Romper la cuarentena y conversar con un antipolicía

Recuerdo desde niño ver por las calles de Chinchiná a Jorge Eliécer Ciro, apodado por todas las personas ‘Pechi-Palomo’, siempre con traje y corbata o con un uniforme antiguo de policía, solemne, serio, a la cabeza de los cortejos fúnebres.

Narra - Sociedad

2020-08-30

Romper la cuarentena y conversar con un antipolicía

Columnista:

Marco Tobón 

 

Recuerdo desde niño ver por las calles de Chinchiná a Jorge Eliécer Ciro, apodado por todas las personas Pechi-Palomo’, siempre con traje y corbata o con un uniforme antiguo de policía, solemne, serio, a la cabeza de los cortejos fúnebres, de los desfiles del festival del colegio San Francisco, de los ensayos de la banda de guerra del pueblo. Desde mis ojos de niño este hombre me causaba asombro y extrañeza. Algo parecía no funcionar bien en esa persona, pues se involucraba por voluntad propria en todos los eventos públicos para orientar la marcha de los desfiles protegiéndolos de posibles perturbaciones. Cuando preguntaba ¿por qué esa persona hace esas cosas?, los adultos me respondían, «él tiene problemas». Tiempo después comprendí que todos tenemos problemas. Pasé mi niñez y luego mi adolescencia viendo a ‘Pechi-Palomo’ como parte del paisaje cotidiano, aunque también recibiendo la mirada prejuiciosa y distante que lo identificaba como «el bobo del pueblo».

La presencia de ‘Pechi-Palomo’ en cada acontecimiento público se volvió tan natural, tan nuestra, que cuando un desfile o funeral no contaba con su aparición, era como si aquel evento fuera un hecho ilegítimo o una infracción al tránsito. No encontrarlo en las calles de Chinchiná era como si hubieran sustraído algo esencial, como si se desapareciera la estatua de Bolívar o talaran las grandes ceibas del parque central.

Durante estos días de cuarentena y aislamiento por la pandemia del Covid-19 lo he visto en la calle ayudando a organizar las filas en los supermercados, sugiriendo evitar las aglomeraciones y recomendando las medidas de protección. ‘Pechi-Palomo’ es la única persona de la que se tenga noticia que, sin ser policía, se viste de policía desarmado para advertir la indisciplina ciudadana. Ningún  agente del orden, con sus armas, sus placas, sus esposas y condecoraciones, ha logrado tal autoridad para inspirar los valores cívicos. ‘Pechi-Palomo’ de este modo se presenta como un antipolicía vestido de falso policía que no espera nada a cambio por sus servicios. Toda una rareza para estos tiempos de avaricia.

Hace poco lo vi sentado en una de las bancas del parque de Chinchiná y me senté junto a él a conversar. Bastaron unos pocos minutos para darme cuenta de que Jorge Eliécer no tiene de bobo ni un pelo ni problemas mentales ni retardos ni síndromes. Lo que sí tiene es una nobleza desbordada esculpida por terribles hechos de desprecio y violencia. Quizás el escritor Stefan Zweig tiene razón cuando dice que «solo ante el estremecimiento crece nuestra sensibilidad».

Jorge Eliécer Ciro me compartió un relato sincero y crudo, sin el sentimentalismo dramático de los que siempre han gozado de privilegios y mimos. «Nací el 15 de octubre de 1961», me dijo y sacó una fotocopia plastificada de su cédula para que lo verificara. Me contó que años después, siendo apenas un niño, falleció su madre y quedó a la deriva con sus cuatro hermanos. De su padre se conoce que se llamaba Jerónimo y vivía cerca a la estación Bomberos. «En ese momento quedé abandonado»— dice. De modo que tuvo que arreglárselas solo en la calle, haciendo mandados, cuidando motos y carros para levantarse unos pesos y alimentarse. Luego, una señora, María Nilsa Arango, le brindó el cuidado bondadoso que no pudo disfrutar de parte de su madre, ofreciéndole alimento y refugio. Por eso insiste:  yo tuve dos mamás. La propia mamá y la señora que me llevó para su casa y me dio ropa, me dio comida, me dio de todo. Ella murió en el 2011, todos los días voy a visitarla al cementerio. Ahora vivo con mi hermano. Así me fui creciendo, haciendo mandados y trabajando en la calle. En esa época unos niños comenzaron a molestarme y llamarme ‘Pechi-Palomo’, ese nombre lo sacaron de los muñequitos de la televisión. Y así me quedé.

Es probable que el remoquete de ‘Pechi-Palomo’ pueda estar asociado con su posible tórax arqueado, una desviación que ocurre en el área del esternón, un simple defecto cosmético como tener la nariz chata, el maxilar torcido o tener una pierna más larga que la otra. Atributos comunes en nuestros cuerpos asimétricos y desbarajustados, pues como es a todas luces conocido, entre nosotros los humanoides es imposible encontrar la perfección de un cuerpo totalmente armonioso. De ahí que la vanidad no sea más que el trabajo infructuoso de ocultar nuestras imperfecciones.

Jorge Eliécer se ha deparado casi siempre con un ambiente hostil y agresivo. Me contó que un día un borracho se ensañó contra él y lo hizo caer varias veces fracturando su rodilla. Desde ese día, aun con las secuelas de lo sucedido, tiene que andar con ayuda de un bastón. Además, me dijo que  cuando tenía casi 20 años, aproximadamente en la década de 1980, unos desconocidos en moto le dispararon dos tiros en la cara. Sobre este hecho hay dos versiones. En un video llamado “Pechi-Palomo el hombre de los entierros”, se afirma que en un arriesgado acto de heroísmo quiso defender a una mujer de un asalto y los ladrones terminaron disparando contra él. La otra versión, que él mismo cuenta, es que fue un ataque repentino, probablemente como parte de aquella práctica atroz de asesinar a habitantes de la calle, a los trashumantes sin techo o a las personas que no encajan en los disciplinamientos del mercado. Aquellos tiempos del sicariato infame y cruel, contratado por ricos arrogantes e iletrados que se incomodaban con la presencia de los harapientos, de los andariegos, de los deformes, de los sexualmente diferentes, de los rebeldes, de los excluidos de todo tipo y color.  

Al terminar, ‘Pechi-Palomo de narrar el atentado que sufrió, vimos pasar una camioneta de la policía. Nos saludaron desde lejos sacando las manos por las ventanas y sin sonreír. Estuvimos un momento en silencio apenas observando. De repente ‘Pechi-Palomo’ me dice: «hace unos años fue la policía a mi casa a preguntar que por qué tenía uniforme. Que no sé qué, que no sé cuantas. Les dije que con ese uniforme viejo presto servicio a la comunidad, salgo a hacer mi trabajo. Luego ya entendieron y no me volvieron a decir nada». ‘Pechi-Palomo’ no se viste de policía para suplantar a la «institución más respetable de la República», sino porque quiere activar el efecto de distinción social del uniforme, quizás del disfraz, en su labor diaria y porque quiere habitar este mundo como le da la gana.

En un momento de nuestra conversación le pregunto ¿qué opina de que sea conocido como el bobo del pueblo? Se ríe y me dice: «así es, es que yo soy el bobo del pueblo» y se ríe otra vez. Yo no le paro bolas a gente ignorante, que digan lo que quieran, no me importa que digan así». En esta respuesta hay algo hermoso, la capacidad ecuánime de transformar una ofensa en un título honorífico. Se requiere mucho equilibrio emocional para ignorar a los necios.

Las palabras de ‘Pechi-Palomo’ muestran que él parece más a salvo que ninguno de nosotros de la influencia del engreimiento y la estulticia humanas. No está muy preocupado por saber a quién le gustó el video en el que imitas a un reguetonero, o en el que pateas un rollo de papel higiénico sin dejarlo caer, o la foto de tu falsa sonrisa en el paseo en bicicleta. ‘Pechi-Palomo’ está fuera del Black Mirror, libre de los espejos negros, de la virtualidad de las pantallas, pues basa sus interacciones en encuentros directos con aquellos con quienes se topa en sus paseos diarios. Esto me hace pensar que ‘Pechi-Palomo’ seguramente tiene muchas más habilidades sociales para relacionarse con los demás que todos aquellos que han limitado sus relaciones a diálogos por Facebook, por Instagram, por Twitter. Quizás al estar alejado de los avances digitales, Pechi-Palomo’, sea un ser más real, ejecutor de acciones que ayudan a quienes han salido a la calle a depararse con lo imprevisible. Por todo esto puede ser una persona menos vigilada, menos controlada, pues nadie rastrea sus gustos, su ideología política, sus creencias, sus debilidades emocionales y sus dramas, tal vez debido a esta indiferencia tecnológica sea una persona menos programada.

En medio de nuestra conversación comenzó a llover. Le propuse ir a escamparnos de la lluvia en la parroquia Las Mercedes del parque central. «Vamos» – me dijo, pero enseguida se detuvo y me corrigió con ceremonia y severidad levantando el dedo índice: «no es parroquia, es la Basílica Menor Nuestra Señora de las Mercedes».

Mientras veíamos llover, percibimos que el parque de Chinchiná quedó completamente desolado, precisamente por la descarga de un aguacero en medio de una pandemia de la que todo mundo debe guardar cuarentena, excepto, por las conspiraciones del azar, nosotros dos. Cuando cesó la lluvia le pregunté si podía hacerle algunas fotografías. “Allá” me dijo y señaló con el brazo un lugar en la plaza que interpreté cercano a la estatua de Simón Bolívar. Luego de las fotos tuve la ocurrencia de preguntarle, quizás por influencia de aquel Bolívar rígido que nos miraba, ¿qué piensa del presidente que hoy gobierna? Con una expresión de sorpresa y riéndose me respondió: «mejor ni hablemos de eso». Respuesta que supe leer como la constatación de que justo en la esta época de tormentas que vivimos, tenemos los gobernantes más estúpidos, corruptos e incapaces de la historia.

Cuando nos despedimos me preguntó si esta crónica saldrá en algún lugar. Antes de que pudiera responder, me dijo: «yo ya salí por televisión, por internet, por las revistas, por todas partes», dándome a entender que mi admiración no era exclusiva, que muchos otros ya lo han reconocido como una figura pública irreemplazable. Espero que pueda circular en algún lugar y otras personas lo conozcan, le dije.

Al despedirme, tuve la certeza de que si estalla el colapso de este Planeta, es precisamente con personas como Jorge Eliécer que sabremos sortear mejor la catástrofe. El fin del mundo requiere la actuación de criaturas desinteresadas, solidarias, que sepan relacionarse con los demás y brindar apoyo mutuo. Volteé a mirar y lo vi alejarse caminando con su bastón. Escuché a lo lejos un joven en bicicleta que gritó «Pechiiii-Palomooooo» y el estruendo se escuchó por todo el parque desolado.  Supe sin ninguna duda que ‘Pechi-Palomo’ es un ser de mucho equilibrio, aun cuando ande medio chueco.

 

 

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Marco Tobón