Columnista:
Germán Ayala Osorio
La renuente negativa de Iván Duque de reunirse con la Minga indígena no solo lo deslegitima como «presidente de todos los colombianos», sino que lo hace ver ante la opinión pública nacional e internacional, como un enemigo de los indígenas y como un hombre que se contradice así mismo. En el 2019, y en el marco de protestas y movilizaciones sociales, propuso una «Conversación Nacional». Como todo lo que propone Duque, la iniciativa se quedó en la mera enunciación, como si se tratara de un eslogan de campaña. Y es que pareciera que el huésped de la Casa de Nariño sigue en campaña electoral y se niega a asumir su rol de Jefe de Estado.
Negarse a conversar con los líderes de la Minga deja entrever en Duque no solo su odio hacia las comunidades ancestrales, sino su miedo a enfrentar, discursivamente, a quienes de tiempo atrás vienen consolidando un discurso político consistente y argumentado. Iván Duque sabe que sentarse a escuchar y a dialogar con los mingueros le exigiría salir de su zona de confort, esa misma en la que suelen instalarse los presidentes colombianos ante el pobre control que la prensa hoy hace de su gestión. Al devenir la prensa capturada y amedrentada por la pauta oficial, y al no estar funcionando el Congreso, la Minga indígena se erige hoy como la única voz capaz de controvertir a un Gobierno que no está comprometido con asegurar la implementación del Acuerdo de Paz. Es clara la política del actual gobierno: que no existan políticas y acciones para proteger la vida de los indígenas y de los comparecientes de las entonces Farc-Ep.
Iván Duque Márquez sabe que una vez sentado en la mesa para debatir con la Minga, su escasa capacidad de oratoria y su empobrecido discurso político quedarían al descubierto. Y eso, por supuesto, sus asesores y el Centro Democrático no se lo van a permitir porque aportaría a la consolidación de la negativa representación social que ya millones de colombianos tienen de él y de su gestión, asociada, claro está, a la imagen del expresidente Uribe, quien, según esa misma representación social, es quien mueve los hilos del poder y, por ese camino, hace que Duque actúe y se mueva en determinada dirección.
Así, a la poca autonomía con la que cuenta Duque para tomar decisiones, se le suma la animadversión que siente contra los indígenas. Al parecer no se da cuenta o poco lo importa que ese odio y resquemor que siente por los pueblos indígenas, afros y las comunidades campesinas, deja sin sentido manidas frases como “soy el presidente de todos los colombianos”. No, usted es el presidente de los sectores económicos, políticos y sociales que aportaron millonarias sumas a su campaña electoral.
Termino con esta cita:
“El indio fue humillado por la civilización fanática, la cristiana, y Suramérica, por los más rudos de Europa, los españoles. De suerte que nosotros, los libertos bolivarianos, mulatos y mestizos, somos vanidosos, a saber: creemos, vivimos en la creencia de que lo europeo es lo bueno; nos avergonzamos del indio y del negro; el suramericano tiene vergüenza de sus padres, de sus instintos. De ahí que todo lo tengamos torcido, como bregando por ocultarse, y que aparentemos las maneras europeas” (p.35). González, F. (1936).