Columnista:
Andrés L. Calvo Camelo
“…se habla del sentimiento moral,
del sentimiento religioso, como si fueran puras unidades,
cuando en realidad son corriente de cien manantiales.”
Friedrich Nietzsche – Humano, Demasiado Humano
Algo que muy difícilmente cala en la sociedad es la ética. Por lo menos en la sociedad colombiana ha sido supremamente difícil para el precario sistema de educación tanto público como privado, tratar de provocar un pensamiento profundo que nos permita convivir como sociedad sin importar nuestras diferencias. Un contenido que hace referencia a las formas, más no al fondo de los principios morales que cada persona considere a bien poseer.
Y es que resulta muy común que, en torno a la cátedra docente con respecto a temas éticos, haya un rechazo contundente en diferentes niveles educativos de nuestro país. Tanto por los centros educativos, como por los padres de familia, docentes y, por demás, un número importante de estudiantes por salón. Además de esto, resulta importante hacer notar que este rechazo, se encuentra normalmente marcado por diferentes factores.
El primero, de forma más clara, se encuentra que la ética se ha tomado, a partir de la politización exacerbada de nuestra sociedad, como adoctrinamiento progresista – y todos sus calificativos derivados –, por el simple hecho de tomar el espacio del aula como una interacción de formas de ver la vida que, a fin de cuentas, muestra la sociedad tal y como es. Una realidad que se debe abordar desde el conocimiento de sus diferencias ideológicas, políticas y el reconocerse como naturalmente plural. En esta medida, la ética responde a un pensamiento forjado como sociedad, de propender por el estudio de una realidad que, a todas luces, es caótica y arrojada deliberadamente a la supervivencia más básica, tema que está enraizado en una serie de elementos de orden político, económico, religioso, etc.
En segundo lugar, un rechazo que viene derivado del anterior, está enmarcado en la trivialización de la ética en medio de una sociedad que hace notoria su falta de criterio a la hora de responder a situaciones cotidianas, desde lo más básico como el respeto por la vida y la integridad del otro, como a situaciones que ya enmarcan muchos factores personales y sociales como la eutanasia o el aborto. Es claro que, si hay cosas que le faltan a la cultura general de la sociedad colombiana, estas vienen derivadas de las falencias de la educación ética de nuestros estudiantes e hijos. Resulta más o menos evidente que aquello que nos hace falta como sociedad no es responder más a estructuras morales de manera individual, sino repensarnos como sociedad a partir de nuestras diferencias que ya están bien marcadas y expresadas en un sistema de desigualdad moral y práctica.
Resulta entonces que, a pesar de ser una sociedad que defiende de forma puritana, sus más profundos, pero no arraigados valores, nos encontramos de frente con una sublime y enraizada cultura de la indiferencia y el individualismo. Una notoria diferenciación entre ricos – pobres, buenos – malos, justos – injustos, morales – inmorales. Una serie de divisiones y polarizaciones que han encontrado su asidero moral en las conductas ya normalizadas de una sociedad que no ha sido capaz de repensarse a profundidad en más de 200 años de vida republicana y mucho menos antes. Sin echar en saco roto los grandes logros que se han tenido.
Lastimosamente, muchos de estos aspectos éticos se piensan desde el aspecto legal, como si las leyes resumieran todo nuestro actuar como seres humanos. Algunas cosas que con certeza se pueden considerar en nuestra cultura como sociedad es que la ley no sirve para mediar nuestras acciones, por lo menos en un primer momento podemos dejar por sentado que las leyes son derivadas de principios morales, más no de una actitud ética.
Friedrich Nietzsche tuvo bastante claridad al sentenciar la muerte de valores en la sociedad, dado que este modelo de sociedad que poseemos no responde, sino a preceptos impuestos por personas, instituciones y formalismos que no tienen en cuenta las realidades que tienen que abordar cada uno de nuestros territorios. Es imprescindible que se comiencen a fomentar pensamientos que se alejen de un dogmatismo basado en la tradición, que se libre de frases de cajón que justifican el actuar completamente inmoral y antiético de cada uno de nosotros. No está demás que cada una de las partes se desmonte de su pedestal de juez y comience a replantear lo que está haciendo para construir una sociedad más tolerante, pero, sobre todo, más respetable.
Finalmente, es importante anotar que si nuestra sociedad es un pesimismo andante en el que las instituciones no funcionan, la gran masa de personas buscan como saltarse las normas más simples que garanticen nuestra supervivencia y, en una suerte de selección natural, estamos sometidos a la ley del más fuerte o del más astuto, no es por culpa exclusiva de políticos que nosotros mismos elevamos a su categoría de intocables, sino por una sociedad que ante las fauces de un nihilismo absurdo, han elegido la pasividad de convertirse en seres que solamente replican las acciones porque otros más las hacen. Mientras tanto, hay muchos que se aprovechan de esa ignorancia autoimpuesta para hacer de las suyas con lo que es de todos. Ya va siendo hora que recapacitemos como ciudadanía, como agentes de cambio y tomemos, como se dice coloquialmente, “el toro por los cuernos”.