Columnista:
Juan C. Lozano Cuervo
Más allá de presentar un alegato en favor o en contra de las decisiones del señor Gilinski en el Grupo Semana, conviene acercarnos al declive de la democracia a través del papel de los medios de comunicación. Mucho se ha comentado de lo ocurrido en Estados Unidos durante las elecciones cuando el presidente Trump daba un discurso poselectoral, y que fuera interrumpido y desmentidos por al menos tres medios como ABC, CBS y NBC, por considerar que propiciaba la desinformación. Al respecto, es necesario precisar que tal reacción es eminentemente tardía y de paso, se produce en circunstancias excepcionales, tomando en cuenta que el candidato–presidente estaba virtualmente derrotado, según las proyecciones. No obstante, el daño ya se había consumado.
Los medios de comunicación no son meras empresas donde laboran profesionales de diversas áreas dispuestos a cazar y comentar noticias. Habrá que recordar que tienen una pesada responsabilidad respecto de la formación u/o deformación de la percepción ciudadana que impacta tanto lo social como lo cultural. La percepción y su construcción no es un tema de poca monta. Al contrario, juega un papel fundamental para el sostenimiento del proyecto democrático. En tal sentido, a manera de ejemplo, darle voz al negacionismo del cambio climático, aunque venda, es un acto irresponsable.
En el periodismo es plausible observar la distancia entre el trabajo de los medios hegemónicos y los independientes. Sin embargo, aquí viene la cuestión materia de discusión, ambos son proveedores de un relato que se expande en las conversaciones cotidianas, es decir, los medios tienen la capacidad de moldear la percepción ciudadana que termina por afectar o contribuir al respeto de la igual dignidad del Otro, o, alimentar la aporofobia a través de titulares amarillistas.
Pese a todo es grato ver como las convicciones y el rigor no son negociables, al menos para algunos, y más, tomando en cuenta que optar por renunciar en medio de una pandemia no resulta una decisión fácil. En cuanto a Vicky Dávila y el enfoque que desde ahora asume el Grupo Semana, solo el tiempo dirá sí la apuesta fue la correcta. No obstante, no es posible evitar la controversia, en especial, cuando personas con tanto bagaje en la profesión renuncian a manera de efecto dominó. La apuesta es arriesgada tomando en cuenta que se juegan la credibilidad la cual es vital para los medios. No se trata de estar a favor o en contra de Duque o Uribe, cada medio tiene su línea editorial la cual debería ser clara sin recurrir a zonas grises, en consecuencia, se trata del relato presentado a la sociedad el cual puede contradecir el papel del periodismo entendido como un contrapoder.
Según Ryszard Kapuściński, el oficio periodístico consiste en “investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y revolucionario”. En tal sentido, los medios deberían ser cautelosos en dar voz, por citar un par de casos, a discursos negacionistas y a los insultos en clave con la defensa de causas políticas que pongan en duda la credibilidad de las instituciones. Y no es que las instituciones no se puedan criticar, claro que se puede, pero tal cosa debe hacerse con rigor atendiendo a una investigación que apoyada en pruebas permita su presentación al público.
Quizás estos hechos, como lo ocurrido con los medios en Estados Unidos y la lluvia de renuncias en Revista Semana, permitan ampliar la discusión en torno al papel de los medios de comunicación, por su importante rol en la sociedad que actualmente da vía libre a relatos que alimentan emociones corrosivas, liberando las fuerzas del odio, la venganza y la aporofobia. Dicho en otras palabras, es necesario exigir el cumplimiento de criterios de calidad periodística.
Lo ocurrido en Semana es un síntoma de la crisis de los medios de comunicación que no es otra cosa, que una señal del declive del proyecto democrático. La irrupción de medios alternativos es la contracara de lo que está ocurriendo. Es la respuesta a la renuncia de hacer control al poder, de callar por que eso no se puede decir. Son el más vivo ejemplo de los beneficios de la pérdida del monopolio de la información. Por otra parte, es importante insistir en la responsabilidad del medio y sus modos de información, como reclama el profesor Omar Rincón. De esto se puede discutir en pos de un debate público abierto e informado que, permita una discusión pública un tanto mejor o, seguir consumiendo los contenidos sin reparar en sus consecuencias.
Las consecuencias deberían preocuparnos. Y más cuando existe una marcada tendencia a convertir la democracia en un careo de patanes y soberbios que atacan primero, para pegar dos veces. A quién se le abren los micrófonos permitiéndole llegar a cientos de personas, debería ser parte de la discusión. Por casos como estos, los medios quedan capturados en la propaganda. Más aún, como suele suceder en muchos casos, se abren los micrófonos a personas que parecen enviadas por dios a repartir morales, como observa Rincón. Y qué decir cuando sus ejecutorias nos recuerdan el adagio popular: con la cruz en el pecho y el diablo en los hechos.
Finalmente, todos tenemos derecho a opinar. Pero ojo que, no todos los opinadores son ‘analistas’. Para hacer un análisis se requiere de reflexión argumentada. Muchos se disfrazan de analistas para difundir un dogma particular y eso no es un análisis: es propaganda.
Nota: Los comentarios del profesor Omar Rincón fueron tomados del epílogo: los miedos mediáticos como el espectáculo del siglo XXI.