Columnista:
Ana María Ramírez Gómez
El pasado 11 de diciembre de 2020 deberá pasar a la historia como el día en que el pueblo negro, afrocolombiano, palenquero y raizal pudo alzar la voz ante la Comisión de la Verdad que lo reconoció como víctima del conflicto interno que ha desangrado por más de cincuenta años a Colombia y combinado con el racismo institucional se ha ensañado contra las comunidades negras del país.
Según cifras del Registro Único de Víctimas (RUV), de las 9 068 190 víctimas registradas por el conflicto armado en Colombia, 1 133 473 son afrocolombianos, palenqueros y raizales; y, aunque la Constitución de 1991 dice que todos somos iguales ante la ley, lastimosamente tener la piel oscura nos ha hecho ciudadanos de segunda y tercera categoría para un país centralista que en términos de derechos humanos, se olvida de que es un país multiétnico y que todos merecemos igualdad de oportunidades.
Hace más de cuatro años, desde mi época universitaria, he leído y escuchado muchas historias de dolor de personas que son iguales a mí: negros, que nacieron en comunidades ricas en biodiversidad, pero que son territorios donde el Gobierno, los empresarios, los paramilitares, las Farc y el narcotrafico se creen con derecho de despojar, obligar a 1 115 397 afrocolombianos, según cifras del RUV, a salir de sus tierras. Lugares que simbolizan vida para la población, pero que se convierte en un campo de guerra y asesinatos.
Fue apenas hasta 1993 con la Ley 70 que Colombia reconoció a las comunidades negras y se obligaba al Estado a darles titulación de los terrenos que han ocupado en las zonas rurales ribereñas de los ríos de la de la cuenca del Pacífico. Hasta hoy, solo existen 204 títulos colectivos dados a esta comunidad, muchos afrocolombianos aún no cuentan con las escrituras de sus tierras; esto los hace más propensos a ser despojados.
La Ley 70 también establece mecanismos para la protección de la identidad cultural y de los derechos de las comunidades negras de Colombia como grupo étnico, y el fomento de su desarrollo económico y social, con el fin de garantizar que estas comunidades obtengan condiciones reales de igualdad de oportunidades frente al resto de la sociedad colombiana.
Todo lo anterior, ha sido vulnerado por más de cincuenta años de conflicto armado y seguirá así hasta que los colombianos y el Gobierno entiendan que el país debe muchos de sus avances al pueblo negro que en el siglo XVI llegaba a Cartagena, el principal puerto esclavista de la época, donde eran vendidos como ganado para servir a los españoles y criollos.
Por eso, es simbólico que desde Cartagena la Comisión de la Verdad rindiera un homenaje a todos esos afrocolombianos, palenqueros y raizales, y que además, los actores armados como Rodrigo Londoño y Pastor Alape de las Farc aceptaran sus errores y pidieran perdón a los pueblos negros que han perdido sus tierras, sus esposas, esposos, hijos y demás familiares en una guerra que ellos no han fomentado, pero en la que se encuentran en la mitad del fuego cruzado, luchando contra la tristeza y el dolor por medio de su cultura y esa fuerza que nos heredaron nuestros ancestros africanos y que en países como Colombia es necesaria para sobrevivir y seguir en pie con dignidad.
Hoy, les agradezco a los líderes y lideresas, aunque a pesar de haber sufrido han dejado en alto el poder del pueblo negro, mostrándonos a los jóvenes de la urbe que sí se puede trabajar el triple y lograr nuestras metas teniendo presente que ser negro es sinónimo de orgullo y de resiliencia. ¡Gracias!