Columnista:
Diana Abril
Pensaba por estos días en la indiferencia de muchos ante las injusticias que suceden en Colombia; entre ellas, la reforma tributaria que nos quieren imponer y por la que el audaz excandidato a la Gobernación de Santander, Emiro Arias, con su intrepidez, nos empujó para dejar de ser ajenos por lo que a diario sucede, a nuestras espaldas y en ocasiones de frente, en nuestro país. Se me vinieron a la mente, además, un mundo de individuos que deben tratar de salir adelante con un ínfimo salario, que en ocasiones, no es ni siquiera el salario mínimo legal por el que tanto reclamamos y que en los últimos días, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) recomendó disminuir, sino que, de manera descarada y desalentadora para los trabajadores, es mucho menor al millón de pesos que promocionó Iván Duque y su partido a inicios de este año.
En donde estoy ubicada, me cuentan algunas mujeres, que les pagan 15 000 pesos al día en un trabajo como mesera, cocinera o en oficios varios en varios establecimientos comerciales; es decir, 450 000 pesos al mes si se trabajara cada día y sin derecho a descanso. Eso, sin contar con los pagos menores a esos 15 000 pesos en varias poblaciones del país, en las que, la costumbre de una retribución tan poca es normal y nunca se presenta una demanda por ello.
Entonces, cómo lograr avanzar en algún escalafón de la famosa pirámide de Maslow, que a cada escalada, expone su autor, se mejora el nivel de vida, si una proporción considerable de trabajadores reciben menos de 500 000 pesos en el mes. Ese mínimo valor, que para muchos, apenas alcanza para comer, y así lograr sobrevivir en este país repleto de inhumanos a los que nada importa el padecimiento de otros. En ese sentido, y siguiendo a Maslow, solo se logra cubrir la primera jerarquía de las necesidades humanas que se denominan: las fisiológicas dentro de las cuatro restantes (de ahí p’arriba).
Aunque, esa es la vida; la lucha constante por la supervivencia. El cubrimiento de, aunque sea, las necesidades básicas, que por cierto, deben ser medidas por el indicador de necesidades básicas insatisfechas (NBI) y a través de entidades estatales, como el DANE, a fin de determinar qué tan mal estamos y, que evidencian, que sí estamos mal; en especial, en los departamentos de Chocó, La Guajira, Guainía, Vaupés y Vichada de acuerdo con las categorías establecidas y los porcentaje de hogares y personas pobres y en miseria.
Respecto a lo anterior, traigo a colación, que en estos días, tristemente, leí un artículo sobre Cantinflas, del que incluso muerto, soy su admiradora, pero que me decepcionó un tanto. Como podrán haber visto, en sus películas, algunos de los papeles tenían que ver con ser un trabajador revolucionario que daba pie para pensar en que él era propiamente el líder de un grupo de trabajadores: un hombre recto y justo. Ruedan videos de él sobre lecciones de burocracia, de derechos de los trabajadores y mil videos más, que desde su actuación replicaba las injusticias y que hacían del recordado actor un ejemplo a seguir; pero que dice en el artículo, no aplicaba en su vida privada. Parece ser que era solo la mera imagen de un actor, representado en un ser humano respetuoso, bueno y solidario. No obstante, solo los que lo conocieron, podrán decir con firmeza, si se trataba de una simple imagen.
Así, podemos ver a muchas personas, sobre todo, a políticos colombianos y del mundo. Falsos personajes, pregoneros que se hacen pasar por los defensores de la patria, hombres solidarios, honestos, humanos, rectos, en fin. Que solo «ayudan a los suyos» y «dicen ser los más correctos en su actuar, pero su vida es más turbia que cuando se unen el río y el mar».
No nos olvidemos de que lo importante no es lo que tantos alardean en las redes sociales y en los medios de comunicación, sino lo que hacen por los otros. Lo relevante es la actuación de nuestros representantes: su prontuario, su veeduría, sus proyectos en beneficio de los ciudadanos y, por ende, del país. Además, recordemos el adagio: «dime de qué alardeas y te diré de qué careces». De todas maneras, a veces, hay que recalcar las buenas cosas hechas en beneficio de la sociedad; sin embargo, «los hechos son más importantes que las palabras». Aplica para todo.