El cuerpo de los condenados

Opina - Conflicto

2015-12-19

El cuerpo de los condenados

Las sociedades en todos los tiempos y en todas las latitudes, parecen incapaces de reconocer modalidades de castigo distintas a las de perseguir el cuerpo de los condenados.

En la edad media los castigos eran aplicados sin compasión alguna sobre los cuerpos de hombres y mujeres que eran sometidos a los suplicios y torturas más aberrantes, con un elemento adicional, y es que el castigo era aplicado en público para el disfrute de la sociedad.

En los colegios los castigos también buscaron los cuerpos de los estudiantes infractores de las normas. Mi generación ha escuchado a padres y madres referirse a los granos de arroz sobre los que debían arrodillarse mientras sostenían ladrillos en sus manos con los brazos en alto, durante varias horas.

Para educar a los hijos esos mismos padres y madres también aplicaron el castigo corporal con la chancla, la correa, los estrujones y zarandeos, pasando también por las bofetadas.

Cortesía Wikimedia.

Cortesía Wikimedia.

El ser humano parece creer que la violencia es la única manera de corregir, educar, resocializar y castigar.  “La letra con sangre entra” es una frase que los psicólogos buscan eliminar del lenguaje, porque lo cierto es que aunque muchos defienden los castigos corporales argumentando que sobrevivieron y son hombres o mujeres de bien gracias a esos castigos, la verdad es que la nuestra, para hablar sólo de la colombiana, es una sociedad muy enferma que luego se pregunta por qué somos tan violentos.

El Acuerdo sobre Víctimas logrado en la Habana, Cuba, ha desatado los alaridos más desgarradores de quienes aseguran que es una oda a la impunidad.

En otra columna expliqué las diferencias desde el punto de vista del Derecho Penal, respecto de la justicia ordinaria y la justicia transicional, pero lo cierto es que ya en 1975, el filósofo e historiador francés, Michel Foucault, en su libro Vigilar y castigar, nacimiento de la prisión, abordó el tema invitando a hacer una profunda reflexión sobre la ideología oculta tras la idea de que el castigo corporal es el único mecanismo que nos hace sentir y pensar, que sin afectar  el cuerpo de los condenados no hay castigo.

“Desde la Edad Media el suplicio era un riguroso modelo de demostración penal, cuyo objetivo era el de manifestar la verdad que se había obtenido gracias al resto del proceso penal, y que hacía del culpable el pregonero de su propia condena al llevar el castigo físicamente sobre su propio cuerpo (paseo por las calles, cartel, lectura de la sentencia en los cruces…). Además, el suplicio también consistía en un ritual político, ya que en el derecho de la edad clásica el crimen suponía sobre todo un ataque al soberano, que era aquel del que emanaba la ley. Por tanto, la pena no sólo debía reparar el daño que se había cometido, sino que suponía también una venganza a la ofensa que se había hecho al rey”.

Quienes deseen ampliar el conocimiento sobre estos temas, podrían leer el citado libro.

Venganza no es sinónimo de justicia y cárcel tampoco es la única forma de castigo posible.

Basta mirar hacia el interior de la sociedad, hacia el interior de nuestros hogares donde en muchas oportunidades hemos sido infractores de las normas de la casa, y en muchas otras los jueces implacables de la justicia que debemos aplicar sobre nuestros hijos, para entender que la mayoría evolucionó y renunció al castigo físico como mecanismo para “enderezar” a nuestros vástagos.

El país debe entender que pensar en alternativas y sanciones extrajudiciales significa replantear las funciones de la pena en un contexto de negociación y transición a la paz. No todos los delitos deben ser castigados persiguiendo el cuerpo de los condenados, y en el marco de la negociación de un acuerdo de paz sobre actores de un conflicto armado que cometieron delitos de tipo político, quizá no se deba pensar que se “traga” un sapo en nombre de la paz, sino que evolucionamos en esto de “vigilar y castigar”.

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Alicia Sarmiento
Periodista, abogada de la Universidad Santiago de Cali y libre pensadora.