Columnista:
Andrés F. Benoit Lourido
«Hoy fui reseñado como preso #1087985 por confrontar testimonios en mi contra comprados por Farc, su nueva generación y sus aliados», fue el trino de Álvaro Uribe el 12 de agosto de 2020 que sorprendió al país anunciando su detención. Inmediatamente, la noticia fue tendencia en Twitter y su mensaje tuvo más de 19 mil retweets y más de 37 mil reacciones.
Tiempo después, en el histórico 21N, la cuenta de Twitter de Uribe fue temporalmente bloqueada por exponer una fotografía de un tablero con información personal de números telefónicos y nombres mientras criticaba el Paro Nacional. Twitter explicó que el tuit rompió sus reglas por divulgar información privada. Me pregunto: ¿qué pretendía con esta fotografía en el marco de una de las protestas más impactantes y alarmantes para los derechos humanos de los ciudadanos?
El periodista Boris Miranda, quien fue corresponsal de la BBC en Colombia analizó el manejo que Uribe le hace a sus redes.
«El exmandatario utiliza ese perfil en redes sociales no solo para hacer anuncios personales, sino también políticos e incluso amenazar o anunciar procesos judiciales contra sus adversarios eventuales», dijo Miranda.
Mencionando otro escenario de la efervescencia política en la era digital, lo más reciente pasó en Estados Unidos, con el expresidente, Donald Trump con sus cuentas de Twitter y de YouTube: a la fecha permanecen bloqueadas por el asalto al Capitolio de sus simpatizantes. Y por el lado de Instagram y Facebook, Zuckerberg dijo que las cuentas de Trump seguirían suspendidas al menos hasta el traspaso del poder del pasado 20 de enero, cuando Biden asumiera la presidencia.
El mundo se mantiene a la vanguardia de la transformación tecnológica y las redes sociales han cambiado nuestros hábitos de participación ciudadana. También, los políticos, sus partidos, entidades públicas y empresas han tenido que adaptarse a otras formas de comunicación digital conectando con las personas directamente. Hemos cambiado como sociedad.
En mi trabajo, por ejemplo, día a día conversamos acerca de tendencias y engagement. Las marcas, constantemente, están preocupadas por los números. Atemoriza saber que las empresas dueñas de las redes también se afanan por los números. Por ejemplo, Telegram envió un comunicado orgulloso diciendo que en la primera semana de enero superaron 500 millones de usuarios y en las últimas 72 horas se registraron 25 millones más. Esta migración sucedió por las nuevas políticas de privacidad de WhatsApp.
Considero una preocupación, porque estamos cada vez más inmersos en este océano digital, exponiendo nuestra privacidad. Y, consecuentemente, nuestro mundo empezó a girar en torno a las plataformas, alterando nuestro comportamiento, moldeando nuestros pensamientos, volviéndonos adictos y atentando las democracias de los países. Bien lo argumentó el documental de Netflix, «El dilema de las redes sociales».
Debemos ser conscientes que es peligroso alimentar nuestro pensamiento y emociones por lo que dicen personajes de la vida pública, influencers y medios de comunicación. Creo que las verdades son discursivas y fragmentadas, además, los algoritmos no nos favorecen el consumo de las redes porque prioriza la información mientras las compañías toman nuestros datos. Es decir, con el «capitalismo de vigilancia» identifican nuestros gustos, personalidad, ideología política, lo que compramos y con quién nos relacionamos. Así mismo, ponen en las pantallas de nuestros dispositivos contenidos que ellos creen que nos puede interesar para seguir comprando, o en casos más delicados, moldear lo que pensamos y cómo nos comportamos.
La información tiene una agenda oculta. Los enunciados contienen objetivos económicos y políticos en nombre de la neutralidad, de la objetividad. Las redes sociales han sido un componente clave para contribuir al fenómeno de la posverdad (describir de manera distorsionada una realidad, porque tiene más influencia las creencias personales que los mismos hechos), o sea, «mi opinión vale más que los hechos»; y justamente, esa es la posibilidad que nos da Twitter, Instagram, Facebook, YouTube y más plataformas.
Los trinos que puse como referencia inicialmente, son ejemplos de cómo expresidentes en la cultura política enmarcan debates apelando a las emociones para manipular sociedades y oponentes; la característica central de la posverdad. Asimismo, las noticias se difunden a grandes velocidades y también las fake news. Por eso, necesitamos tomarnos el tiempo de validar lo que informan analizando los argumentos demostrados con las pruebas, la documentación y fortalecer el pensamiento crítico.
Según el Instituto de Internet de la Universidad de Oxford, Colombia ocupa el segundo lugar en la lista de países con distorsión de la información en WhatsApp, y en YouTube y Twitter ocupamos el tercero. Y la compañía de ciberseguridad, Kaspersky, investigó que el 73 % de los colombianos no sabemos detectar si la noticia es falsa. La cifra incrementó en medio de la pandemia.
Los políticos y medios de comunicación han usado estratégicamente las redes sociales interpelando más a la emoción que al debate. Esto es un efecto que impacta a la democracia para elegir y seguir personajes asociados a sentimentalismos que a los análisis de los problemas coyunturales del país.
Tenemos el reto de reevaluar lo que consumimos en las redes sociales. Revisar a quiénes leemos y escuchamos y cuestionar por qué y para qué lo dice. Es nuestra responsabilidad, no la de los medios o de líderes de opinión; ellos construyen subjetividades con intenciones de números, tendencias o interpelaciones a la manipulación.
Para finalizar esta columna, les comparto un top 3 de algunos trinos por personajes que han apelado a la emoción y no al debate:
María Fernanda Cabal acerca del asilo político a hijo de Gustavo Petro: «Qué conchudo. Debió pedir asilo a la isla paradisíaca de Cuba… pero no, recuerden que el comunista ama lo que dice que odia».
Claudia López refiriéndose a los venezolanos: «No quiero estigmatizar a los venezolanos, pero hay unos que en serio nos están haciendo la vida de cuadritos».
Gustavo Petro compartiendo una fotografía de una marcha indígena en Quito relacionándola con la minga de Colombia que se movilizaba hacia Bogotá: «Esta es la minga. La minga ya no debe quedarse solo en la movilización indígena, sino ser la minga del pueblo colombiano. La minga es la junta, lo común, unirse».
Dato clave: Colombia Check confirmó que el 96 % de los delitos en Colombia son ocurridos por colombianos.