Columnista:
Gustavo Adolfo Carreño
Consternación, indignación y rechazo ha provocado en Cartagena y el resto del país las imágenes vergonzosas de una fiesta de niños bailando e ingiriendo cerveza con la complacencia de sus padres y mayores, y la inocencia de otros pequeños, en una celebración de fin de año. El aberrante suceso se presentó en un sector del populoso barrio Olaya Herrera, zona suroriental, en la Cartagena inerme, de carne y hueso, descalza, reducto de miles de desterrados del paraíso del desarrollo, un mundo donde reina la ignorancia, la pobreza, la miseria, la marginalidad, la falta de oportunidades, fortín de la politiquera tradicional, «mercado libre» para la política estomacal con la compra y venta de votos en las elecciones locales.
Sin conocer y caracterizar el contexto, es muy difícil explicar los acontecimientos; la dura y triste realidad en la que están sumergidos amplios contingentes humanos de la cangreja; las evidentes trampas de pobreza; los laberintos de desesperanza y no futuro, es así como emergen nuevas murallas que acorralan en inequidades tanto a los adultos, como a los jóvenes y niños.
En este orden de ideas, los niños, futuros jóvenes, son el producto de las circunstancias, del medio, los niños reproducen y amplifican las condiciones existenciales de sus padres, de los cuales muchos son víctimas, el simple acto de grabar, festejar y reproducir el hecho en las redes sociales, lo cual da asco y merece toda sanción social, moral y legal. Además, configura un delito y una violación de los derechos fundamentales de los menores.
Por eso, no es que los niños tengan control autónomo sobre sus actos, o que los padres perdieron autoridad sobre sus hijos, no, estamos ante su adultificación acelerada, proceso de deshumanización en el que los niños pierden su candor, su esencia de infantes, su virginidad natural, inocencia e imaginación. En palabras castizas, padres y adultos «maduran biches» a los niños, algo que también acontece en los demás estratos sociales, eso sí de modo más civilizado y menos vulgar en Cartagena, Colombia y el resto del orbe.
Para nadie es un secreto que, en muchos sectores marginales y periféricos de las grandes ciudades los adultos utilizan los niños para sus fechorías; por ejemplo, pedir limosnas para alimentar los vicios de sus padres, trabajo infantil (vender dulces, limpiar vidrios en semáforos, etc.), con una desescolarización o niños por fuera del sistema escolar muy marcada. De esta manera, para ellos es fácil cruzar la frontera hacia los terrenos del pandillismo, la drogadicción, la prostitución infantil, la delincuencia juvenil y demás campos delincuenciales en la adolescencia, con el auspicio de un Estado y Gobierno local que brillan por su ausencia.
De este modo, la adultificación no vuelve a los niños adultos como se ufanan sus padres; por el contrario, los convierte en seres potencialmente marginales, degradados, sin oportunidades, desnaturalizados, autogestores del mundo de la pobreza. Estos niños no están forjando su propia personalidad, tan solo copian burdamente y como pequeños robots las aptitudes y actitudes de sus irresponsables, básicos, marginales y elementales padres, de los cuales son sus «clones». Ser caribe es alegría, y también decencia, no siempre los adultos bailan como animales alborotados o en celo ni beben hasta emborracharse y perder el control de su existencia.
En hora buena, fuentes oficiales informan que los niños, niñas y sus madres están siendo atendidos por funcionarios del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), de la Comisaría Permanente para la Participación, como también, de la Policía de Infancia y «se están tomando los correctivos y sanciones legales a que haya lugar, con el ánimo de restablecer derechos de los infantes».
Finalmente, no es criminalizando a los padres, las comunidades marginadas o exponiendo a los niños al escarnio público como podemos corregir esta situación, la clave está en la educación, educación y más educación; la formación en valores, la formación ciudadana y de los padres; la cultura ciudadana; la presencia del Estado; las políticas públicas efectivas de inclusión social y oportunidades y más oportunidades para las comunidades vulnerables y marginadas.
Es un buen articulo, algunos puntos no estan muy claros, pero dan a enteder la problematica, en cartagena, y la falta valores que hoy en dia hay en las casas cartageneras, y la costumbres que se ven que cuyos barrios de nuestra ciudad