Columnista:
Leonardo Goez Ramírez
El arte es universal y cualquiera puede ser artista. La sensibilidad artística no discrimina contextos porque todas las historias pueden y, en cierto modo, deben ser contadas. Sin embargo, no todo el arte tiene que ser apreciado, en efecto no lo es. Los criterios para definir buen o mal arte son difusos y complejos, no es seguro si quiera que los haya. Pero los criterios para definir arte que llegue a las masas y que venda, ciertamente existen, son excluyentes y en ocasiones estrictos.
Colombia es un país con una movilidad social casi nula. El pobre se junta con el pobre y el rico con el rico. Los de colegio privado terminan en universidad de la misma esfera y los de colegio público en universidad pública, si es que lo logran. Así, se van constituyendo las estructuras sociales de la colombianidad y de eso nada se escapa, ni el arte que supuestamente no discrimina. Las oportunidades le llegan a la clase alta y son esas voces las que se oyen y se vuelven populares.
«Lo que no se nombra no existe y lo que no existe no se soluciona».
El tabú alrededor de la separación social, cultural e intelectual de clases en Colombia es una de las principales razones por las que sigue ahí, intacta. Los artistas, especialmente, le temen a admitir su condición social. En algunos casos porque creen que eso demerita sus logros y, en otros, porque la ilusión de la pobreza, de lo popular, la narrativa de la persona que viene desde abajo, les es útil para alcanzar a las masas.
Ejemplos hay muchos. J Balvin, exalumno de EAFIT y estudiante de intercambio en Oklahoma, siendo el representante de lo que es el «barrio» en Medellín y la performatividad que eso implica o Camilo, quien dice que en su infancia le llegaron a cortar los servicios públicos por falta de pago, pero todos recordamos como uno de los niños consentidos de la industria colombiana con apariciones en shows como Bichos y Súper Pá y que ahora explotan su «pobreza» en canciones como Vida de rico. O Crudo, nacido en Nueva York con los privilegios de clase que eso implica en este país y compañero de estudios de Balvin, pero siendo, al mismo tiempo, el referente del rap de calle, del «borondo», del «no copio» y el «todo bien».
En consecuencia, a la clase media y baja no les queda nada. Su estética, sus experiencias, su colectividad cultural creada, precisamente, a través de la opresión, es contada por otros a los que les dan las oportunidades que a ellos no les dieron por haber nacido en una clase social distinta y, así, se crea la narrativa del que quiere puede y si J Balvin y Crudo que «nacieron» en «el barrio» pudieron, todos pueden. Terminan haciendo que los retos del pobre y los privilegios del rico (ya sea en capital social, cultural o económico) desaparezcan de la conversación junto con las soluciones que puedan resultar de esta.
Ese es justo el problema del acceso a la cultura en Colombia? para quién se hace o produce?
Desde el punto de vista del consumo, la historia en Colombia muestra (cada vez menos) lo costoso que es acceder a esas artes que representen los que dicen representar (los del barrio) ¿Cuánto cuesta un intrumento? ¿Cuándo alguien con el mínimo se lo puede permitir?.
Creo que la música de Balvin recrea fantasias (que son indistintas de ser pobre o rico), más no creo que represente a una clase en este caso la de barrio, el problema es que sí se vuelve un referente y así ejerce una violencia símbolica sobre la gran mayoría que nunca podrá ser como él.
Cuántas bandas «populares» prosperan? tienen el respaldo de los privilegiados? es difícil nombrar un artista famoso/famosa colombiano/colombiana que que no sean de la lógica descrita en la columna.