Columnista:
Daniel Suárez Montoya
Llevaba días sin escribir: aturdido, en pleno estallido social y político. El Estado colombiano quebranta el cuerpo de los más vulnerables, muestra, como hace más de 60 años, los espejismos y las paradojas de la democracia más vieja de América Latina y de la guerra también más vieja. Hoy me cuestiono, ¿Cuál es nuestro rol? ¿Cómo enfrentamos el conflicto? Las organizaciones sociales y culturales se han definido como mediadoras entre el Estado y la sociedad civil con miras a la consolidación de sociedades más justas y democrática. Históricamente, estas organizaciones han hecho visibles las demandas de las bases sociales, sobre todo, de personas puestas al límite de la sociedad en una vereda o periferia sin nombre. Pero ¿qué ocurre hoy día con estas organizaciones intermediadoras?
La amplia movilización social y política en Colombia desafía el orden preestablecido, exige cuestionamiento y reestructuración. Nos lo dice la generación que lo tenía todo perdido al nacer y ahora es carne de cañón ante un Estado criminal. Veo con desazón el accionar de organizaciones sociales y culturales, más cerca de la inacción. ¿Qué se discute al interior del sector social y cultural de Medellín? Los daños en la infraestructura pública y privada, un banco, una estación de bus, un edificio de la administración pública o una pared. Muchas personas insisten en rechazar la furia de una juventud oprimida, herida, desaparecida, violada, fusilada (…) ¿Por qué ven en la ciudadanía un enemigo? ¿Por qué no está en discusión el abuso de la fuerza pública? ¿Dónde queda el principio de proporcionalidad para el ejercicio de la coacción? Cada vez me queda más claro: no hay nada peor que un sujeto con autoridad y un arma.
Gran parte de las organizaciones sociales y culturales han guardado silencio, apenas manifiestan no entender los actuales repertorios de acción colectiva. Insistimos no entender a la juventud que hoy va de frente: en primera línea. Pensamos que lo que hoy sucede en los barrios es el mismo síntoma de años atrás, cuando es todo lo contrario, que la movilización salga desde las diferentes comunas es una evidencia de la necesidad de ir más allá, de comprender hacia dónde hay que trabajar y a quienes debemos escuchar.
Amigos del sector cultural y social: vamos al fondo de la situación, no seamos superficiales. Debemos indagar en las necesidades y los intereses de la amplia movilización social y política. Los destrozos y bloqueos de propiedades materiales son apenas muestra de los gritos de dolor y hambre de tantas personas en este país. Lo que hoy vivimos es consecuencia de la deuda histórica que tiene Colombia con la vida y la dignidad. El statu quo está desmoronándose ante una juventud que exige justicia social: decidir cómo vivir, vivir bien y vivir sin humillaciones.
Debo decir que también he hecho parte del error, promoviendo conversaciones a puerta cerrada, no sabiendo el destino de las conclusiones y de esa misma forma, se están gestando conversaciones, muchas de ellas se quedan en número de reproducciones en la virtualidad, apuntes en cuadernos que se irán al momento de pasar la hoja. Este llamado debe ponernos una meta, un objetivo, una discusión larga, conversaciones abiertas, con la diferencia, que incluya todas las voces, especialmente de la juventud que hoy está en la calle y que debemos seguir queriendo que continúen en la lucha.
En Medellín, hoy día hablamos de una plazoleta de La Resistencia. ¿Qué están esperando las organizaciones sociales y culturales para asistir a esta reconfiguración de lo público? ¿Dónde se están propiciando los escenarios de deliberación democrática? Nos falta mucho.