Carta al soldado que lloró por su liberación

Quizás, te diste cuenta de que eso de llamarte héroe mientras te envían a morir al monte es solo un eufemismo: una campaña publicitaria para ganar en imagen mientras te condenan sin redención a la muerte.

Narra - Conflicto

2021-02-19

Carta al soldado que lloró por su liberación

Columnista:

Germán Arciniegas-Sánchez

He podido ver tu rostro; tu mirada parece evocar recuerdos de algo que queda atrás: que marca, que toca el alma. Tal vez, tuviste la oportunidad que pocas veces tenemos en la vida, la de ver la otra cara de la moneda, escuchar la contraparte, al que creemos enemigo, mientras le vemos a los ojos.

Tal vez conociste sus historias y con esto viste que eran parecidas a la tuya, en cuanto a origen, condiciones de vida, de reclutamiento. Seguramente, la precariedad; la falta de oportunidades; las afugias económicas en casa; el deseo de ayudar a los padres y abuelos bienhechores; que se hace cada vez más difícil en un país desigual y que a veces deja como única opción hacer parte del muy rentable negocio de la guerra. De hecho, la dotación que llevas puesta, cuesta mucho más que enviarte a la universidad. Quizá, viste que el bando en el que estamos muchas veces lo escogen las circunstancias.

Probablemente, te hablaron que las guerrillas nacieron en Colombia desde la década del sesenta por los liberales que se armaron para defenderse de un Gobierno, cansados de ser asesinados bajo una política de Estado por no ser del mismo partido político. O de pronto, te contaron de su lucha. A lo mejor, te diste cuenta de que tienen una causa; que empuñaron las armas por ese viejo sueño revolucionario de llegar al poder para instaurar un modelo de país en el que quepamos todos, que su causa tiene que ver más con tus intereses, tus sueños y anhelos.

Tal vez te contaron que el odio insurgente fue sembrado por un país extranjero en su afán de no permitir que un modelo económico antagonista, que consideraron incompatible, se impusiera en el mundo, a cambio de la mayor cantidad de sangre y barbarie posibles.

Seguramente, te diste cuenta de que has estado combatiendo al enemigo equivocado; de que tu enemigo es todo aquel que te ha quitado la salud, la educación, la posibilidad de una vejez digna, el que ha precarizado laboralmente a tus tíos, primos, hermanos, padres, amigos, o le quitaron a muchos de ellos la posibilidad de una pensión.

Quizás, te diste cuenta de que eso de llamarte héroe mientras te envían a morir al monte es solo un eufemismo: una campaña publicitaria para ganar en imagen mientras te condenan sin redención a la muerte. Acaso, sentiste impotencia por los jóvenes indefensos que fueron asesinados por compañeros de la institución que representas con el objetivo de mostrar resultados en combate a cambio de ascensos, bonificaciones y permisos. Muchos de ellos, en situación de discapacidad, incluso cognitiva.

Es probable que te hayas dado cuenta de que no hay honor ni patria que defender; solo intereses mezquinos oligárquicos. Que eres el último de la fila a la hora de reclamar el reconocimiento, pues las medallas van en los uniformes y los soles en las charreteras de tus generales, que ahora, no estás tan seguro, sean tuyos.

Y aunque entre los rambos de sofá, psicólogos defensores del orden y statu quo que abundan en este país, hayan diagnosticado que lo tuyo fue un síndrome de Estocolmo, para que una vez más, la discusión se pierda en la forma y no en el fondo. Otra parte del país, no estamos tan seguros de eso, por lo menos no tan a priori.

Por lo anterior, quiero decirte, gracias porque con tu gesto humilde y sincero has abierto una discusión de fondo que no es sobre el diagnóstico de tu conducta, sino sobre el trato que ustedes reciben, la clase de doctrina que inoculan, una que, de seguro, lleva a la deshumanización, a la instrumentalización del otro como cosa que matar. Esa que le hacía gritar a un excomandante de tu institución su deseo de bañarse en piscinas de sangre guerrillera, pues «la guerra se mide en litros de sangre».

Pero, sobre todo, hasta qué punto tenemos que seguir poniendo los muertos los estratos 1, 2 y 3. Hasta qué punto hemos nacido para ser perros rabiosos del capital, que matan simplemente porque acatan órdenes. ¿Por qué no hemos podido nacer para ir a la universidad si quisiéramos, para no tener que depender de conexiones, apellidos o palancas a fin de alcanzar una vida digna y que nuestras capacidades sean el único racero en el camino al «éxito»? ¿Por qué los caminos de la guerra y la violencia son los caminos que se abren principalmente a los jóvenes, independiente del bando?

De seguro, no viste al enemigo que te quisieron hacer ver. Lo que viste fueron personas iguales a ti. Los que diseñaron la guerra, instrumentalizaron como el «enemigo» que al destruir devendrá gloria.

Así que ánimo, aún eres joven y esta experiencia, que te lleva al cuestionamiento, hará que te levantes y como ellos, exijas otro tipo de oportunidades, no necesariamente con las armas, pero sí, con la determinación del que ha decidido, no amar más sus cadenas.

 

Con aprecio,

Germán Arciniegas-Sánchez

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Germán Arciniegas-Sánchez
Psicólogo, músico, docente, antiuribista, activista, sindicalista, magíster en Educación y Desarrollo Humano “Escribir hasta morir”.