Columnista:
Diana Carolina Abril Giraldo
Hace unos días, por todas las redes vimos a Colombia como la más corrupta de acuerdo con una encuesta realizada en enero de este año y por medio de una imagen. Dicha imagen rodó por todo lado, y, políticos, tuiteros, periodistas y demás la compartieron. No considero que haya sido por la negatividad que nos invade a muchos en el país, sino porque además de ser una simple percepción, nos hemos dado cuenta por los medios de comunicación de los grandes desfalcos, los miles de carteles (como así se les han hecho llamar), las coimas en los contratos, los supuestos programas para favorecernos, los contratos de corbata (en los que las personas, en su mayoría no trabajan y gran parte va para el político y la menor parte se la pagan a ese, dizque contratado). Esa no es solo una percepción, es lo que rodea a esta «política colombiana» y que nos hace dar vergüenza de nuestro país.
Todos los días vemos algún tipo de corrupción; desde cuando un policía de Tránsito nos detiene y de parte y parte, empieza la puya para evitar un comparendo. Aunque ese es el ejemplo típico y la mayoría hemos pasado por tal situación. Pero hay muchos casos más. Las mentiras en las hojas de vida, las certificaciones laborales engañosas, los cartones comprados (verificables y no verificables), los documentos de identidad (originales y arreglados), el plagio en los proyectos de grado, la eliminación de comparendos, las boletas revendidas, en fin. Esta es la cultura de la trampa. Es la típica «el vivo vive del bobo» que presentaban en Sábados Felices. No es nada alejado a esa parodia por la que muchos gozábamos. Es una realidad.
Ese es nuestro país. Estamos inmersos en una corruptela tal, que nos tienen pensando siempre así; es decir, siempre mal. Y aquí debo defender (solo un poquito) a Duque. Se sabe de antemano que la corrupción viene desde años atrás y aunque con Duque ha aumentado, y me atrevería a decir, mucho más con relación a su entorno, con el nombramiento de sus conocidos, amiguibiris, entre otros. El denominado nepotismo, fuera de otras situaciones de las que ya nos hemos enterado y han salido a relucir en los medios de comunicación.
Ya el hecho de que Duque tenga un programa y no deje que los periodistas se acerquen, es corrupción en sí, porque si nos vamos a la definición del término, Transparencia por Colombia, afirma que la corrupción consiste en el «abuso de posiciones de poder o de confianza, para el beneficio particular en detrimento del interés colectivo, realizado a través de ofrecer o solicitar, entregar o recibir bienes o dinero en especie, en servicios, o beneficios, a cambio de acciones, decisiones u omisiones».
No solo eso, sino que el hecho de gastar una millonada para continuar con su programa, todo con el objetivo de manipular la información y por el temor de hablar con los periodistas y los medios; eso, en sí mismo, ya es corrupción.
Pero, lo anterior no quiere decir que en corrupción estamos peor que antes. Osaría por afirmar que nunca hemos salido de ahí y de esa «pésima fama» que nos acompaña a nivel mundial, no solo por ser el país de la coca, sino por esta forma de evadir la legalidad, pongan al mandatario que pongan. Somos una Colombia corrupta y la solución para ello debe ser de fondo. Desde la Ley 1712 de 2014 (Ley de Transparencia) se ha tratado de hacer algo para evitar esa desconfianza del ciudadano y que todos los procesos en las entidades se hagan de la mejor manera, sin tanta burocracia y torcidos, pero la idea es que, al hacerse el proceso de manera más ágil, se realice con todas las garantías legales.
Aunque perdimos con la Ley Anticorrupción, y se vienen aprobando algunos puntos, la quieren impulsar de nuevo. En ese sentido estoy de acuerdo: todo lo que sea en favor de seguir evitando la trampa que siempre nos ha acompañado, ayudará a que, aunque sea por percepción, salgamos de ese primer lugar, en esta época o en otra. La idea es que también empecemos por nosotros mismos. De ahí parte todo. Hay una frase de Marcel Proust que dice «aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia». No está alejada de lo que, como seres humanos, deberíamos hacer. Iniciar por nosotros e incentivar una cultura de legalidad y de transparencia a nuestros cercanos. Que vean y sigan el ejemplo, tal y como nuestros hijos lo hacen con el nuestro.
Partamos de ahí y ayudemos con ideas para quitar esa, bien sea percepción o cualquier estudio de fondo que se realice, de que Colombia es el país de la de la mafia, de la coca, del terrorismo, de los torcidos. Impulsemos todo lo que ayude a quitarnos esa mala fama de encima, pero que, por favor, cuando se haga una consulta, votemos en su defensa, o sea; de nosotros mismos. Recalco, es solo por nosotros, no es por nadie más.