La política y los intrincados caminos del amor

No sería exagerado afirmar que la mayoría de las malas decisiones hayan sido pensadas bajo los efectos permisivos de un denso enamoramiento, y no estaríamos equivocados en también decir, que este problema, que aún no ha sido agregado a la lista de trastornos de la conducta por la joven ciencia psicológica sea el responsable del terrible rumbo que ha tomado la humanidad.

Sátira - Sátira

2021-04-06

La política y los intrincados caminos del amor

Columnista:

Rafael Medellín Pernett

 

Naturalmente, no podemos confiar en la lógica de un hombre enamorado. El mundo, junto con todo su acervo científico de avances que se inclinan hacia la mejor comprensión de la existencia, pierde cualquier sentido de la razón cuando un mortal decide mirarlo a través de la romántica visión del amor. El cerebro debe atravesar algún raro proceso de regresión evolutiva, y Dios desde su elevado trono no debe sentir otra cosa que no sea una bien merecida lástima cuando ve, desde su omnipresente perspectiva, como su valiosa creación resuelve, premeditadamente, echarlo todo por la borda y, por desgracia, enamorarse los unos de los otros. No sería exagerado afirmar que la mayoría de las malas decisiones que han sido tomadas a lo largo de la historia hayan sido pensadas bajo los efectos permisivos de un denso enamoramiento, y no estaríamos muy equivocados en también decir, que este problema, que aún no ha sido agregado a la lista de trastornos de la conducta por la joven ciencia psicológica sea el responsable del terrible rumbo que ha tomado la humanidad.

Si no hubiese sido porque doña Felipa Mortiz tomó la irremediable decisión de abandonar ese enorme hueco oscuro, llamado edad media, y emprender un viaje sin retorno a las infinitas praderas del señor, no fuese muy descabellado de mi parte pensar que el descubrimiento de América no se trató precisamente de la solución a una sólida búsqueda de eficiencia en las rutas comerciales con la India, sino que, por otro lado, Cristóbal Colón, como buen genovés sensible y entregado a su hogar, tenía un grave afán de volver al seno de su esposa doña Felipa, para proseguir con los placenteros rituales del amor, y por qué no, terminar alguna discusión marital pendiente que había sido interrumpida por sus constantes viajes.

En otros casos un poco más modernos, y algo desapercibidos, el hombre enamorado decide actuar de acuerdo a su parecer más lógico y razonable, que por supuesto, tiene de todo menos de lógico y razonable, e inicia una trémula travesía por las calles del centro de una tranquila población, para acabar, como si se tratara de una obra de teatro del siglo XIV, delante de cientos de transeúntes ensimismados en sus trámites diarios de pagos y gestiones burocráticas en el edificio de la alcaldía, con la vida de su adorada, rodeado de un montón de miradas y gritos de espanto. Cuando la curiosa señora que pasaba, de pura coincidencia, por el lugar de los hechos le pregunta al oficial de la policía que acordona la terrible situación, cuál fue el motivo del delito, el funcionario responde con la contundencia de quien a puño y letra escribe el esperado desenlace de una novela policiaca: no hay nada que hacer, este hombre está enamorado.

Si al Gobierno nacional se le ocurriera la magnífica idea de crear un Ministerio del Amor y si designáramos a todo un departamento administrativo para que se encargara de revisar caso a caso, a lo largo y ancho de este pequeño rincón del mundo, el proceso de cada enamoramiento no sería para nada de extrañar que la tragedia ocupe por lo menos el setenta y cinco u ochenta por ciento del total de tales historias. La tarea sería colosal, pero no podemos negar que la idea sería novedosa y hasta eficiente. Si tenemos una autoridad jurídica que se encargue de vigilar el intrincado proceso amoroso, que evite ciertas problemáticas y contrarreste algunas otras, solo podemos esperar de la sociedad una completa reconstrucción de la vida pública como la conocemos, nos ahorraríamos millones de desventuras y posiblemente así encontraríamos la infinitamente buscada cura para el mal de amores. Los corazones rotos ya no serían motivo de preocupación de los jóvenes ni los autores los utilizarían de musa para ideas principales de famosas columnas.

 

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Rafael Medellín Pernett
Inquisidor.