Columnista:
Andrés Arredondo
Tras la posesión de Biden se complementa una seguidilla de jugadas en contra de Duque y su Gobierno en ese complejo tablero de ajedrez político que es el escenario internacional. Esa movida lo tiene a él y al uribismo al borde del bien merecido jaque mate.
Quién iba a creer que el comienzo de las malas jugadas estarían representadas en un simple concierto montado por Colombia en «contra del dictador Maduro» y en respaldo al delirante Guaidó. En realidad, ese concierto hizo parte de una jugadita de las que son tan duchos los uribistas en contra de la paz. Pero el cálculo no pudo ser peor. Creyeron que el cuento chino del «castrochavismo» iba a calar fácilmente y que el respaldo del llamado Grupo de Lima resultaría suficiente, no solo con el objetivo de derrocar a Maduro, sino para, de carambola, expandir el aparente renacimiento del neoliberalismo en el continente, tras el golpe en contra de Evo Morales y la instalación de los gobiernos mercanchifles de Macri y Piñera; así como del inefable Bolsonaro.
Resultó que la torta se fue volteando poco a poco, pero de una manera tan inexorable que no solo el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió su reinado en México, sino que el pueblo de Evo volvió al poder y Fernández en Argentina dijo: aquí vengo yo. Bien vistas las cosas la afortunada renovación, o para decir mejor, la continuación del proceso renovador, que bien puede llamarse primavera latinoamericana, envió sus ondas de renovación sobre el mandato fascista de Trump y he aquí que el autodenominado no-perdedor; perdió estrepitosamente con copete y todo, ante el alivio del planeta.
Pero si de perdedores se trata, es necesario volver la mirada a ese gordo y pobre peón solitario que es Duque, quien mira desde su incómodo lugar la manera en cómo la Unión Europea retira el respaldo a Guaidó; cómo avanza en su regreso al poder el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil y en especial, cómo lo mira, con ceño fruncido el nuevo ocupante de la oficina Oval, el demócrata amigo y número uno del proceso de paz en Colombia, quien además considera a nuestro país «la piedra angular de la política de Estados Unidos en Latinoamérica».
Duque se ha hecho el desentendido enviando mensajes de beneplácito por la llegada de Biden creyendo que la campaña de él y su nefasto partido en Colombia a favor de Trump pasarán inadvertidas, pero bien sabe que la primera claridad del gringo es que no tiene amigos, sino aliados y que las alianzas se crean en su debido momento o ya no caminan bien. Para acabar de completar el oscuro panorama, y como un letrero de neón a la vista de la nueva administración gringa, los crímenes contra los líderes sociales no paran de crecer, las acciones contra el proceso de paz no se detienen y la pandemia se supera día a día a sí misma en número de contagiados y muertos, lo que nos tiene en el horroroso primer lugar y sin vacunas.
Si es cierto que el momento más oscuro de la noche es cuando va a amanecer, ¡esa debe ser la ocasión actual de Colombia, en que por fin y después de 150 años de gobiernos al estilo Uribe, podamos decir con César Vallejo que al fin llegue el instante en que «… nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos»!