Columnista:
Paola García
¿A qué se debe esa crueldad excesiva contra el pueblo? ¿Quién controla a la Policía en Colombia?
Estos ocho días de protesta pueden bien resumirse en la lucha inquebrantable de un pueblo que, inconforme con este mal Gobierno, expresa su sentir a través del arte, las arengas, los pregones, los carteles, las banderas y las pinturas. Con ello, los colombianos se han hecho escuchar, lo que significa un hecho histórico en donde el pueblo despierta ante tanta barbarie. Incluso, nuestros más veteranos han entendido que el enemigo de este pueblo tiene nombre propio, y es el que nos tiene jodidos a todos. Pero también están los que aún no han podido despertar: la Policía y su Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios).
Según la ONG Temblores, hasta el 9 de mayo se habría registrado 1876 casos de violencia policial, en un comportamiento que busca reprimir la legítima protesta social a toda costa. Sin un mínimo de humanidad han cometido actos completamente inmorales contra su propio pueblo, al que ven como su enemigo. Mientras esto ocurre en las calles, los medios masivos solo se esfuerzan por difundir discursos simplificadores para distorsionar y desviar el foco con el exacerbado argumento del vandalismo como única pantalla. Así, la fuerza pública golpea, ataca, dispara y viola, encarnizada en su sentimiento de autoridad y de poder.
De la mano de este autoritarismo policial, el abuso de poder no es otra cosa que la consecuencia de un fatídico sentido de pertenencia. Esa lealtad enceguecedora que las fuerzas militares y la policía infunde en sus hombres en nombre de la «superioridad» y el «honor», y de esa absurda idea de defender la «patria y la democracia». No se reconocen como víctimas de este ineficiente sistema, son firmes a su ideología que a fin de cuentas es la defensa a unos pocos que, desde sus privilegios y comodidades, nada más actúan como espectadores, quienes disfrutan de ver cómo el pobre mata a otro pobre.
Esto corresponde, además, a una versión actual de la doctrina del enemigo interno, que si revisamos en la historia de nuestro país, por el año 1978, correspondió a una persecución contra quien a los ojos del gobierno de turno y la fuerza pública tuviese un discurso opositor (agitador o líder barrial). En esta doctrina las fuerzas militares tenían el control absoluto, dinámica que se supone debía cambiar con la Constitución de 1991 y la creación de la Fiscalía General de la Nación, y la Defensoría del Pueblo, que garantizarían los derechos y las libertades de los ciudadanos. Posteriormente, la llegada de Uribe al poder se traduciría en la doctrina de la seguridad nacional que atentaba contra todo lo que oliera a revolución, permitiendo que los militares cometieran toda clase de barbaridades para entregar resultados a dicha causa, siempre en la dinámica de enfrentar al pueblo contra el pueblo.
La realidad no ha cambiado del todo y, por el contrario, hoy tenemos a muchachos uniformados, que en esta estructura piramidal en la que funciona la fuerza policial y militar, siguen preservando un odio sesgado hacia quienes salen a manifestar su inconformismo, sin darse cuenta de que ellos mismos están doblegados a unas lógicas inhumanas, maltratados y humillados por sus superiores.
Esta falta de empatía con el pueblo por parte de los uniformados no se puede soportar. Su indolencia cómplice nos impide hacer una revolución efectiva que logre tumbar esas lógicas hegemónicas, arbitrarias, patriarcales, injustas que tanto daño nos han hecho. Aun cuando las causas de ese actuar no son propias de ellos, sino de los que están en la parte superior de la pirámide, que ignoran por completo los términos empatía, compasión y altruismo. Ya es hora que despierten, se unan a la lucha y sigan el ejemplo de los policías en Cali que entendieron que hay unas causas comunes por las que todos los de abajo debemos estar alegando. A los que aún siguen en la servidumbre voluntaria les falta música, les falta arte, pero sobre todo les falta conciencia del valor de la vida y de la necesidad de transformación.
A los policías como Colombiano les pido que no apunten sus armas contra el pueblo.