Columnista:
José Fernando Salcedo
Llevo muchos días con un nudo en la garganta, con ataques de frustración y tristeza profunda, he sentido que no hay posibilidades de no hacer nada frente a esta situación de muerte, de desolación y el baño de sangre que estamos presenciando. Lastimosamente, ese ha sido el sentimiento general y colectivo: insomnio, rabia, mientras somos testigos de cómo lo poco de la democracia que quedaba en Colombia se destiñe con las violaciones flagrantes a los derechos humanos. Uno revisa las redes sociales y el celular a la espera de que sus compañeros y sus familias estén bien, con mucho miedo de que algo les vaya pasar. Pero, ayer recibí esa noticia que me derrumbó: Daniela Soto, una compañera del Cauca, estaba en estado crítico en la Clínica Valle del Lili.
Me acordé de ese taller de Relaciones Públicas dirigido por Italia Useche, desarrollado el año pasado en medio de una de las Hackatones de la cohorte de Fellows de Fundación Mi Sangre, en la que tuve la fortuna de trabajar con Daniela, quien nos contó parte de sus sueños: acabar con la violencia de género en medio de las comunidades indígenas del Cauca y promover una discusión seria desde las juventudes para asimismo, promover la equidad de género y, de todas las veces que en los espacios de discusión, Daniela mencionó su sueño de que el Cauca fuera un territorio de paz y de armonía intercultural. En un espacio de trabajo me dijo: José, ese tema de la diversidad sexual debemos llevarlo a discusión con el CRIC, lo podemos hacer, y le prometí que así sería.
Daniela Soto, una joven indígena, estudiante de Filosofía de la Universidad del Cauca, miembro del CRIC y una dirigente de juventudes del Cauca, activista por la equidad de género y la eliminación de la violencia de género en sus comunidades. Parte de la primera cohorte de Fellows y de la Red Nacional de Jóvenes Constructores de Paz de la Fundación Mi Sangre. Una mujer que trabajaba incansablemente desde lo comunitario, lo institucional, lo colectivo por construir un país mejor para la juventud.
Acá no menciono esto para justificar que no era una «vándala», lo hago para que vean que ser una líder social en Colombia, y más cuando eres joven e indígena, parece ser una sentencia de muerte, pero también pasa cuando eres un joven Nini, un chirrete, una nea, un coleto, un joven negro, un joven marica o cualquier categoría, o intersección de estas, que no represente al joven de «bien» o a los «liderazgos juveniles corporativistas y liberales».
Ese ataque a la minga indígena ha sido un ataque al corazón de la movilización social y a la acción política comunitaria de Colombia. El CRIC, y el movimiento indígena colombiano ha sido el alma de la conciencia colectiva y reivindicatoria en un país caracterizado por el autoritarismo, los consensos de élites políticas y la estigmatización del que piensa diferente. La defensa de la paz, de los territorios, la búsqueda de un nuevo pacto popular, entre otras más han sido las banderas de esta apuesta comunitaria, intercultural y colaborativa que ha vencido el clasismo, el racismo, la xenofobia, la exclusión, la pobreza estructural, la violencia y la estigmatización histórica.
Después de tantos días de movilizaciones masivas, de protestas ciudadanas y de ciudades convertidas en escenarios de represión, abuso de la fuerza y un baño de sangre causado por la policía, el ESMAD y el Ejército uno siente frustración, ira y dolor. No, la solución no es la militarización de las ciudades y los municipios ni tratar de esconder lo que ocurre. Un sistema político que no entiende que la democracia también es que existan garantías para la protesta social, para la movilización social, para la deliberación desde las calles y las plazas es una democracia «meramente instrumental», lo han demostrado esas mayorías en el Congreso que le han dado la espalda a la discusión con el país, mientras los congresistas de la oposición han estado en las calles con escucha activa e intentando que llegue la situación del país al «corazón, maltrecho diría yo, de la democracia».
No existe la tal «polarización», no existe el tal «vandalismo», no existen los «sacrificios», no existe la tal «instrumentalización política de las marchas y la juventud». Nada de esas categorías llenas de clasismo, de racismo, de privilegios que se han instalado en la discusión política en Colombia tienen una fundamentación más allá de desviar la atención de lo verdaderamente importante: Colombia ha estado sumida en una crisis estructural desde siempre.
Ni la reforma a la salud ni la tributaria ni la COVID-19 ni tampoco Duque han sido los causantes de esta crisis; esos solo han sido esa gotas que rebasaron la copa de un país sumido en la pobreza, el saboteo y la falta de implementación de los acuerdos de paz, la desigualdad, el hambre, la falta de garantía de los derechos humanos, la violencia, la exclusión y una democracia maltrecha, un Estado sordo y una clase política gobernando para los mismos y las mismas, desde hace más de 200 años.
Hemos llorado tanto que las lágrimas se nos secaron, hemos naturalizado la violencia que no la soportamos más, hemos exigido tanto al Estado que ya no podemos seguir así y queremos diálogo popular. Ninguna vida debe ser «sacrificada» por nada, eso no es un sacrificio, es la política de la muerte, la necropolítica. Por la honra a la paz necesitamos soluciones ya, no soportamos una vida más cegada por este baño de sangre. ¿Por qué los jóvenes ponemos las muertes? Ningún político ni partido político, debe «oxigenarse» a costa de las vidas y de la resistencia de esos jóvenes que hoy están en la calle resistiendo frente a un sistema que los excluyó y hoy los asesina con frialdad y barbarie.
Por último, quiero hacer un llamado a la esperanza, un llamado a que como ciudadanía colombiana busquemos caminos para la no repetición de esto que ha ocurrido, y sigue ocurriendo, durante estos días de manifestaciones y protestas. Ese diálogo que plantea Duque, sin garantías reales con mano dura, ni el «liderazgo» del comité de paro ni ninguna «Coalición de la Esperanza» ni el «Pacto Histórico» son capaces de responder a las exigencias del pueblo cansado, de los jóvenes populares, de un país exhausto.
Debemos posicionar todas esas demandas que están en las calles como parte de la construcción de un programa político ciudadano popular, antipatriarcal, antiracista, plebeyo y que busque la transformación estructural de Colombia. No necesitamos más «democracia liberal» necesitamos una democracia radicalizada, popular, ciudadana y en minga constante.
La democracia radicalizada está en las calles y ahí debe mantenerse, no encerrada en una discusión entre poderes del poder público ni dirigentes sindicales ni de «líderes políticos» que solo representan el statu quo.
Fuerza, fuerza, Daniela, fuerza a Colombia.
No más !
Me conmovieron sus palabras, por el sentido y la profundidad para reflexionar sobre la realidad en la que estamos inmersos como colombianas y colombianas
Gracias