en el debate público tengan mayor validez que las nuestras.
De esta misma manera, vivir en medio de las frases de cajón construidas bajo una lógica donde la heterosexualidad y el patriarcado son la matriz dominante, es desgastante:
«¿Cómo esperan que los respeten si entre ustedes mismos se discriminan?».«¿Ustedes piensan que todo es discriminación?». «Yo te acepto, pero no te vayas a enamorar de mí o intentes sobrepasarte conmigo o no lo hagas frente a mí». ¿A ti te abusaron sexualmente cuando eras pequeño?». «Es que pueden hacer lo que quieran, pero háganlo en privado y no frente a los niños y las niñas». «Es que ese es un tema muy complejo y ahora se ofenden por lo que sea». «¿Será hombre o será mujer? o, ¿quién es el hombre y quién es la mujer de la relación?» o la típica: «Yo respeto, pero no comparto».
Parece como si tuviéramos que ser perfectos, ciudadanía ejemplar, personas intachables, porque frente a cualquier error, siempre el cuestionamiento por nuestra orientación sexual y nuestra identidad de género aparece en la discusión. Opinan sobre nuestras vidas, relaciones afectivas, nuestra forma de ver la vida, nuestra sexualidad, de manera morbosa e inquisidora a fin de alimentar el ego y siempre dejar claro que ellos son «normales» y nosotros somos las personas «raritas».
Por tales razones, estamos inmersos en unas matrices de violencias estructurales bastante complejas, las cuales se vuelven más opresoras cuando la libertad de amar y de ser siempre estuviera anclada al escrutinio público, a las opiniones familiares, a los estereotipos presentes en los medios de comunicación y la educación «tradicional», a no sentirnos seguros en los espacios públicos. Sin sumarle que cuando analizamos todo desde la interseccionalidad con factores como la clase, el origen étnico, la situación de discapacidad, la identidad de género (en particular aquellas feminizadas, no normativas y no binarias), la religión, entre otras más categorías. Nos encontramos cómo las exclusiones se suman entre sí y generan situaciones de violencia que no son posibles de entender por parte del Estado, las sociedades y, hasta de la academia, construidas bajo una lógica colonial.
En conclusión, no quiero retomar lo planteado con anterioridad, pero solo puedo decir que «LGBTIQ+» no existe como una categoría en la realidad, ni mucho menos las necesidades de mujeres lesbianas, personas gays, personas bisexuales, personas trans en toda su diversidad, personas intersexuales, personas de las disidencias sexuales y de género no tenemos las mismas problemáticas, necesidades ni la misma forma de habitar el mundo, pero tocó juntarnos para exigirle a un Estado patriarcal y binario esos derechos que han costado tanta sangre, burlas y exclusiones.
Este mes, como toda nuestra vida, reivindicamos nuestro derecho a existir, saldremos a las calles en nombre de las personas que ya no están debido al prejuicio que los mató. Estaremos en las calles exigiendo vidas libres de violencias, libres de discriminación, porque nos cansamos de ser los jóvenes que sufren bullying por ser diferentes. ¡Ese arcoíris de colores seguirá brillando desde nuestra fuerza y nuestra resistencia! ¡No cuenten más nunca con nuestro silencio ni con nuestra complicidad!