Columnista:
Rafael Medellín Pernett
Las personas que buscamos convertirnos en escritores en algún momento de nuestras vidas desearíamos amanecer, cualquier mañana de marzo, con al menos la mitad de la determinación y el impulso creativo que tiene la primera dama de la nación por estos días. La señora, ha aparecido, ante la opinión pública, quien es, naturalmente otra señora, de más o menos la misma edad que la esposa del presidente, con la intención de agrandar las notables fronteras literarias de nuestro querido país y convertirse en escritora, intento que ha sido, hasta ahora, uno de los logros más notables de su gestión.
La noticia, que, por supuesto ha llamado la atención, y ha puesto en peligro los cimientos de la república y al mismo tiempo los del matrimonio presidencial, parece ser una idea que no ha caído muy bien, y que ha despertado el debate público como nunca. La sociedad parece dividirse en lo que a simple vista podría ser un tema trivial, pero que, podría hacernos levantar el tan anhelado segundo nobel de literatura colombiano. El desagrado de la clase media ha sido bastante evidente, sea por los altos niveles de desempleo que ha dejado el legado biológico chino, o porque históricamente a este sector de la población le desagradan la mayoría de las cosas.
Por otro lado, colmados de un optimismo desbordante, algunos adinerados personajes de la aristocracia capitalina ya han dado la obra prima de la novel escritora por hecho, y otros, incluso afirman que el libro ya se está imprimiendo en una fábrica a las afueras de Girardot. Las señoras de la alta sociedad bogotana son unas de las más interesadas en leer las esperadas páginas, quienes están enormemente esperanzadas en que los rumores escuchados en reuniones clandestinas, organizadas por mujeres mayores de sesenta años para jugar póker, sean confirmados por la primera dama en su primogénita obra escrita.
Yo por mi parte quiero aplaudir, de pie, como se lo merece, este intento concreto de reivindicación artística, cuya pretensión u objetivo no conocemos ni entendemos con claridad, pero que, sin duda, como el resto de las acciones emprendidas por la innovadora familia presidencial estará encaminada a proteger los intereses de nuestro país.
No está de más que también, luego de ser abrazada por el éxito literario, la reconocida futura autora nos comparta, en libro aparte, un par de consejos para mantener nuestras cabezas ocupadas en la escritura y no dejarnos llevar ante la falta de ideas, como en efecto me sucedió en esta columna. Aunque estoy casi seguro de que el tedio que experimentó el autor para poder llegar a las seiscientas palabras no tuvo que ver con su estado de ánimo, sino que más bien el tema no fue lo suficientemente fértil como para dedicarle más de un tercio de la extensión exigida.
Sea cual fuere la situación, no podemos dejar pasar este momento cumbre de la historia reciente colombiana y recordarlo como tal. Puesto que, aunque nos falten las palabras, debemos recalcar que se necesita valor y osadía, para que una persona decida, de manera unilateral, sin el apoyo de la sociedad que la rodea, plasmar en un libro su vida e historia, y eso no es todo, además, hacerlo de una manera tal que el lector reciba un determinado número de hechos para nada memorables como un completo, digno, conjunto de hechos significativos y transcendentales para la tradición literaria de un país, que serán aplaudidos por los millones de colombianos y replicados por las otras cientos de primeras damas del mundo.
Esperemos, siempre con la inocencia del buen ciudadano, que este guiño al mundo literario sea un genuino gesto y no una cortina de humo para disfrazar un desfalco al erario.