Columnista:
Dra. Liliana Estupiñán Achury
El Acuerdo de paz pretendió construir imaginarios y escenarios más amables para el desarrollo de la protesta pacífica en Colombia. La participación política, uno de los puntos del Acuerdo, hizo referencia a la necesidad de fortalecer la democracia, el ejercicio de la oposición, la participación real e igualitaria de las mujeres, así como también de las regiones, los pueblos ancestrales y de quienes nunca han tenido voz. Asimismo, hizo referencia al desarrollo de la protesta como derecho fundamental, sin la estigmatización de la que ha sido objeto durante varias décadas en Colombia.
Algunos aspectos de este punto del Acuerdo se han desarrollado, otros no. Intervenir la democracia es afectar las élites enquistadas por siglos en el poder. Para la muestra un botón, la tediosa espera en la que están las dieciséis curules de la paz o de los territorios más afectados por el conflicto.
En este escenario es entendible la movilización o la protesta social que ahora vivimos. Esa nueva primavera que se dio antes de la pandemia y ahora, sin miedo. Los movimientos sociales en todo el territorio nacional ya habían iniciado desde el año 2019. Todo un país rugiendo desde las regiones, los colores, la juventud, las mujeres y los pueblos ancestrales. Algo distinto, más allá de los partidos y de los tradicionales líderes políticos.
Miles se movilizan ante las cifras de pobreza, hambre, proyectos legislativos desconectados de la realidad social, un ejecutivo desdeñoso e indiferente, cansancio, desesperanza y la búsqueda de un país más digno, en clave plural y de Estado social de Derecho. La Minga indígena, también nos habla, así como las guardias de los pueblos ancestrales y cimarrones. Pero también las cifras de la “fábrica de guerra” que en Colombia no para. El terror sigue presente en todos los territorios y asesina o desaparece al diferente. Últimamente se ha ensañado, como en la época de los falsos positivos, con nuestras (os) jóvenes.
La paz es más barata que la guerra, pero la élite y el presente gobierno no lo entendieron o no lo quisieron entender. Preocupa también su desconocimiento de la fase actual de los Estados constitucionales, de los derechos humanos, de los animales y de la naturaleza, los estándares internacionales, los convencionales y el marco constitucional garante. Las y los jóvenes sí que entienden la nueva era.
Poca institucionalidad pervive para proteger lo que queda de la versión inicial de la Constitución de 1991 -sometida a tantos cambios-. Actualmente, sin equilibrio de poderes ni organismos de control que la garanticen con neutralidad y contundencia. Ni siquiera sirven los llamados del Sistema Interamericano de Derechos Humanos en materia de orden público y uso de la fuerza pública, ni las diversas sentencias que conminan a su ejercicio en clave de derechos humanos y de dignidad. El desacato conlleva a la violación de más derechos y al escenario de horror institucional que estamos viviendo. Todos los días despertamos con más cifras de infamia. Protestar es tener un pase a la muerte en Colombia.
Me pregunto si estamos ante una nueva papeleta. Recuerden que la Séptima, fue impulsada por las y los jóvenes hace 30 años, en medio de las bombas, el narcotráfico, la corrupción y un Estado fallido, una violencia que nunca han merecido y que no es su proceder político. Construimos en Asamblea Nacional Constituyente un texto innovador que combinó al Estado social de derecho con el neoliberalismo, y quizás es en este último, en donde reposa parte del veneno que hoy tiene tan indignado al país. La gran preocupación para muchos sectores, es que una “supuesta” octava papeleta puede ser cooptada por la élite que siempre se ha beneficiado de los movimientos sociales en Colombia, de manera astuta invoca pactos y supuestas “concertaciones” para hacer lo mismo de siempre.
Todavía no sé si estamos ante un Chile, es posible que la pandemia frene nuevamente los ánimos, pero el movimiento está ahí, está vivo y merece vivir de largo aliento, la vida, ahora mismo, también es importante. Pero algo se gesta en clave de derechos humanos, siento que las y los jóvenes con su arte, amor y compromiso, no pararán (que sea en paz) hasta no lograr los cambios institucionales y legales que les han sido negados.
Fotografía cortesía de: Víctor De CurreaLugo.