Columnista:
Jorge Asmar
Ya luce lejos aquella entrevista de $1800 la docena de huevos, una burla a nuestro estilo de vida terrenal y que en definitiva traspasó de forma negativa todo profesionalismo periodístico y también toda ética y respeto por la audiencia. Esas palabras aún están grabadas en el consciente del colombiano y es que ponen en evidencia (una vez más) la forma en cómo piensan quienes nos gobiernan.
Desde entonces estamos en una carrera emocional, de dolores, muertes, pérdidas oculares, retóricas sin sentido, discursos acertados, pancartas que soportan viento y gases del Esmad, aguantando las bajezas políticas más inesperadas y todo un escenario que abrió una caja de pandora donde el caos y la verdad se están fusionando para darnos a los citadinos una bofetada de la verdad campesina: muertes para callar y balas para patrocinar y fortalecer la oligarquía.
Las bullas, los alientos, las canciones y todo tipo de arengas retumban en el pavimento, un escenario que se empapa de sangre colombiana en búsqueda de rectificar más de 50 años de silencio de generaciones pasmadas y aturdidas con discursos tales como «qué mal esas muertes, pero bueno, lo importante es que puedo ir a mi finca este fin de semana».
Hoy las calles se apoderaron del discurso de la verdad, de la igualdad, de hablar y reclamar para que todos los colombianos tengamos un sistema que proteja nuestros derechos más básicos y fundamentales. Estas canciones se están convirtiendo en un ruido incontenible, que para empresarios y «gente de bien» pareciera un llamado a la guerra. Ellos, («la gente de bien») solo ven un carnaval de mamertos y castrochavistas que hablan de sandeces y locuras. Para ellos el equilibrio solo sirve cuando manipulan la pesa.
Con todas las barajas puestas en la mesa, comienzan las búsquedas de soluciones, entonces aparece un supuesto comité del paro que ni ha pisado el paro, un grupo de políticos quemados por ser tan tibios que querían ser la Coalición de la Esperanza para ser solución, pero demostraron ser la misma cuestión, y así un carnaval de títeres que ya todos sabemos su método de operación que desemboca siempre en decepción.
Entonces, las elecciones ahora surgen como una luz al final del túnel, y es que este es el único escenario donde un indígena es lindo para una foto electoral, donde el pobre es objeto de salvación y las regiones olvidadas son recordadas para un tour de votaciones y propaganda. También son un momento donde nos pintan que todos somos iguales, pero la realidad es que es un tiempo donde los muertos votan, la Registraduría sabe leer jeroglíficos, los lacayos que compran votos pagan cárcel y el candidato ganador sigue libre, un período de trampa para ganar como sea.
Si las elecciones fueran la solución, seguramente los políticos ya habrían inventado algo para prohibirlo.
Y este es el punto que necesitamos para pasar de la ceguera a la lucidez; tal como escribía José Saramago, pasar de ser unos topos en medio de la oscuridad a entender que la verdadera unión está en la identificación y en la búsqueda de la igualdad.
Un candidato político no nos va salvar, un nuevo partido político no es la solución, tampoco nuevos políticos, estos son solo una pequeña parte de un camino para aliviar el dolor y la injusticia. La solución es entender y ser parte de una mayoría que entiende lo que merecemos como sociedad, es conocer y comprender el dolor y la cruz de los falsos positivos, de los desplazados, de los trabajos sobreexplotados, de un mal sistema de salud, de unas fuerzas armadas que no nos cuidan, y de mil males que nos aquejan. Este paro nos abrió los ojos para sentir empatía.
Creíamos tener «empatía» al ver un partido de la Selección Colombia, porque todos estábamos bajo un mismo escudo; sin embargo, el silencio de estos actores, famosos y voces que tanto exaltamos, ponen en evidencia que debemos derrumbar estos ídolos de trapo para creer en los verdaderos ídolos de este país que son las causas del pueblo.
La empatía ahora debe tomar un sentimiento de pertenencia tan alto, para no caernos en caso de que quede otra vez un candidato elegido por el ‘Innombrable’. La empatía debe tener la fortaleza de la primera línea, la memoria de las madres de los falsos positivos, el entusiasmo de los campesinos que salen día a día a darnos sus cosechas, la empatía nos debe sumergir en una nueva visión; tanta debe ser esta, que hasta debemos aceptar, convivir y ser verdaderos colombianos con aquellos que nos dicen mamertos, nos echan bala y salen a acabarnos.
Esto no significa detenernos, no, hay que seguir en búsqueda de la justicia, que todos paguen, pero sí debemos dar ese paso de amor para no ser iguales a ellos.
Debemos aceptar que mañana el padre de su nueva pareja sea de derecha, que el mejor empleado de su compañía es de universidad pública, que quien va al estadio a su lado es del partido político contrario al suyo, que el negocio favorito en el que usted compra es de alguien con ínfulas de «gente de bien», que su mejor estudiante de día es primera línea y de noche académico estrella. La empatía todo lo puede.
Es tiempo de regular la violencia, para no convertirnos en lo que tanto rechazamos ahora. Al final, esta generación se destaca por no aguantar un yugo tradicionalista y encontrar soluciones en medio de todo.
Es momento de encontrar los diálogos, los discursos y los caminos correctos para saber convivir en comunidad, en tranquilidad, en unión, donde todos sean aceptados sin importar sus ideologías, porque en en este país debe haber espacio para todos y hacer de la unión y la empatía la verdadera bandera de nuestra nación.