Un punto medio: entre Pepe Le Pew y la “generación de cristal”

La no repetición requiere de saber claramente que el pasado está ahí, pero al mismo tiempo requiere de mirarlo críticamente para responsabilizarse por él y con esto construir la convicción de no repetirlo.

Opina - Sociedad

2021-04-15

Un punto medio: entre Pepe Le Pew y la “generación de cristal”

Columnista:

John Fernando Mejía Balbín

 

En las últimas semanas estamos asistiendo al escalamiento de un debate que ya se venía manifestando, en quizá, la última década, y es como en el afán de reivindicar derechos y transformar mentalidades respecto a la forma como se han excluido, discriminado y maltratado grupos sociales históricamente pisoteados en su dignidad, derechos y trato; se está generando un fuerte revisionismo histórico de todos aquellos referentes culturales e «íconos» de la cultura popular, que han contribuido a la formación de las mentalidades y visiones del mundo hegemónicas y segregacionistas en temas, como por ejemplo, de diferencias de género, la sexualidad, lo étnico, diferencias culturales, económicas y sociales.

Entre los contenidos que están siendo blanco de críticas aparecen Pepe le Pew (muy mencionado por la columna de Charles M. Blow en The New York Times por considerar que avala el acoso a la mujer) y con él Speedy González. Disney restringió contenidos en sus plataformas como Dumbo, por considerar que promueve el racismo y rememora algunas de las peores épocas de la segregación racial en Estados Unidos. Ya en España se están retirando programas icónicos como Dragon Ball por su contenido violento y por promover el machismo.

Es previsible que detrás de estos, se cuestionen otros contenidos de amplia difusión como otros dibujos animados japoneses, programas como los creados por Roberto Gómez Bolaños —Chespirito— e incluso telenovelas como Betty la fea, películas y entre otros.

Es así como se están cuestionando fuertemente series, programas de televisión y dibujos animados, ya bastante instituidos en la cultura popular, y que hicieron parte de la crianza y cotidianidad de una buena parte de los niños y jóvenes del siglo pasado y lo que va de este siglo. Se critica su pertinencia, entre otras cosas y sobre todo por el tipo de población en la cual se enfoca y en donde sus críticos plantean la necesidad de evitar que los niños asuman de estos contenidos referentes sobre el trato al otro, las relaciones de género y las diferencias étnicas, culturales, económicas y sociales.

Por otro lado, están quienes sostienen que tales cuestionamientos son un despropósito en tanto consideran que no hay una relación directa de causalidad entre el acceso a estos contenidos y la formación de comportamientos y mentalidades racistas, machistas o xenófobas.

Nos encontramos en un álgido debate entre dos posturas aparentemente contrarias y en donde, se espera con este escrito formar una imagen panorámica del fenómeno en cuestión; intentar comprenderlo mejor y establecer una posible vía para empezar a zanjar la discusión y tomar posición entre los dos espectros del debate.

 

El humor, un debate conexo

La discusión que nos convoca tiene de fondo otro tema difícil de tratar y es ¿qué es lo que nos divierte?, ¿por qué estos contenidos nos entretienen, nos hacen reír o nos generan atracción? Es claro que muchos de los programas y contenidos, que están siendo fuertemente criticados, alcanzaron una gran fama y esto se debe a su inserción en la cultura popular. Lograron atrapar una gran audiencia, la cual se ha renovado en muchos casos con el pasar de las generaciones, a pesar de su antigüedad. ¿A qué se debe esto? Sin ser ningún experto en temas de comunicación audiovisual, podría afirmarse, con cierto atrevimiento, que esto se debe en parte a que estos contenidos logran conectar con nuestra cultura, generan risas, porque retratan aspectos de la cotidianidad (independiente de si son reprochables o valederos hoy en día), refuerzan estereotipos maniqueístas de mirar al mundo desde el héroe y el villano, el malo y el bueno, generan cierta satisfacción, porque reivindican el triunfo del menos favorecido o del desvalido contra el fuerte y poderoso —la típica lucha de David y Goliat−. Es decir, refleja las formas de vida y comportamiento hegemónicas de la sociedad con las que a muchas generaciones les ha tocado crecer, o quizá también soportar. Pero precisamente su fórmula ganadora podría ser el reflejar una realidad cercana y de la cual antes, en una gran medida, no se había posibilitado o propuesto un análisis serio para ver si ese «reflejo» de la realidad no sería una forma de avalar solidificar comportamientos excluyentes, racistas o discriminatorios presentes en la sociedad y la cultura.

 

Los referentes culturales actuales

Este proceso revisionista, al que asistimos, ha puesto el foco no solo en los «referentes» culturales que han estado presentes en ya varias generaciones, sino también en aquellos referentes de la cultura popular reciente, en el mundo del entretenimiento. Esto porque personas por redes sociales apelan al sentido de coherencia en donde se plantea que sí hay que llevar al paredón a aquellos contenidos «clásicos» que refuerzan comportamientos y mentalidades que se quieren transformar. Es preciso también pasar a examen a los referentes actuales. Según esto, no tiene sentido criticar contenidos clásicos si los referentes actuales promueven los mismos comportamientos de racismo, xenofobia, misoginia y exclusión que se denuncian en los primeros.

 

El contraataque: la generación de cristal y la nostalgia de los tiempos pasados

Gran parte del debate se ha generado en una gran medida porque quienes se oponen al proceso revisionista que se está gestando argumentan que tal situación pareciera haber llegado demasiado lejos y que son críticas exageradas. Detrás de esto hay dos inferencias difíciles de digerir. Una es que al aceptar que los contenidos acusados son efectivamente racistas, xenófobos o misóginos implica que varias generaciones, que han sido influidas por estos contenidos, no solo serían presumiblemente víctimas de haberse formado con estos imaginarios y estructuras, sino también posiblemente sean reproductores y accionantes de tales conductas. En otras palabras, acusar a los contenidos es acusar también a quienes se formaron con ellos. Naturalmente, estas personas no van a aceptar tales acusaciones y, por el contrario, lo lógico es que las rechacen y que además afirmen que son personas que no poseen ningún tipo de conductas discriminatorias.

Es por esto que los acusados consideran que aquellos niños y jóvenes que hoy presencian una crítica y quizá una censura ante contenidos que antes no eran prohibidos y que por tanto ya tienen más herramientas para advertir cuando un contenido es discriminador o no, así mismo, la iniciativa y posibilidad de denunciar cuando esto ocurre estén siendo calificados con cierta forma despectiva. La denominación que se ha vuelto popular es la de llamar a las generaciones actuales como «la generación de cristal». Esta denominación, que posee cierta carga peyorativa, da a entender que las generaciones actuales, que no tomaron parte de esos criticados referentes, son personas poco tolerantes al dolor, a la adversidad o al fracaso de cuenta de no haber sido formados bajo parámetros valorativos que antes eran normales y que podría decirse generaban el carácter para soportar y normalizar lo que hoy ya no es tolerable.

Por otra parte, los contenidos que hoy se ponen en la palestra fueron e incluso han sido parte de la cotidianidad, de las historias de vida de muchas personas y que por tanto han marcado la emocionalidad de los mismos. Dicho de otro modo, las generaciones que crecieron viendo a Pepe Le Pew ven con nostalgia y como un golpe a sus afectos que hoy se critique fuertemente algo que marcó momentos memorables en sus vidas.

Las generaciones pasadas sienten, en síntesis, que lo que está pasando hoy es un golpe a sus recuerdos, a sus valores y a lo que son como personas. El mundo de hoy al parecer busca otros referentes o al menos eso dice querer y eso en todo caso termina siendo un acto de desprecio y una bofetada para las generaciones hoy adultas, a los que de alguna manera les cuesta creer que lo que antes era normal ya no lo es.

 

A propósito de las rebeliones iconoclastas, las revoluciones, y los cambios sociales

Pasando al otro tercio, y para sustentar lo que sería el cierre de este escrito, quizá sea importante recordar algunos momentos de la historia que podrían permitir ver cuáles serían los posibles alcances y retos del movimiento actual. En el siglo VIII d. C. en el imperio Bizantino, se presentó un movimiento promovido por el emperador León III, el cual condenó la idolatría y a cualquier figura que representara gráficamente a Jesús, la virgen o los santos considerando que estos íconos estaban usurpando la divinidad de los santos que representaban. A este proceso se le denominó «la crisis iconoclasta». A pesar de la fuerte persecución de las autoridades imperiales contra los íconodulos (defensores de los íconos como medio para acercarse a la experiencia divina) y de la destrucción de muchas pinturas y representaciones de santos por casi medio siglo, al final se restauró la íconodulia.

Revoluciones como la francesa y rusa muestran, por un lado, que han sido motores y puntos nodales en la transformación histórica de la humanidad. Pero por otro lado, también han mostrado que tienen un fuerte componente de imprevisibilidad y que cuando se desatan las fuerzas y pasiones alrededor de estas, es una incógnita saber a qué van a conducir. Una de tantas situaciones que se han prefigurado alrededor del desarrollo de las revoluciones es cómo en la medida que se radicalizan, terminan replicando métodos de censura y persecución muy similares a los de aquellos órdenes que estas mismas revoluciones derrotaron; un ejemplo es el Comité de Salvación Pública, que en la Revolución Francesa guillotinó a miles de señalados como contrarrevolucionarios, muchos de los cuales fueron artífices de la misma. Incluso al final estas revoluciones, reiterando, sin desconocer la herencia de estas a las transformaciones históricas de la humanidad, terminaron generando poderes similares a los combatidos por ellas mismas: En Francia se ejecutó un rey absoluto —Luis XVI— para que después de la revolución surgiera un emperador —Napoleón Bonaparte—, en Rusia fue asesinada la Dinastía Romanov, para terminar en una Unión Soviética en manos de Stalin, un dictador que en la práctica fungía como un zar, igual de represivo y censurador contra su pueblo que los emperadores zaristas derrocados.

Traer a colación los hechos históricos anteriores es conveniente para relacionar los peligros de no tener un equilibrio y una consciencia crítica frente a aquello que hoy se cuestiona. Como nos muestran los ejemplos anteriores, lo que hoy ocurre es valioso en la medida que mueve la maquinaria de la historia y genera transformaciones en la manera como el hombre se ve a sí mismo y sus posibilidades de revisar sus referentes sociales y culturales. Pero es preciso que tales procesos no se pierdan en las pasiones y el desenfreno por desconocer, censurar y borrar todo aquello que para bien o para mal ha hecho parte de nuestra historia y nos ha atravesado por más que hoy sean cuestionados, como cuando se quiso borrar al faraón egipcio Akenatón de todo registro de su existencia o de Stalin y su pretensión de eliminar física (como finalmente lo hizo) y simbólicamente a León Trotski.

Una idea de conclusión

Para terminar, es importante entender, respecto a lo que hoy está sucediendo con la revisión de aquellos referentes de la cultura popular que influyeron en la formación de valores y miradas del mundo de las generaciones de la segunda mitad del siglo XX y la primera década de este siglo lo siguiente:

Por una parte, las sociedades deben darse el espacio para reflexionar de manera constante acerca de aquellos referentes que forman y dan cuenta de los espacios socioculturales para definir si esto apunta al cúmulo de mentalidades, ideales y formas de vida que se desean como sociedad. En ese sentido, que actualmente en diversas partes del mundo se estén preguntando por eso, demuestra que hay una parte de la sociedad con un sentido crítico dispuesta a cuestionar y a redefinir aquello que hasta hoy ha sido normalizado y avalado.

En otro sentido, sería valioso que quienes critican que este movimiento revisionista se atreva a cuestionar referentes del pasado adopten un sentido de apertura para considerar que el pensamiento del hombre y su posibilidad de romper los límites que tiene en frente, se define entre otras cosas por la idea de que nada es sagrado o incuestionable.

Así mismo, no es deseable y tampoco probable pretender saltar de la normalización a la prohibición y mucho menos hacerlo de un día para otro. Esto porque no se trata de hacer de cuenta que aquello que antes era correcto y hoy es cuestionado no existió. Los alemanes no pueden hacer de cuenta que la Segunda Guerra Mundial y sus atrocidades no existieron, ni mucho menos borrar o esconder este hecho, como una idea a fin de expiar sus culpas o para pretender que no vuelva a pasar. Al contrario, la no repetición requiere de saber claramente que el pasado está ahí, pero al mismo tiempo requiere de mirarlo críticamente para responsabilizarse por él y con esto construir la convicción de no repetirlo.

No es eliminar por eliminar, es sustentar las razones por las cuales se están abriendo debates y cuestionando estos imaginarios en aras de evitar la repetición y continuidad de procesos de racismo, misoginia y xenofobia. La prohibición no es el camino porque cuando a una sociedad se le prohíbe algo, no elimina ese algo, solo cambia la forma en que se relaciona con ese algo, además de la carga seductora que genera la prohibición sobre ese algo.

En ese mismo sentido, desconocer o borrar de la faz de la tierra no va a desaparecer a los acosadores; es el reconocimiento y la mirada crítica sobre estos comportamientos lo que puede ayudar a su transformación. Por lo tanto, los referentes de la cultura popular hoy puestos en la palestra no puede llevar a ejercicios de censura, prohibición o demonización, pues será esto la cuota inicial para mantener todos aquellos antivalores que se denuncian allí, pero a la sombra y con la misma repercusión negativa —en la medida en que las creen— de siempre.

 

( 2 ) Comentarios

  1. Excelente.

  2. Coincidimos en unas cosas, en otras no tanto; el problema con la generación de crista a mi parecer son dos cosas, principalmente, quien decide que es bueno o mala, quien decide que censurar, ellos, y lo segundo, por mas buena que sea una idea mal ejecutada sale pecina, creer que con censurar al zorrillo ese por mal ejemplo es creer que con ver a Riqui Ricon uno se volverá rico…

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John Fernando Mejía Balbín
Licenciado en Ciencias Sociales, especialista en Gerencia educativa, Magister en Ciencias de la Educación, investigador y gestor investigativo.