Columnista:
Julián Bernal Ospina
En esta última columna del año, en su fin, tengo un deseo especial: que cada ser humano pegue su grito vagabundo. Que con el grito cada quien se componga, en el día de hoy, en el día de mañana. Que con el grito cada quien pueda decir adiós, adiós mi vida. Que, si vive triste, si le duele el alma, se pegue el grito vagabundo, y así se componga en el día de hoy, en el día de mañana. Que si le gusta el ron de vinola se lo tome con ‘Lola’, o con la mujer maluca del compadre Lorencito que, viéndola por debajito, también le gusta y le gusta.
¿Cómo se compone Colombia en el día de hoy? ¿Cómo en el día de mañana? ¿Cuál será el grito vagabundo que necesita pegar Colombia hoy en día? Un grito, en todo caso, que deje todas las orejas rojas: que se haga sentir en cada uno que lo oiga, porque para ser oídos nacimos, así sea en el silencio. Porque lo mejor para la tristeza, el desconsuelo y la desazón suprema es gritar. Gritar y que no quede nada por decir. Gritar porque estamos vivos. Gritar para denunciar. Gritar para decir, aunque sea a través del grito, lo que aún no se ha dicho.
A cada lector, gracias por compartir conmigo este espacio de letras en que nos une lo más común que nos queda: el lenguaje, es decir, la creación. Gracias por detenerse en estas palabras y comprender el mundo y el país en que vivimos. La palabra ha sido una de las cosas que nos ha salvado en el encierro y la incertidumbre. También hay almas, más allá de las pantallas, que se preocupan por narrar esta existencia enrarecida. Allí estamos, entonces, en el lugar en que no somos ilustración, sino constatación de lo que somos, huella en el camino.
Siento que cada vez es más indispensable una escritura que se resista a la funcionalidad electorera. En los periódicos, los medios, pululan las columnas de políticos que convierten la posibilidad de comunicación en un juego estratégico, y omiten así el potencial de la palabra para crear mundos alternativos, necesarios para esta vida en el mundo. Una escritura intrépida, suspicaz, atrevida y viva se requiere aún más con urgencia. Es la resistencia a la palabra como medio: discursos hechos como fórmulas maquinales, copy-paste de las producciones en masa.
Hay que dejar que este año se vaya. Su encierro, su locura. Que se vaya pero que se quede el espejo que nos dice: esto es lo que somos, hasta este punto hemos llegado, envueltos en nuestras mentiras que agotan al mundo, pero aún con el potencial de cambiar las cosas para los años de una existencia amena con la vida. Que se vaya su locura, sí, pero que se quede la reflexión sobre esa locura: que después del grito vagabundo de la Tierra pueda oírse y oírse de nuevo el grito, sentir sus decibeles, saber el porqué de su cadencia.
Feliz año, queridos lectores, queridos escritores de su mundo, y gracias por creer en que un país diferente es posible tras cada lectura, que es como oír un grito vagabundo. Porque cada lectura es un fin y un comienzo, un nacimiento y un fin de año. En ese ir y venir está la vida. Es lo que nos permite negarnos a ver la misma imagen de la misma marioneta eterna. Resistirnos a esa extravagancia de la homogeneidad, que es la política como mentira, la triste naranja, el presidente eterno. ¡Que este año sea mucho mejor con las marcas que dejó el que se va! ¡Que cada quien encuentre su propia forma de gritar, así no sea escuchado!