Columnista:
Francisco Cavanzo García
Hace un par de semanas luego de una dionisiaca e indebida comilona, que seguro en unos años me pasará la factura, me dispuse a dormir cual descarada y rechoncha morsa; para mi muy diminuta sorpresa, lo que obtuve fue un sueño intranquilo, una de esas pesadillas que a menudo todos tenemos. Allí, una criatura gigante y estúpida me perseguía con devoradoras intenciones cada vez que osaba hablar; sudado y agitado, para mi asombro, al igual que el protagonista del Microrrelato de Augusto Monterroso, mi Dinosaurio aún estaba allí, esta vez no en forma de una sola criatura monstruosa; sino, a manera de una turba enardecida que pretendía obliterar la vida personal y profesional de las personas tan solo por predicar una opinión diferente a la suya. El nombre de este monstruo es la cultura de la cancelación.
La cultura de la cancelación es una expresión que se refiere especialmente al boicot, humillación pública y asesinato moral en contra de una persona (o incluso una empresa), que según los estándares de ciertos espectros políticos haga algo cuestionable. Esto puede ir desde una acusación penal, una arremetida incluso comprensible contra un posible criminal, pero sobre todo contra alguien que opine de una forma diferente. Distintas comunidades en las redes sociales y corporaciones multinacionales se encargan de realizar un escrutinio a cada comentario, cada fotografía y pensamiento, particularmente de personas famosas o «celebridades», que deben llevarse ahora bajo cierto régimen moral, que se acomode a la visión del mundo que estos grupos ostentan. Con la expansión globalizadora de las plataformas de Internet, cada búsqueda, cada pensamiento y ante todo, cada opinión que compartimos permanece grabada, no solo en la memoria humana, sino en la memoria de algún servidor en el extranjero.
Esto se hizo más que evidente para la comunidad internacional cuando en el 2019 la afamada autora inglesa J.K. Rowling fue cancelada al apoyar a una investigadora británica despedida por decir que el sexo biológico existe. Los comentarios tanto de la investigadora como de la autora fueron tildados de «transfóbicos» y distintas comunidades procedieron a intentar cancelarlas. A pesar de lo delicado que pueda ser el asunto, lo cierto fue, que un sector político específico intentó liquidarlas moralmente por su posición, por su punto de vista, por ejercer su libertad de expresión. Han pasado dos años del suceso y al parecer no parece que la luz vuelva a iluminar la capacidad de ejercer ese derecho fundamental.
Hace dos semanas, una de las protagonistas de la serie de streaming The Mandalorian, Gina Carano fue despedida supuestamente, por sus comentarios racistas. El comentario de la exluchadora comparaba la persecución antisemita de los nazis con la persecución política de hoy en día, especialmente contra las personas republicanas en Hollywood, Carano dijo: «por qué es diferente odiar a una persona por su fe que odiarlo por su perspectiva política». Aunque algunos podríamos decir que a pesar de que es algo exagerado comparar las dos persecuciones, es evidente que sí existe tal actitud frente a los republicanos en la industria del cine, la actriz fue despedida justamente por abogar por sus visiones políticas, no por comentarios racistas. Esto último, se hace evidente cuando se sabe que los rumores de su despido comenzaron a circular mucho antes de los comentarios y en medio de la campaña presidencial gringa cuando Carano expresó su favoritismo.
Pese a su aparente altivez moral, la compañía que despidió a Carano, Walt Disney, por sus supuestas visiones racistas, deja mucho que desear cuando se revisa su reciente historial relacionado con dos de sus películas y el público chino. Hace un par de años, en medio del resurgimiento de la franquicia de Star Wars y el estreno de la película The Force Awakens uno de los puntos más importantes del marketing, en la sociedad occidental, fue que uno de los roles principales lo realizaría el actor británico John Boyega, un hombre negro. Sin embargo, algunos de los leaks de correos de la época revelaron que la estrategia de marketing para el mercado chino no incluiría la imagen del actor, ya que según sus estudios no sería bien aceptado, y la fotografía del hombre desapareció de todo póster en esa región del mundo.
Para la versión live action de la película Mulan, Walt Disney viajó directamente a China para «trabajar con actores locales y representar fielmente la cultura china». Lo que los ejecutivos de Disney no dijeron fue que la película fue grabada en la provincia de XinJiang muy cerca a los campos de concentración usados por el Gobierno chino para la etnia uygur; algo bastante similar a lo ocurrido durante la Shoá con los pueblos semitas y gitanos. Algo conocido por los ejecutivos, pues en los créditos de la película se agradece al Buró de Seguridad de Turpan, los carceleros de los uygur. Al parecer, el activismo de «justicia social» que pretende profesar Walt Disney solo existe cuando le conviene. La empresa dice condenar los comentarios de Gina Carano por ser aparentemente antisemitas, pero trabaja conjuntamente con el Gobierno chino para filmar una película a metros de un genocidio llevado a cabo por oficiales gubernamentales, dice apoyar la justicia racial, pero elimina a uno de sus actores cuando no es un buen negocio tener un hombre negro en pantalla.
La cultura de la cancelación ahora no solo se limita con la persona que realiza la supuesta ofensa; sino con el círculo cercano de dicha persona. Un ejemplo de ello es cómo en los últimos días se ha intentado cancelar al actor Henry Cavill, expareja de Carano, solo por haber sostenido una relación sentimental con la actriz. La cultura de la cancelación emerge de un sentimiento y una lógica puramente fascista, se pretende eliminar a las personas que expresen opiniones o visiones políticas diferentes a la de la horda progre, e incluso a sus «colaboradores»; sin embargo, al menos se rige bajo un código moral, así sea digno de Joseph Goebels. Por el contrario, compañías como Walt Disney aprovechan esta avalancha de adeptos a la llamada justicia social y presenta en sus proyectos una versión reificada, cosificada del activismo, al cual presenta por medio una cara de borrego por un lado, pero de dinosaurio de pesadilla y de complicidad aterradora por otro. Al parecer la causa «feminista» de Disney en mostrar mujeres independientes, con opiniones y fuertes solo pertenece a la pantalla y no a una mujer de verdad, al menos no una republicana.