Columnista:
Mauricio Galindo Santofimio
Como si nos hubiera tocado poco con toda la crisis que hemos tenido que vivir por cuenta de la COVID-19, ahora resulta que algunos fanáticos quieren echar por la borda el país y mandar la razón, la cordura y la sensatez a una Unidad de Cuidados Intensivos.
Como si no nos faltaran calamidades económicas y de salud, ahora resulta que la institucionalidad de Colombia importa cinco pesos y que las decisiones judiciales, cuando no gustan, hay que irrespetarlas y para eso, hablar inoportunamente de reformas a la justicia que, en estos momentos, suenan más a revanchismo que a sindéresis.
Si bien hay cosas que deben reformarse, como la lentitud en los procesos, la congestión de los juzgados, las mismas condiciones laborales de jueces y abogados, no es pertinente que se diga, justo cuando hay un fallo adverso para el senador Uribe, que lo mantiene en detención preventiva domiciliaria por hechos que tendrán que confirmarse por parte de la misma justicia, no suena bien que el mismo presidente de la República y los miembro de su partido salgan a proponer en esta coyuntura tal reforma.
Ni es conveniente para el país que de un bando u otro, de los que defienden a su dios o de los que lo atacan, terminen volviendo a alimentar una polarización que ha hecho mucho daño.
¿Cómo es eso de que hay que llamar a las reservas activas? ¿Para qué? ¿Con qué fin? ¿Cómo así que causa extrañeza que la decisión de enviar a Uribe detenido haya sido tomada por unanimidad por los cinco magistrados de la Corte Suprema de Justicia? ¿Cómo así que salgan, en plena pandemia, a marchar para apoyar al expresidente? Todos esos actos de extrema sinrazón no conducen a nada, solo llevan a alimentar los odios y a exacerbar los ánimos, los rencores y las malquerencias.
No le queda bien al presiente Duque salir a pedir que su procesado amigo se pueda defender en libertad, eso le corresponde a la Corte, a la cabeza de otro poder, que debe respetarse, como debe respetarse también el Congreso y a la prensa.
No le queda bien al Centro Democrático que le haga mal ambiente a la ministra de Justicia por no pronunciarse a favor o en contra de la decisión de la Corte, como se rumora por algunos sitios.
No le queda bien al periodismo salir a defender al senador Uribe. Ese no es su oficio, los periodistas no somos jueces, y la duda, las incógnitas deben acompañarnos hasta tanto no sean resueltas. Qué mal se ha portado cierto sector de la prensa que funge como juez. Qué mal han hecho quedar al periodismo ciertas cercanías con los poderosos y con los que están en entredicho.
Lo que debe ofrecer un buen periodismo y lo que la ciudadanía requiere son análisis mesurados, sosegados y argumentados sobre los sucesos de la política, de la vida judicial, de la vida cotidiana, información sin matices, opinión sin exaltación, pero no unas tribunas radiales, televisivas, digitales o de papel para hacer militancia política disfrazada de periodismo.
Colombia no puede sobrevivir de ninguna manera en una guerra eterna entre seguidores y detractores de Uribe. Ningún bien le hace al país eso. Al senador se le vienen largas jornadas de defensa y cientos de problemas por cuenta de esa decisión judicial que lo tiene en hacienda por cárcel.
Pero hay que dejar que la justicia actúe. A él deberán brindarle todas las garantías, lo mismo que a la ciudanía, que tiene derecho a conocer toda la verdad de su caso. Y luego de resolver todos sus líos, para bien o para mal, lo más sensato es que se retire de la vida política y se dedique a disfrutar su vejez.
No hacerlo es seguir echándole leña al fuego a una terrible división del país, que él mismo provocó cuando quiso desde el comienzo desbaratar el proceso de paz con las Farc. No hacerlo es desconocer y minimizar a sus áulicos y férreos seguidores y enviarles el mensaje de que sin su presencia y sin su directriz nada es posible en su partido.
Si el senador Uribe sigue en la vida política, luego de lo que le está pasando, le estaría demostrando a todo el mundo que su partido no es eso sino, como muchos lo definen, una iglesia, una congregación que no tiene más líderes. Qué bueno sería para Colombia que uno nuevo floreciera en esa colectividad. Uno que uniera, uno mesurado, uno tranquilo que propusiera beneficios para todo los ciudadanos, incluidos los de la izquierda y los del centro, y no solo para los de derecha y extrema derecha.
Pero volvamos a la realidad, porque me embolaté soñando con un país sin Uribe, y según lo dicho por Nubia Stella Martínez, a su copartidaria María Isabel Rueda, habrá Uribe para rato. Mala cosa, porque entonces será alimento para un país cada vez más fracturado.
La sensatez no es una de las cualidades de los colombianos. Aquí se actúa con pasión, con desenfreno, impulsivamente, con lo que ordene la emoción y no la razón. No se miden las consecuencias de los actos ni se le ponen límites a los fanatismos. No es más sino observar ciertos programas de televisión en donde dizque hacen periodismo pero llevan a tres uribistas para que despotriquen de la justicia, de los que creen en ella -en la que tenemos-, y de los que tienen convicciones distintas.
No es más sino ver cómo quieren otra vez acabar con la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) e insisten en reformar los acuerdos. No es más sino ver cómo promueven una constituyente para radicalizar las posiciones. No basta sino mirar cómo siguen viendo con desdén, rabia y rencor a los que están en el Congreso por cuenta de un acuerdo de Estado que aún persisten en desconocer.
Pero que los señores de la Farc tampoco salgan con despropósitos para acabarse ellos mismos. Estos señores están en la obligación de contar toda la verdad si es que no quieren ser expulsados de la JEP, lo mismo que todos los que sean llamados por esta justicia especial. Llámense políticos, empresarios, ganaderos, reposteros, panaderos o lo que sea, y que hayan participado de una u otra forma, directa o indirectamente, en el conflicto. Sin verdad no es posible la reconciliación.
La sensatez, la cordura, la diáfana y serena puesta en escena de la razón están brillando por su ausencia por estos días de crispación nacional por cuenta de un procesado. ¿El país es él? ¿Tendremos, como lo dijo recientemente Yolanda Reyes en El Tiempo, que vivir con Uribe como cárcel?
No nos llamemos a engaños. Cuando la marea haya bajado y las aguas vuelvan a su cauce; cuando los ánimos exacerbados se atemperen; cuando el tiempo y la vida hayan pasado su cuenta de cobro, quizás, solo quizás, habremos entendido que no vale la pena acabar con un país únicamente por defender a un ídolo.
Que no vale la pena estropear proyectos conjuntos que redunden en una mejor Colombia. Que se vale pensar distinto, y que de esos pensamientos divergentes puede nacer una nueva vida, una nueva idea de la paz, una nueva forma de concebir la reconciliación y una visión renovada del perdón.
Adenda. Seguir en ese debate de si reabrir sectores de la economía, de si seguir encerrados, de si enviar a los niños y a los jóvenes a los colegios y a las universidades es absolutamente infructuoso. El Gobierno está empecinado en seguir dándoles a los empresarios prioridad, aun sin haber bajado la curva de contagios de COVID-19 en las grandes ciudades. Esperemos que todo salga bien, pero en sus hombros recaerán las consecuencias.
Poniéndole carne a la abstracción. Carne histórica: el Frente Nacional (como la última década de La Regeneración nuñista) excluyeron corrientes políticas (partidos) diferentes a los «oficiales». El comunismo, por ejemplo, pasó por el veto, la penalización y el asesinato en ambos períodos. Supongamos, no obstante, que el comunismo carecerá para siempre de opciones reales dentro del espectro electoral: el asunto aquí no es incitar a militancia partidista alguna, se trata de defender el poder de la razón: que en política se traduce en apertura mental. Las reglas democráticas están dadas sobre la base de la División e Independencia de Poderes Públicos: inalienable piedra angular de nuestro contrato social.
Más aun: gran parte de ese periodismo naufraga hoy en la banalidad, pues desconocen de manera supina el hecho inimpugnable de que no posible escribir la historia del futuro (tal vez en Netflix). Y por eso se hace tozudez intolerable el diseño del futuro de la sociedad colombiana sobre un libreto escrito por una corriente política entregada, cada vez, a una visión monolítica de la historia.
Por lo pronto, hemos venido atestiguando el fracaso de las instituciones a causa del neoliberalismo acunada por el Estado colombiano después de que, uno tras otro, nuestros gobernantes se hincaron ante los mandatos del Consenso de Washington: reformas sociales que aumentaron la inequidad que, de antiguo, padecía en carne propia el pueblo colombiano y que desde hace 30 años no ocupa lugar destacado en la «agenda setting» de nuestros medios masivos de información.
El Consenso de Washington fue coetáneo de la Carta Magna de 1991, la misma que ha sido remendada («reformada») varias decenas de veces, hasta el punto que sus mayores logros: Fiscalía, Corte Constitucional y Tutela son -en el menos malo de los casos- «rey de burlas».
Dicho de otra manera: los fundadores del Frente Nacional jamás aceptaron su responsabilidad política ni penal en las dos décadas de Violencia precedente. Toda la culpa histórica recayó sobre la chusma guerrillera. Populacho inculto, levantisco, bárbaro asaz diferente de la clase culta, civilizadora y democrática del Estado centralista y autoritario.
Hoy, la noria de esa ideología vuelve a mostrar sus dientes: no se reconocen responsabilidades: no son pocas las irresponsabilidades históricas que hermanan a los liberales y conservadores del Frente Nacional con la promiscuidad partidista que empezó a sazonarse con la aceptación irresponsable, por parte de la comparsa del Ejecutivo, del Consenso de Washington.
Una de las claves fagocitarias más depredadoras del orden social, a lo largo de este último período de la historia reciente, ha sido la PRIVATIZACIÓN del Estado y el consecuente abatimiento del Estado de Bienestar (Welfare State).
No obstante, lo peor ha sido los efectos hegemónicos que, 30 años después, funcionan en el 2º plano de la mentalidad de gran parte de nuestra clase dirigente (más deletéreo aun cuando confunde el juicio de sus caudillos): la idea latente de la privatización de los Poderes públicos del Estado de Derecho. Porque es en esa lógica perversa y banalizadora en el que funciona el contenido manifiesto de nuestras lumbreras del periodismo: afecto a autoritarismos ciegos y, ahistóricos: aquellos que hacen pensar en la perentoria necesidad de introducir cátedras de forzosa asignatura como «La Banalidad del Mal», «El Principio de Peter»; «La Doctrina del Shock» y en especial -30 años- un repaso a la crítica universal contemporánea de dos temáticas de palpitante pertinencia: la falsa disyuntiva entre Modernidad y Pos-modernidad y el fracaso del Neoliberalismo.
Para terminar: más que «sensatez en cuidados intensivos» se trata de una ya prolongada parábola de encubrimientos de la realidad por los cuales -creyeron los tecnócratas neoliberales- firmar el acta de defunción de la razón. Al respecto, debemos recordar que es mucho más antigua y sólida la parábola de la razón: no solo desde la producción intelectual del Siglo de las Luces sino desde la Antigüedad Clásica.
Los neoliberales se olvidaron de este detallito: contra la razón ni pudieron ni el totalitarismo nazi (metáfora del capitalismo) ni la brutalidad del stalinismo. Ni los mismos españoles tan dados al folclore librados por la razón divina del chaparro caudillo aquél, al que soportaron por cuatro décadas. Aquí estaríamos ante la voluntad postrera de un Ejecutivo hacendado que insiste en ignorar el insobornable y demoledor peso de la Historia.
En el Único país donde el Castrochavismo,el Comunismo,las Disidencias y los mamertos de todo orden son los que mandan, donde se le entrego el país a las farc y donde todo lo malo fue de Santos y compañía; difícilmente podremos ver un periodismo Ahora hablando mesuradamente de lo que pasa o lo que ocurre, todo es un LIBRETO para los medios y que digan que hacer, como Jueces del País, mandados por el Patrón !!!