Columnista:
Diana Abril
Pasó de ser un tipo cálido en su campaña a ser un mentiroso, un pusilánime, un títere; y por último se ha convertido en una estatua que no se mueve de su set. Desconectado por completo de su puesto y de las funciones que lo caracterizan. Lejos de la realidad y de la evidente inconformidad del colombiano. Decían en un principio, en su primer año de «aprendizaje» el nuevo mandatario es un tipo buena gente, jovial, cordial, pero de ahí no pasa.
No se necesita a un buen tipo, sino a un líder que muestre algo de empatía con las personas, y que, además, tome acciones frente a lo que sucede. No solo se trata de ir a hacer presencia, en medio de un desastre, y luego desaparecer; como así lo hizo con el desastre de Providencia. La Presidencia no se ejerce tras el telón como así lo hace cada día a través de su programa Prevención y acción.
La Presidencia es con el pueblo y para el pueblo. Es en el terreno en donde se debe ejercer el mandato: sobre todo, en los lugares más recónditos y pobres de Colombia. Pero el mandatario, desde su curul, tal y como lo hacía siendo senador, lo sigue haciendo desde su programa. De ahí no sale. No es por televisión que se habla con el pueblo, es observando el dolor de manera directa, es sintiéndolo, es viviéndolo.
Duque, una estatua en el poder, una estatua como presidente, una estatua que debiera ser tumbada tal y como lo han sido las que solo representan inutilidad y desgracia. Una estatua que se apoderó de un país por medio de un programa. Un imitador de Chávez y crítico del chavismo. Él, en su «creer de hacer bien» obliga a que lo vean en todos los canales nacionales, como si alguien lo quisiera hacer. Se oyen sus comunicaciones, cual, si fuese el mejor de los periodistas, y en muchas partes de Colombia retumba el discurso diario desde su programa, pero no se «escucha». No llegan sus palabras a la gente.
Y ahora con la reforma tributaria, al presidente Duque no le importa lo que suceda, quiere seguirla impulsando, pues le conviene. Por encima de todo, lo hace; de los que se verán (o nos veremos) perjudicados; de las protestas y de lo que pase. Él, nuestro mandatario, sigue en su trono; inamovible, facultando a pésimos delegatarios lo peor para los habitantes del país. Aunque no se trata de, solo la tributaria, sino que al lado están la de la salud y otras, que, más que un beneficio para el pueblo, resultan siendo un perjuicio para muchos.
Duque, aunque ya es tarde, deje su espectáculo atrás, su protagonismo; olvídese de su índice de audiencia y demuestre que no es una estatua, que es otro colombiano más. Quítese esa venda de los ojos y hable con los ciudadanos; sin blindajes ni hipocresías. No siga siendo el causante de tanta desgracia, que, bajo el yugo de Uribe, está lejos de la realidad social colombiana.
Tome las riendas de la Presidencia, Duque. Únase al pueblo, dialogue con los ciudadanos, deje de ser un títere, un pensionado más. Salga de su diario espectáculo televisivo y cumpla con el sustantivo acción, que hace parte del nombre de su programa. Actúe, pero hágalo ya. Salga de las naguas de su patrón y demuestre su poderío con hechos: tome las acciones pertinentes antes de que siga empeorando todo y sea demasiado tarde. Aunque diría yo, ya lo es.