Columnista:
Luis Velasco
Voces de protesta, sonidos de estallidos, ataques a la integridad física y muerte, este es el día a día que viven las comunidades afrocolombianas en Siloé, en Puerto Resistencia y en diversos sectores marginalizados en Cali, parece ser desconocido o mejor invisibilizado pero muchos que quienes viven este sitio del mundo han vivido incluso antes del estallido social las mismas condiciones de violencia ahora evidentes y agudizadas en las jornadas de protesta acaecidas desde el inicio del paro nacional, son persistentes los disparos y violaciones de derechos humanos en el diario vivir de las comunidades afro que numerosamente habitan en estos deprimidos barrios de la ciudad.
Es esta la lucha diaria y preexistente del pueblo negro la cual se hace evidente en esta vorágine social, el goteo incesante que ahora desborda el vaso: la lucha diaria contra la pobreza, la exclusión por falta de acceso a la educación, trabajo y condiciones dignas para subsistir y progresar; ese «sin destino» de la juventud afrodescendiente es uno de los mecheros que enciende la hoguera del descontento social, pero sin la visibilidad previa requerida secundaria a años de ostracismo. Sus voces pocas veces aglutinadas por un movimiento férreo, piden a gritos un cambio y unión para sus justos reclamos, están ahí latentes como un lamento ante el racismo estructural, ese apartheid a la colombiana que los condena a la pobreza, violencia y exclusión por la desidia de gobiernos criminales como el actual que solo hace campaña para comprar sus votos y se hace adalid de sus necesidades en época electoral, ese mismo Gobierno que buscó sus votos ahora los llama vándalos cuando se manifiestan y resisten.
Ante su sistemático asesinato, victimización por violencia e incluso desaparición calla la prensa nacional que si da bombos a movimientos como «Black Lives Matters» ya que ocurren allende de los mares y así posan de demócratas sin salpicar al racista gobierno de ultraderecha que los «enmermela».
A los que se hacen llamar representantes afro en las instancias de representación política, que por décadas han participado del contubernio de la masacre y latrocinio, bebiendo de la espesa mermelada gubernamental, un llamado a sus raíces a abandonar el comportamiento colonial y sumiso que rememora a aquellos entregados sirvientes que en épocas de esclavitud se ponían del lado del opresor solo para mantener un estatus ligeramente superior.
Basta ya de traficar con las necesidades de sus propias comunidades, son requeridas desde el hacer político iniciativas como la reglamentación de la Ley 70, la construcción de una bitácora para la memoria histórica afrocolombiana, así como la construcción de una agenda política para el desarrollo de las comunidades que representan.
Por último, es deber del gobierno autoritario de Iván Duque escuchar y atender las necesidades de esta población con un enfoque étnico pero sobre todo con solidaridad y contrición por los años de olvido, entendiendo que las causas estructurales y preexistentes son el combustible que moviliza a la sociedad, que solo al abrir la puerta a la equidad, inclusión social, laboral y al fortalecimiento de las estructuras de representación comunitarias se podrá empezar a extinguir el incendio social creado por sus mismas políticas de la muerte en la ahora militarizada Cali, así como en las otras olvidadas regiones del pacífico colombiano donde habitan en el no-futuro mayormente las comunidades afrocolombianas. No se puede «calmar» el hambre de quien la padece matándolo, por favor siéntense a dialogar y paren la masacre ya.
P. D. Un llamado a la unidad afrocolombiana, indígena y mestiza es urgente, es hora un fuerte liderazgo juvenil afro que revolucione las estructuras de poder sumisas al poder feudal actual, es momento de las ideas para el cambio que nos permitan avanzar hacia la equidad.