Columnista:
Daniel Mauricio Meléndez Márquez
El 15 de enero de 2021, con una economía golpeada y una de las cuarentenas más largas del mundo, Colombia alcanzó más de 1 800 000 contagios y 47 000 muertes, y la evidencia disponible sugiere que esto es solo el principio.
Todo hay que decirlo: desde lo puramente técnico, el Gobierno colombiano ha hecho un manejo eficiente de la pandemia, partiendo siempre de los datos y cifras del Instituto Nacional de Salud y el Ministerio de Salud. Expertos internacionales coinciden en que la toma de decisiones en lo concerniente a la salud pública ha sido la adecuada. La evidencia es que el confinamiento, entre marzo y mayo de 2020, ralentizó la propagación del virus. Lo mismo sucedió en casi todos los países de Occidente.
Pero una cosa es el manejo de la salud pública y otra el manejo de la economía, y, en esto último, el manejo de la pandemia ha sido, en el mejor de los casos, desastroso.
No se logró afrontar cuáles serían las ramificaciones de decirle a un país que tenía que encerrarse durante tres meses. El virus expuso las incongruencias, malos manejos y corrupción en Colombia, no solo en el sistema de salud, que no estaba debidamente preparado; con un alto nivel de pobreza y enfermedades crónicas, el cual expone a más personas a riesgo de morirse, los colombianos estamos pagando los malos manejos y la corrupción en todos los ámbitos del país. Y el virus va en aumento.
¿Por qué no ha bajado?
Pese a la percepción general, el Gobierno nacional no ha bajado la guardia. Tanto el Instituto Nacional de Salud como el Ministerio de Salud aumentaron la vigilancia epidemiológica y genética, incluso desde antes de que se identificaran nuevas cepas. Pero la aceleración que tiene este segundo brote no es solo por el virus, sino por el comportamiento social.
A mediados de julio de 2020, epidemiólogos como Felipe Lobelo MD Ph.D. propusieron un modelo según el cual Colombia superaría las 300 muertes diarias en el momento más alto del pico de la pandemia, pero que nunca llegaríamos a 400. Ese modelo, que fue acertado, también preveía que no lograríamos bajar del todo el pico.
A diferencia de países como España, Francia o Italia, que lograron bajar el pico hasta la línea basal antes de esta segunda ola, en Colombia nunca bajamos hasta ese punto y seguimos en una meseta relativamente alta para aumentar nuevamente. ¿Por qué?
Por más que la gente quiera aislarse y quedarse en casa, un alto porcentaje de la población colombiana vive en la pobreza y no pueden encerrarse. Pero este no es el único factor.
Durante noviembre y diciembre de 2020 el comportamiento social agravó la situación y el detonante fue el 7 de diciembre, el Día de las Velitas.
Bajamos la guardia. Nos desbocamos. Debido a la «fatiga pandémica», mucha gente, harta del encierro y de tomar precauciones, se está contagiando. Las costumbres sociales durante el mes de diciembre se relajaron bastante; las fiestas y reuniones familiares constantes durante seis-ocho semanas ha sido otro factor determinante en el aumento de casos, agravando la situación. Sus consecuencias serán funestas.
Lo que nos espera
Llevamos varios meses con los sistemas de salud estresados. La escasez de UCI se debe a la misma escasez de especialistas y de medicamentos y no, de camas. La infección va en aumento y de manera acelerada. En una entrevista con Ariel Ávila, el epidemiólogo Felipe Lobelo indicaba que estos factores, probablemente, aumentarían la cantidad de muertes, aventurando que la mortalidad podría alcanzar, entre 500 y 600 decesos por día.
Con base en el aumento de casos y la tendencia epidemiológica, es probable que este pico dure varias semanas más, quizás hasta mediados de febrero. La disponibilidad de vacunas en Colombia no llegará pronto y tardaremos meses en tener una amplia disponibilidad en Colombia. El panorama no es alentador.
¿Qué puede hacerse?
El virus cunde por doquier. Ese es el verdadero enemigo oculto. Es invisible y está en todas partes. Socializar en interiores, fuera de tu burbuja, así sea con un amigo, es ya un riesgo; hacerlo con más personas, es peligroso. El virus se propaga rápidamente porque la mayoría de personas portadoras, que contagian a otros, no saben que están infectadas, transmitiendo el virus sin verse ni sentirse enfermas. Esto es lo que no hemos entendido.
Mientras llegan las vacunas, lo único que puede hacer el Gobierno es fortalecer al máximo su nivel de capacidad logística, de manera que la aplicación de las vacunas sea lo más rápido posible. Pero no será este año.
De hecho, los pronósticos más optimistas indican que, en Colombia, 2021 será un año enfocado en la pandemia; no lograremos la disminución de contagios basada en la deseada inmunidad poblacional. Y la Centers for Disease Control and Prevention (CDC, por sus siglas en inglés) proyecta que la nueva variante del coronavirus, detectada en Estados Unidos será la fuente principal de infección predominante en ese país para el mes de marzo.
Esa es la realidad. Hay que vivir acorde a ella. La única medida con resultados demostrables es usar mascarilla y mantener el distanciamiento social, casi hasta volvernos ermitaños. Es duro, pero necesario.
Aún falta lo peor. Es mejor estar preparados. No es infundir pánico, sino ser brutalmente honestos. Puede que no sea políticamente correcto, pero a veces, la honestidad brutal es mejor.